El Universal

Para un mejor país, mejores empresas con mejores empresario­s

- Por José Antonio Dávila Castilla El autor es director del Centro de Investigac­ión en Iniciativa Empresaria­l IPADE-EY

La relevancia de la empresa y del empresario en nuestra sociedad ha sido cuestionad­a de una forma injusta que muestra un claro dolo o, en el mejor de los casos, ignorancia.

Por tal motivo, convienen algunas precisione­s al respecto.

Las personas que voluntaria­mente se asocian con aportacion­es de diversa índole para formar una empresa deben cumplir en forma simultánea con dos fines, uno económico –generar riqueza– y otro moral –prestar un servicio legítimo a la sociedad. La empresa debe contribuir al bien común y crear riqueza para retribuir con justicia a todos los que colaboran en ella. Sin estas dos justificac­iones, la empresa se desvirtúa.

Abundan las “empresas” que ganan sin servir. Por ejemplo, algunas personas comparan al crimen organizado con una “empresa”, pero no se puede llamar como tal ya que no tiene una justificac­ión moral.

Lo mismo puede decirse de las que lucran ilegalment­e con la propiedad intelectua­l de otros, con la degradació­n de la dignidad de la persona, defraudan a la sociedad operando en la economía informal, o simplement­e son parte del cáncer de la corrupción.

Las empresas deben tener una justificac­ión moral, congruente con la dignidad humana. Por ello, si bien es cierto que la empresa moderna ha traído consigo una cantidad importante de beneficios para la sociedad, no podemos hacer a un lado la realidad de que reiteradam­ente es vista con cierta suspicacia, severament­e acusada de la pérdida de humanismo y directamen­te señalada –en muchas ocasiones con razones suficiente­s– como la causante de crisis económicas y sociales.

La sociedad legítimame­nte demanda empresas competitiv­as, pero también, y por encima de lo anterior, requiere empresas responsabl­es, éticas y con un profundo sentido humanista. Hacer una empresa rentable y competente es un reto, pero hacerla rentable, competente, ética y humana, lleva el reto del empresario a un nivel superior de exigencia… y en México son incontable­s los ejemplos de esta clase de empresario­s, sin importar el tamaño y alcance de su empresa.

Una empresa capaz de transforma­r positivame­nte su entorno depende, en gran medida, del trabajo bien hecho por parte del empresario. Un trabajo que implica, entre otras cosas, respuestas creativas a los retos que enfrentan; una sólida convivenci­a profesiona­l basada en sinceros lazos de respeto y confianza; y la responsabi­lidad de decidir lo que es correcto para el bien de los demás, por encima de cualquier interés individual.

El empresario hace realidad sus aspiracion­es cuando honra su vocación de manera genuina y está más motivado por ella que sólo por el éxito personal y material.

Cuando su organizaci­ón funciona correctame­nte y se centra en servir al bien común, realiza una gran contribuci­ón para la prosperida­d económica, moral e incluso al bienestar espiritual de la sociedad.

Por esta razón, su papel es de vital importanci­a, no sólo en el mundo de los negocios, sino en la realidad social de nuestro país. El empresario ha sido ese agente en nuestra sociedad con la capacidad para movilizar recursos y personas hacia las áreas con mayores oportunida­des de generación de riqueza económica, social y humana.

Cuanto mejores empresas sean capaces de gestar los empresario­s de una sociedad, más aún en la coyuntura actual que vive México, mejor será la atención de sus necesidade­s, se originarán más alternativ­as de trabajo, se aprovechar­án mejor los recursos disponible­s y su efecto multiplica­dor redundará en más y mejores oportunida­des para todos.

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