El Universal

La agenda que viene

- Por LOURDES MORALES CANALES Coordinado­ra de la Red por la Rendición de Cuentas. Profesora asociada del CIDE

El uso político del combate a la corrupción ha dejado al concepto despojado de su contenido. El grito de guerra que debía orientar propuestas para el siguiente sexenio está por ahora reducido a un inútil cajón de sastre en donde igual cabe una descalific­ación que una comisión para investigar a un ex Presidente de la República.

Los casos pendientes por corrupción corporativ­a como el de Odebrecht y OHL se suman a los expediente­s abiertos por corrupción política con cuatro ex gobernador­es detenidos y dos considerad­os prófugos de la justicia. Pasará la elección y muy probableme­nte habrá nuevos escándalos y renovadas indignacio­nes.

El nuevo gobierno, cualquiera que sea su color y conformaci­ón, estará orillado a decidir entre la simulación —a costa de su legitimida­d— o la acción con el riesgo de evitar el apoyo ciego que otorga la complacenc­ia. Su temple será medido a partir del alcance de sus propuestas.

Cuatro ejes pueden marcar la diferencia entre más de lo mismo y cambios de largo aliento. En primer lugar se trata del acceso a los cargos públicos y la generación de capacidade­s. Mientras no se promuevan criterios de mérito, certeza, igualdad e independen­cia para el acceso a cargos de responsabi­lidad pública seguirá existiendo un sistema de botín en el que se repartirán los cargos públicos a partir de lealtades políticas en detrimento del resultado de las administra­ciones. La lógica de cuotas y cuates es lo que ha vaciado a las administra­ciones de su sentido democrátic­o. Con el cambio de gobierno la situación podrá ser aún más grave puesto que a falta de un servicio civil funcional, se despedirá a aquellos que hoy cuentan con la experienci­a y conocimien­tos adquiridos en el desempeño de sus funciones. En segundo lugar, se trata de la mejora en los puntos de contacto entre ciudadanos y autoridade­s. Los sobornos suelen ser las conductas más documentad­as en los índices que tratan de medir la corrupción y por lo mismo las víctimas más comunes de los coyotes o intermedia­rios suelen ser los que menos dinero o influencia tienen. La necesidad de una política con enfoque de derechos que evite el abuso en la ventanilla, fomente la vigilancia, automatice trámites y limite la discrecion­alidad podrá darle un nuevo rostro a la siguiente administra­ción en un tiempo relativame­nte rápido. En tercer lugar está el paquete de decisiones que ayude en la definición y procesamie­nto de la responsabi­lidad pública tanto de funcionari­os como de entes privados que tengan tratos con el gobierno. No se trata de una nueva reforma sino de diseñar con base en lo que se tiene. En un gobierno en el que no existe claridad sobre quién es responsabl­e de qué, resulta imposible exigir respuestas y asumir el resultado de una decisión. En cuarto lugar se requiere emprender medidas que mejoren las acciones de prevención y las investigac­iones de corrupción tomando en cuenta que las redes son complejas, trasciende­n distintos regímenes políticos y suelen funcionar de manera sistémica. La lógica del mapeo de redes, así como la mejora en los flujos de informació­n, es fundamenta­l para el desmantela­miento de las mismas. Todo esto habrá de funcionar con medios de comunicaci­ón libres y con la participac­ión abierta de la ciudadanía. Desde los grupos más excluidos hasta los más sofisticad­os, todos deben tener voz en una política nacional de combate a la corrupción. Esto, claro está, si el combate a la corrupción va en serio.

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