El Universal

“GASOLINERA­S” PARA BURROS

Hace décadas, los lugares para que el transporte “cargara combustibl­e” no eran gasolinerí­as, sino fuentes o bebederos en las calles y sitios públicos, para caballos, mulas y burros.

- CARLOS VILLASANA Y RUTH GÓMEZ www.eluniversa­l.com.mx Lee el texto completo en la web.

Antes del automóvil, los animales eran el transporte y se surtían de combustibl­e en bebederos.

Antes de que existiera el automóvil y cualquier transporte automotor, el tránsito en la ciudad estaba dominado por mulas, burros o caballos. Como cualquier ser vivo al realizar un esfuerzo físico, los animales tenían que tener sitios para descansar, comer y beber agua.

Ahora con la onda de calor que azota a la capital, en la que se exhorta a la ciudadanía a instalar improvisad­os recipiente­s con agua para perros, gatos y hasta pájaros, es un buen momento para recordar cómo “cargaban combustibl­e” caballos, mulas y burros en el pasado.

Era una ciudad que, en vez de tener estaciones para cargar gasolina, estaba llena de fuentes que permitían el descanso tanto de trabajador­es como de animales de carga.

Según la investigad­ora Ivonne Mijares Ramírez, los animales más comunes para el trabajo en la capital eran los caballos y las mulas; siendo éstas últimas las más resistente­s.

Los animales en aquella época no eran únicamente sinónimos de transporte, sino también de patrimonio familiar. La familia debía tener las instalacio­nes necesarias.

En el transporte predominab­a el uso del caballo y las mulas; si bien el primero era el más ágil y veloz, era también el menos fuerte y resistente, siendo la mula la que por la fortaleza (soportaba de 100 a 200 kg, según el tamaño). Narciso Barrera Bassols escribió que “las mulas y burros eran los ´ferrocarri­les´ coloniales”.

El caballo tomaba agua en mayor cantidad que la mula. Por esta razón, era común encontrars­e estos bebederos públicos en los cruceros, cerca de los mercados, próximos a un café, restaurant­e, en las estaciones del tren, prácticame­nte por todas partes. El ayuntamien­to era el responsabl­e de mantenerlo­s con agua o, en muchos casos, los comerciant­es cercanos, pues les convenía tener a gusto y sin preocupaci­ones a sus clientes.

Así, el texto escrito por Ivonne Mijares deja a la imaginació­n una ciudad conectada por el andar de caballos, burros y mulas: “a principios del siglo XVII diariament­e entraban a la capital del virreinato cerca de 3000 mulas cargadas de bastimento­s.”

Este par de animales también eran utilizados por las autoridade­s -virreinale­s, religiosas o independie­ntespara la venta de agua, entrega de correo, el cobro del diezmo en zonas “lejanas” o la limpieza de la ciudad.

Para la hidratació­n de esta fuerza de trabajo, había fuentes de agua que gobiernos coloniales, hasta del México Independie­nte, mandaban a hacer ya fuera para paseos o plazas públicas, en caminos cercanos a acueductos o en las principale­s avenidas.

Por décadas, a diferencia de la actualidad, el agua no llegaba a los hogares por tuberías, sino que había que ir por ella a pie a las fuentes o con la ayuda de estos animales.

Publicacio­nes de la época mencionan que personas y animales compartían el agua de fuentes y bebederos, hechos especifica­mente para poder tomar agua.

La sociedad tenía costumbres y tradicione­s tan arraigadas que, a pesar de los esfuerzos, la capital vivía en constante estado de insalubrid­ad.

Tal y como pasó con los canales, en las aguas de las fuentes la gente lavaba su ropa, se aseaba, lavaba alimentos, se bañaba o las utilizaba como sanitario, además de tirar basura. Con el tiempo el agua empezó a contaminar­se y en 1797, de acuerdo a Jessica Trejo Moreno, hubo una epidemia de viruela. Acciones que fueron sancionada­s por el virrey.

Entrado el siglo XX, la capital se fue llenando de tecnología y de automóvile­s, el paisaje urbano cambió.

Los ríos se entubaron, los canales se desecaron y se reemplazar­on a los animales por los automotore­s.

Uno de los contados vestigios que quedan de los bebederos de animales se encuentra al interior del Centro Cultural Coyoacanen­se, es la fuente de su jardín que fue donada por E. Orrin, un prominente empresario.

Este bebedero y fuente estaba muy cerca de la estación de tren Colonia, en este lugar hoy vemos el Monumento a la Madre.

Tiene dos niveles de “piletas”, uno en el que probableme­nte se aseaban o bebían los humanos y el otro a la altura de los pies, donde con seguridad bebían los animales.

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 ??  ?? Cruce cercano a la Catedral Metropolit­ana a principios del siglo XX. Del lado inferior izquierdo un bebedero en forma de tina. Al fondo dos caballos.
Cruce cercano a la Catedral Metropolit­ana a principios del siglo XX. Del lado inferior izquierdo un bebedero en forma de tina. Al fondo dos caballos.

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