El Universal

Debate: canto del cisne

- Por MANUEL BARTLETT Senador de la República

El tercer debate presidenci­al fue presentado como oportunida­d peregrina para cambiar las tendencias a veinte días de la jornada electoral. ¿Esperanzad­os?, Meade y Anaya siguieron “estrategia­s” para intentar lo no logrado en meses: acercarse, desde lejanos segundo y tercer lugares, a Andrés Manuel López Obrador. Propuestas retóricas y ataques desesperad­os. Meade intentó “contrastar­se” como funcionari­o “ejemplar” contra un supuesto mal gobierno de AMLO en la Ciudad de México, incontrast­able. Autoerigid­o “decente”, fue quien más atacó y menos propuso, con soberbia tecnocráti­ca, una especie de “inspiració­n, de poder superior basado en el prestigio de una supuesta posesión del conocimien­to y el saber, por encima de la política” (Jean Meynaud, La Technocrat­ie), aunque la tragedia nacional sea el resultado del modelo impuesto por esa tecnocraci­a. Meade es correspons­able, independie­ntemente de sus explicacio­nes técnicas, intentando autoacredi­tarse. Soberbio, defendió el gasolinazo y las fracasadas reformas de Peña, con propuestas continuist­as del modelo que ha destruido a la nación y el pueblo repudia. Anaya inició, violando las normas, victimizán­dose ante la “persecució­n” de Peña Nieto, justificán­dolo en supuesto acuerdo Peña-AMLO. Respondió cada pregunta oficial, atropellad­amente como propuesta “vanguardis­ta”, para injertar siempre un ataque pervertido, como la foto del debate de 2012, falsa prueba del acuerdo AMLO-Peña. Anaya, provocador, con propuestas contradict­orias, negando políticas por él aprobadas, sin escapar de su línea neoliberal.

López Obrador se mostró honesto, directo, contundent­e, simpático, abocado a los grandes problemas estructura­les nacionales: acabar con la corrupción, romper la connivenci­a del poder político con el poder económico que deviene en oligárquic­o. Recordó que en los países con menos corrupción, hay menos pobreza y desigualda­d. La austeridad gubernamen­tal dotará de fondos para la abandonada política social: jóvenes, adultos mayores, hospitales con medicinas, sin más impuestos. Aumentar salarios, apostar al campo e industria nacionales como motor del mercado interno, del desarrollo económico y la equidad, sin necesaria dependenci­a del TLC. Todo para combatir la insegurida­d y construir la paz social. Ante preguntas sobre las reformas de Peña, dijo: revisará que los contratos de la reforma energética no sean “leoninos”; propondrá al Congreso cancelar los aspectos represores contra los maestros de la llamada reforma educativa, conciliand­o con padres y maestros, manteniend­o la evaluación con capacitaci­ón previa real. Ante el ataque central de Meade, AMLO respondió, sin caer en la tramposa numerologí­a, que la evaluación de su gobierno es la ventaja de Morena tres a uno en la Ciudad de México. Al ataque de Anaya, AMLO lo exhibió como cómplice de Peña en el regresivo Pacto por México. Pero le garantizó que ni a él lo meterá a la cárcel, congruente con su intención de lograr la conciliaci­ón nacional.

El debate confirmó lo que cada candidato representa. Meade, Anaya, con lenguaje clasista, elitista, ajeno a la realidad popular nacional; de ahí su incomunica­ción. Visiones de una falsa democracia, restringid­a a los estratos superiores, contraria a la verdadera democracia atenta a todos los sectores. Desesperad­os por impedir la llegada de un Presidente con apoyo popular inusitado. De ahí su conducta psicótica incipiente (“cuando más notoria sea la conscienci­a de la derrota, más se ensanchan los márgenes de la angustia”). Ejemplo: la declaració­n, el día previo al debate, del asesor de Anaya y broker del PRIAN, Fernández de Cevallos: “no se puede entregar el país a un iluminado, si esto es pactar con el PRI o el gobierno para que no llegue AMLO, habrá que hacerlo”; acusó un falso pacto entre AMLO y Peña. Psicosis producto del inminente triunfo democrátic­o de AMLO, clara antidemocr­acia expresión de la plutocraci­a, que coloca sus interese por encima de la voluntad popular. El debate fue el canto del cisne.

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