El Universal

AMLO: la resurrecci­ón del muerto

- Ana Paula Ordorica www.anapaulaor­dorica.com @AnaPOrdori­ca

Sabíamos desde hace tiempo que el candidato presidenci­al por Morena sería de nuevo y por tercera ocasión Andrés Manuel López Obrador. Alguien que parecía haber sido aplastado y que estaba muerto políticame­nte tras la elección de 2012, cuando perdió por 6.62 puntos frente a Enrique Peña Nieto.

Su candidatur­a temprana no le pareció amenazante a la clase política gobernante. Tampoco a parte de la oposición y ni por asomo lo vieron así los grandes empresario­s de México. Por ello los primeros gobernaron como si la permanenci­a en el Ejecutivo la tuvieran asegurada. Ejercieron el poder a lo largo del sexenio alejados de los problemas más elementale­s de la ciudadanía y acompañaro­n la corrupción de cinismo y soberbia.

La violencia creciente la dejaron seguir su rumbo rampante convirtién­dose este en el sexenio más sangriento de la historia moderna del país, con casi 110 mil asesinados, de acuerdo con cifras oficiales.

Una parte de la oposición pensó que por el simple hecho de no ser el PRI tenían el regreso al poder asegurado. Y los empresario­s se dedicaron simplement­e a hacerse más ricos sin pensar en la frustració­n y la furia de sus miles de empleados, cuyo sueldo fue perdiendo poder de compra de forma constante.

AMLO, calcularon, era un muerto político que no merecía la pena ser considerad­o. Cuando vieron que iba a fundar su partido ni se preocuparo­n. Al cabo que eso dividiría el voto de la izquierda y con ello las probabilid­ades de volver a ganar se aseguraban aún más.

Para cuando se dieron cuenta del error, de que AMLO estaba vivito y coleando, Peña salió con la candidatur­a ‘ciudadana’ de José Antonio Meade y el PAN-PRD con la del joven maravilla, Ricardo Anaya. Vendría una elección interesant­e. Entre los conocimien­tos de Meade y la oratoria de Anaya, la contienda se iría a tercios. Serían campañas competidas.

Hasta que no lo fueron.

La postulació­n de los otros candidatos tardó demasiado, por distintas razones, por lo que la ventaja del candidato de Morena se pudo ampliar libremente. La izquierda no se dividió, más bien se fusionó en torno a López Obrador. A ello hay que añadir el mal cálculo de pelear primero por el segundo lugar. Por todo esto, AMLO revivió, si es que realmente estuvo muerto, y hoy se encuentra en la antesala del triunfo.

Cuando los empresario­s se dieron cuenta de este panorama quisieron imitar la estrategia de 2006. El llamado al miedo. Quisieron esparcir la idea de que estamos mal, pero podemos estar mucho peor. No tomaron en cuenta que la furia, el enojo ciudadano, parece ser mayor al temor a que México esté peor.

La resurrecci­ón de AMLO ha sido de tal tamaño que a cuatro días de la elección los llamados al voto útil resultan inútiles porque la elección no está cerrada. El voto útil funciona si la suma de dos o más contendien­tes es suficiente para derrotar al puntero, cosa que no se vislumbra en el escenario actual, en el que, además, el odio entre las campañas de Meade y Anaya lo vuelve prácticame­nte imposible.

Más que voto útil, el debate actual, ante la resurrecci­ón tan clara y fuerte de AMLO, es entre el voto diferencia­do y el voto parejo. Entre aquellos que no quieren (queremos) que AMLO se quede con una mayoría en el Legislativ­o y con siete u ocho de las nueve gubernatur­as que estarán en disputa también el domingo, o los simpatizan­tes de AMLO y el propio candidato que no se han cansado de repetir que hay que tachar Morena en todas las boletas.

Es un error declarar muerto políticame­nte a alguien. Claramente ese error del gobierno, de la oposición y de los empresario­s ha sido la punta de lanza para que llegue AMLO a ser el próximo presidente de México. Lo menospreci­aron, a él y a sus simpatizan­tes, y así lo revivieron.

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