“GASOLINERAS” PARA BURROS
Hace décadas, los lugares para que el transporte “cargara combustible” no eran gasolinerías, sino fuentes o bebederos en las calles y sitios públicos, para caballos, mulas y burros.
Antes del automóvil, los animales eran el transporte y se surtían de combustible en bebederos.
Antes de que existiera el automóvil y cualquier transporte automotor, el tránsito en la ciudad estaba dominado por mulas, burros o caballos. Como cualquier ser vivo al realizar un esfuerzo físico, los animales tenían que tener sitios para descansar, comer y beber agua.
Ahora con la onda de calor que azota a la capital, en la que se exhorta a la ciudadanía a instalar improvisados recipientes con agua para perros, gatos y hasta pájaros, es un buen momento para recordar cómo “cargaban combustible” caballos, mulas y burros en el pasado.
Era una ciudad que, en vez de tener estaciones para cargar gasolina, estaba llena de fuentes que permitían el descanso tanto de trabajadores como de animales de carga.
Según la investigadora Ivonne Mijares Ramírez, los animales más comunes para el trabajo en la capital eran los caballos y las mulas; siendo éstas últimas las más resistentes.
Los animales en aquella época no eran únicamente sinónimos de transporte, sino también de patrimonio familiar. La familia debía tener las instalaciones necesarias.
En el transporte predominaba el uso del caballo y las mulas; si bien el primero era el más ágil y veloz, era también el menos fuerte y resistente, siendo la mula la que por la fortaleza (soportaba de 100 a 200 kg, según el tamaño). Narciso Barrera Bassols escribió que “las mulas y burros eran los ´ferrocarriles´ coloniales”.
El caballo tomaba agua en mayor cantidad que la mula. Por esta razón, era común encontrarse estos bebederos públicos en los cruceros, cerca de los mercados, próximos a un café, restaurante, en las estaciones del tren, prácticamente por todas partes. El ayuntamiento era el responsable de mantenerlos con agua o, en muchos casos, los comerciantes cercanos, pues les convenía tener a gusto y sin preocupaciones a sus clientes.
Así, el texto escrito por Ivonne Mijares deja a la imaginación una ciudad conectada por el andar de caballos, burros y mulas: “a principios del siglo XVII diariamente entraban a la capital del virreinato cerca de 3000 mulas cargadas de bastimentos.”
Este par de animales también eran utilizados por las autoridades -virreinales, religiosas o independientespara la venta de agua, entrega de correo, el cobro del diezmo en zonas “lejanas” o la limpieza de la ciudad.
Para la hidratación de esta fuerza de trabajo, había fuentes de agua que gobiernos coloniales, hasta del México Independiente, mandaban a hacer ya fuera para paseos o plazas públicas, en caminos cercanos a acueductos o en las principales avenidas.
Por décadas, a diferencia de la actualidad, el agua no llegaba a los hogares por tuberías, sino que había que ir por ella a pie a las fuentes o con la ayuda de estos animales.
Publicaciones de la época mencionan que personas y animales compartían el agua de fuentes y bebederos, hechos especificamente para poder tomar agua.
La sociedad tenía costumbres y tradiciones tan arraigadas que, a pesar de los esfuerzos, la capital vivía en constante estado de insalubridad.
Tal y como pasó con los canales, en las aguas de las fuentes la gente lavaba su ropa, se aseaba, lavaba alimentos, se bañaba o las utilizaba como sanitario, además de tirar basura. Con el tiempo el agua empezó a contaminarse y en 1797, de acuerdo a Jessica Trejo Moreno, hubo una epidemia de viruela. Acciones que fueron sancionadas por el virrey.
Entrado el siglo XX, la capital se fue llenando de tecnología y de automóviles, el paisaje urbano cambió.
Los ríos se entubaron, los canales se desecaron y se reemplazaron a los animales por los automotores.
Uno de los contados vestigios que quedan de los bebederos de animales se encuentra al interior del Centro Cultural Coyoacanense, es la fuente de su jardín que fue donada por E. Orrin, un prominente empresario.
Este bebedero y fuente estaba muy cerca de la estación de tren Colonia, en este lugar hoy vemos el Monumento a la Madre.
Tiene dos niveles de “piletas”, uno en el que probablemente se aseaban o bebían los humanos y el otro a la altura de los pies, donde con seguridad bebían los animales.