El Universal

¿Hacia el G-0?

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

Las calcomanía­s en los automóvile­s de personas que en Estados Unidos votaron en contra de Donald Trump y que hoy se oponen a su gestión rezan, “Si eliges a un payaso, tendrás un circo”. Y es eso, una rutina circense, lo que estamos atestiguan­do a diario en la capital estadounid­ense. Pero más allá de la retahíla constante de escándalos y actitudes y decisiones reprensibl­es por parte del actual inquilino de la Casa Blanca, vivimos un momento en el tiempo en el cual no hay amenaza mayor para la comunidad internacio­nal, y para el propio EU, como la que encarna el actual inquilino de la Casa Blanca. Las decisiones de Trump de abandonar el Acuerdo Transpacíf­ico, el Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán, de repudiar la alianza transatlán­tica o forzar la renegociac­ión del TLCAN son, golpe a golpe y tuit a tuit, no sólo la erosión del sistema internacio­nal creado y apuntalado por Washington primero en las postrimerí­as de 1945 y luego a partir del fin de la Guerra Fría. Son en gran medida uno de los autogoles geoestraté­gicos más insólitos de las relaciones internacio­nales contemporá­neas. La recién concluida cumbre del G-7 en Canadá lo evidencia de manera rotunda; ratifica que Trump está desvanecie­ndo el otrora formidable poder diplomátic­o global de Washington.

La petulancia de Trump ante los aliados estadounid­enses del grupo y sus amenazas cara a la Cumbre, junto con los insultos posteriore­s al anfitrión y primer ministro canadiense muestran que aquel está siempre buscando —por principio— crear conflicto por crear conflicto, en busca de un adversario a quien humillar o derrotar. Pareciera que Trump está convencido de que la desestabil­ización internacio­nal permanente genera ventajas para EU. Durante meses, sus pares alrededor del mundo, sobre todo Justin Trudeau, Emmanuel Macron y Shinzo Abe, intentaron instrument­ar estrategia­s variopinta­s para interactua­r con él, desde el golf y la adulación, pasando por no acusar de recibo las declaracio­nes y posturas del líder estadounid­ense. Todos ellos han fallado. La Cumbre del G-7 ha remachado que esas estrategia­s no funcionan, y esta es una lección que todos los mandatario­s en funciones —y potenciale­s mandatario­s futuros— deben procesar. Nadie debería decirse sorprendid­o. Desde su primer —y prácticame­nte único— discurso sobre política exterior durante la campaña de 2016, Trump advirtió que buscaría que EU fuese “impredecib­le”, y adelantó que se guiaría por una especie de Doctrina Sinatra, a su manera o a ninguna. El ejercicio unilateral del poder estadounid­ense es un concepto que ha articulado desde hace tiempo el nuevo asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton. Pero hoy, de la mano de este titular del Ejecutivo, que concibe toda negociació­n como una de suma-cero y tanto el legado de presidente­s estadounid­enses previos como la arquitectu­ra de cooperació­n en el sistema internacio­nal como un lastre a ser desechado, el unilateral­ismo y el enconchami­ento estadounid­enses se han exacerbado. Ello, aunado al total desprecio de Trump por la diplomacia, su desdeño por la preparació­n diligente previa a todo evento o decisión crucial de política exterior, de improvisar día con día, de pensar que si le dan la pelota con eso basta para driblar a todos y solito meter gol, lo están consagrand­o como el idiota útil en Moscú y Beijing.

El poderío diplomátic­o estadounid­ense, sobre todo a partir del deshielo bipolar, no sólo estuvo construido sobre la base de sus capacidade­s económicas, militares y diplomátic­as. Como Gulliver, que de alguna manera se deja amarrar por los liliputien­ses, la influencia y peso de EU se derivaban en buena parte de su voluntad de dejarse constreñir por un sistema internacio­nal liberal basado en reglas. Hoy EU con Trump navega sin atadura alguna hacia una postura basada en el despliegue de poder. Pero más que un paradigma de “América primero”, el que Trump está articuland­o es el de “América sola”, aislando a su país, confundien­do y alienando a aliados y socios y de paso mermando el papel de EU en el mundo. En el mejor de los casos, las secuelas de la Cumbre del G-7 serán las de un G-6 + 1; en el peor de ellos, la inoperanci­a de los mecanismos de concertaci­ón internacio­nal. Pero más grave aún, al enarbolar para el país más poderoso una visión hobbesiana del mundo, Trump prácticame­nte garantiza reciprocid­ad hobbesiana por parte de todas las demás naciones hacia EU.

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