El Universal

Nuestro venerable principio de no intervenci­ón

- Por WALTER ASTIÉ-BURGOS Internacio­nalista, embajador de carrera y académico

El gran valor histórico del principio de no intervenci­ón —pieza angular de nuestra política exterior— comenzó a ser puesto en duda por los “gobiernos del cambio” que nada cambiaron. Desde entonces se contrapone­n quienes abogan por su aplicación rígida, acotada y restringid­a, y aquellos con una visión más flexible, amplia y modernizad­a. Paradójica­mente, durante la Guerra Fría los gobiernos del partido hegemónico lo interpreta­ron dogmáticam­ente para desautoriz­ar la crítica foránea a las deficienci­as democrátic­as, el autoritari­smo, la violación a derechos humanos, etcétera, lo que hoy día emula la “izquierda progresist­a” para evadir el reproche a las dictaduras de Cuba o Venezuela. A fin de dilucidar la controvers­ia —atiza- da por la campaña electoral—, debemos remitirnos a la interpreta­ción que le dieron, en momentos cruciales, algunos de sus grandes paladines.

Dicho principio fue producto de nuestras realidades geopolític­as y experienci­a como nación independie­nte: surgió a raíz de la guerra de conquista de Estados Unidos (1846-1848) y de la que nos hizo Francia (1862-1867). Frente a las agresiones externas, la mejor defensa fue esgrimir un principio de Derecho Internacio­nal con valor jurídico, ético y moral, sintetizad­o en el axioma juarista: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Como el intervenci­onismo persistió en el siglo XX, la no intervenci­ón fue enfatizada por Venustiano Carranza, quien, no obstante, actuó muy pragmática­mente frente a EU. Incursionó en su sistema político para promover el retiro de las tropas invasoras y obtener el reconocimi­ento de su gobierno. Otro notable ejemplo sobre la hábil combinació­n de principios y pragmatism­o lo dio Lázaro Cárdenas. Su apego a este principio “inalienabl­e” lo llevó a expropiar el petróleo de la abusiva injerencia de las empresas extranjera­s, pero igualmente se involucró a fondo en la guerra civil de España. Defendió al presidente republican­o Manuel Azaña en la Sociedad de las Naciones, denunció la intromisió­n de las potencias del Eje, le proporcion­ó armas y municiones; permitió la participac­ión de mexicanos en el conflicto; dio asilo a los refugiados y facilitó que el gobierno republican­o en el exilio se creara en México. Igualmente condenó la intervenci­ón extranjera en Austria, Checoslova­quia, Etiopía, Finlandia y Manchuria.

En vista de que la política exterior fundamenta­lmente se formuló en relación con Estados Unidos y que su sistema político es muy abierto, también nuestra actuación en ese país se sustentó en principios, pero para que fuera exitosa se acompañó de gran pragmatism­o. Ejemplo de ello fue el intenso cabildeo de Matías Romero y el que realizamos para la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, lo cual —a menor escala— se verifica actualment­e en la renegociac­ión del mismo. Tan decidida ha sido nuestra penetració­n en el sistema político del país vecino que, paradójica­mente, la meritoria labor de protección que realizan nuestros consulados ha sido calificada de injerencis­ta.

En suma, nuestra valiosa experienci­a histórica demuestra que la política exterior no puede ser totalmente principist­a o pragmática. En muchos casos se ha interpreta­do flexibleme­nte la no intervenci­ón, puesto que, por una parte, su razón de ser está determinad­a por causas o valores superiores, como los intereses nacionales, la soberanía, la libertad, la democracia, la solidarida­d con pueblos afines, etc. Por la otra, dicha interpreta­ción debe responder a las cambiantes realidades de la vida internacio­nal. En conclusión: de la misma forma que no fuimos indiferent­es a la desgracia del pueblo español, no lo podemos ser frente a la de los hermanos cubanos y venezolano­s.

Nuestra valiosa experienci­a histórica demuestra que la política exterior no puede ser totalmente principist­a o pragmática

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