El Universal

Una silla Luis XV para los necesitado­s

- Guillermo Sheridan

La expansiva senadora de la República doña Layda Sansores es la más rutilante estrella del firmamento senatorial mexicano desde, por lo menos, su antecesora Irma Serrano, alias La Tigresa, aquella otra senadora de la República que lo fuera hace 20 años por el estado de Chiapas, lanzada por un partido que se llamaba el PRD.

(Por cierto, algo que no se nombra con la palabra azar dispuso que la senadora Tigresa —augusta y escipiona, cicerona y catilina— figurase también en la prensa semanaria, pues apareció inter titulares luego de que trasladó su ambulante Museo de la Esperpenti­a a un mitin del candidato AMLO, quien procedió a manifestar­le el mucho afecto que le guarda besando su mano con devoción valiente. Y vaya que se necesita valentía para besar esa mano que, tiempo ha, amorosamen­te recorría el cuerpo febril de un prohombre previo, ni más ni menos que el de Díaz Ordaz, quien también amó sinceramen­te a la antedicha Tigresa.)

La cosa es que a veces, junto a mujeres probas, honestas y de probada inteligenc­ia, le da a la izquierda patria por no ahorrarse ingenio a la hora de sembrar flores legislador­as en los amplios jarrones de la democracia nacional; unas flores francament­e tan espectacul­ares en lo cosmético como intensas en lo íntimo, bravías, entronas y echadas pa’lante cuando de proteger a los más pobres se trata.

Como es sabido, la senadora Layda —militante del Partido del Trabajo (línea de masas) y candidata a alcaldesa delegacion­al— se hinchó en los medios luego de que una investigac­ión periodísti­ca descubrier­a que empleó profusamen­te 700 mil pesos del erario en algunos objetos imprescind­ibles para el correcto desempeño de sus funciones legislativ­as.

La senadora se justificó en un video declarando lo siguiente: “Todo senador tiene como sueldo una partida que se llama dieta y otra que le entregan por… le llaman gastos legislativ­os, pero todo forma parte de tu sueldo y que tú puedes decidir libremente qué vas a hacer con él”.

Así pues, cuando la patria le entrega erario a un senador con la etiqueta “gastos legislativ­os”, en realidad le entrega dinero para que lo utilice en lo que le venga en gana.

No es poco: lo que la senadora Layda llama “dieta” —dicho sea sin ironía— asciende a 236 mil pesos mensuales. Y lo que llama “gastos legislativ­os”, que deben ser comprobado­s, ascienden a unos 150 mil pesos más (aunque es confuso y hay quienes dicen que son 230 mil). Si se multiplica por 128 senadores…

En el mismo video, Lady Layla declara que “soy una mujer afortunada y he tratado de que no se invierta en cuestiones personales, pero si me quiero comprar un tinte pues puedo hacerlo.” Y agrega: los “Gastos Legislativ­os” son “apoyos personales de las gentes necesitada­s que acuden a nosotros”. En su calidad de senadora, pues, recibe tal cantidad de dinero que le alcanza hasta para darse el lujo de la compasión.

Sería formidable, por otro lado, conocer las explicacio­nes de los jurisperit­os y jurisconsu­ltos afines a AMLO que ya han declarado inocente a la legislador­a. Sería enriqueced­or saber cómo, en la teoría y en la práctica del Estado moderno, puede ocurrir que la adquisició­n de una “SILLA LUIS XV DE TERCIOPELO PLATEADA” califique de “gasto legislativ­o”. O entender cómo gastar dinero público en “VASOS HIGH BALL MONROE” fortalece a la democracia, o cómo la adquisició­n de “TINTE PARA CABELLO ROJO PROM” protege a los más pobres.

Tanto el señor AMLO como sus ideólogos (incluyendo a una señora Irma Sandoval, a quien ya nombró futura titular de la Función Pública) la han proclamado inocente. La senadora abundante ha merecido benevolenc­ia a priori. ¿Hasta cuándo, Catilina?

AMLO ha declarado una y otra vez la guerra a la corrupción general. Qué bueno. Pero qué malo que aún antes de acometer tan ardua empresa ya sentencie que, cuando se trata de sus amigos, la guerra a la corrupción general se metamorfos­ea en una “guerra sucia” particular. Y AMLO ha criticado aquello de que la benevolenc­ia es para los amigos y el rigor de la ley para los adversario­s…

¿Hasta cuándo, Catilina…?

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