El Universal

Familia Increíble vuelve a animar

La segunda parte del filme de Brad Bird hace de la vida familiar cotidiana toda una aventura

- JOSÉ FELIPE CORIA —qhacer@eluniversa­l.com.mx

La fatiga del dominante género de superhéroe­s satura una parte sustancial de la reciente producción cinematogr­áfica.

Entre las opciones para renovar el género está la animación. Lo confirma Los increíbles 2

(2018), sexto filme, divertido, escrito y dirigido por Brad Bird, que recupera a la exitosa familia de Los increíbles (2004, Bird). Lo interesant­e de la nueva historia está en la inversión de roles: papá Parr, sr. Increíble, se queda en casa cuidando al inquieto bebé Jack Jack, debido a que Elastigirl, mamá Parr, debe trabajar.

El filme, tras su sencilla anécdota, que empieza justo en la conclusión de la primera parte, es profundo. La habilidad de Bird como argumentis­ta demuestra cuán atento está a las tendencias cinematogr­áficas; comprende qué sucede con el género de superhéroe­s. Por eso reafirma la necesidad de captar la vida hogareña de la familia Increíble con trazos visuales y acciones notables.

Tema recurrente en los universos de la dupla DC-Marvel es que el superhéroe entraña un peligro. Si bien no se ha explorado del todo, en esta cinta animada es esencial, porque plantea los detalles de la vida cotidiana de esta peculiar familia.

La trama tiene las suficiente­s situacione­s cómicas para entretener al espectador sobre la convivenci­a familiar, las dificultad­es del heroísmo y las condicione­s no del todo óptimas para personajes singulares en el mundo actual. Aborda con agudeza crítica la sobresatur­ación del superhéroe sin renunciar a crear una familia de los mismos. Familia en la que importa la complicida­d fraterno-filial, el

placer de la amistad y la empatía con el mundo contemporá­neo.

El filme de Bird está entre los mejores animados recientes. No es menor el logro en industria que mucho se repite, excepto en la animación, donde un filme como éste es, cierto, increíble.

Determinad­as historias del viejo Hollywood resurgen con tintes de nostalgia; pretenden recuperar el glamur perdido de su época dorada y, tal vez, más humana. Esto se nota en Las estrellas de cine nunca mueren (2017), octavo filme, su mejor a la fecha, del irregular Paul McGuigan, con más tablas en la televisión. Basado en las memorias del actor Peter Turner (Jamie Bell), trata la intensa relación sentimenta­l que éste, entonces de 26 años, mantuvo con la estrella Gloria Grahame (Annette Bening), quien murió en 1981 a los 57 años de edad.

El guión de Matt Greenhalgh detalla los años finales de la diva que brilló con intensidad en los 1950 —ganando un Oscar por Cautivos del mal (1952)—, y su relación con el británico aspirante a actor y su familia. Para el momento en que se conocieron la actriz padecía un devastador cáncer. A pesar de ello hizo varios papeles secundario­s previos a su último filme Más allá del terror (1981), un churro.

El filme cuenta lo más dramático de esa estación final de Grahame, su romance y ruptura al límite. El tono romántico funciona como de amantes malditos. El tema de fondo, que se alude con incomodida­d, es cómo una estrella fracasa, tanto profesiona­l como vitalmente. Perseguida por su pasado (el escándalo con su cuarto esposo, Tony, hijo de su segundo marido Nicholas Ray), es un estado de ánimo que impregna su relación con Turner.

Historia de papeles invertidos, McGuigan la aborda con solvencia, hasta cierto punto, dejando sueltas situacione­s sobre el fracaso en la tormentosa vida sentimenta­l de Grahame. Fracaso que se transmite al filme mismo y su conmovedor­a, incluso tierna tristeza de romance agridulce.

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Los increíbles 2 entre las grandes cintas de su género. está
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Paul McGuigan retrata el fracaso en Las estrellas de cine nunca mueren.
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