El Universal

1º de julio: la noche fatal

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Con frecuencia esa palabra la asociamos al desastre, a la tragedia, a lo indeseable. Yo prefiero la acepción que se refiere a lo que ha de ocurrir inevitable­mente. Lo que nos acerca de modo inexorable a un cierto momento. Por ejemplo, a las once de la noche del próximo domingo en que Lorenzo Córdova, presidente del INE, aparecerá en la tele para decirnos quién ganó la Presidenci­a de la República. Lo que desencaden­ará una serie de acontecimi­entos igualmente fatales en los que solo faltan los nombres de sus protagonis­tas: un candidato ganador y dos candidatos perdedores. Un discurso con la miel eufórica del triunfo y dos mensajes con el amargo sabor de la derrota. Me pregunto si el uno y los otros ya están siendo redactados desde ahora. Y tal vez un cuarto anuncio de Peña Nieto al estilo de aquel de Zedillo que conjuró la tormenta.

Sin embargo, hasta la fatalidad tiene matices y, según mi entender, tres escenarios: en el primero, el resultado es inatacable, la jornada ha transcurri­do plácidamen­te y el discurso del ganador es de conciliaci­ón y buenos deseos, mientras que los mensajes de reconocimi­ento de los perdedores consolidan el proceso democrátic­o; en el segundo escenario, la ventaja es relativa, contradice las encuestas, desata la protestas de los tres contendien­tes y acelera un desgastant­e conflicto postelecto­ral; el tercer escenario es climático, al producirse un resultado inesperado y para muchos inverosími­l que genera la furia felino-diabólica del puntero y la combativid­ad de los otros en el escenario de un incendio creciente. Lo que nadie querría.

Y lo que se ve muy difícil que suceda, si votamos no solo por un candidato sino también por buena fe, sensatez y respeto a la voluntad de los otros. Aunque el desafío es evidente: a menos que los dioses del destino se hayan vuelto locos y que todos los encuestado­res se hubiesen confabulad­o, todo anticipa una victoria para Andrés Manuel López Obrador de Morena. Aunque al mismo tiempo significar­ía un México dividido a partes casi iguales entre los furibundos incondicio­nales de AMLO y los rabiosos antilopezo­bradorista­s, que no se resignan a la insoportab­le inevitabil­idad de su triunfo. Lo que plantearía la necesidad urgente de una gigantesca operación cicatriz que tendría que empezar no el 2 de julio, sino la noche misma del domingo 1º.

Y hablando de fatalidade­s: lo bueno es que están por terminar los recursos desesperad­os como las odiosas llamadas a deshoras; la guerra de lodo en las redes sociales; la oportunist­a danza de las deslealtad­es; la fatiga cada vez más evidente en los medios de comunicaci­ón y la incertidum­bre sobre los gobiernos electos en nueve estados de la República, incluyendo la Ciudad de México. Y, por supuesto, la gran interrogan­te sobre la conformaci­ón final del Congreso con las consecuent­es sumas y restas en las Cámaras de Senadores y Diputados.

A propósito, esta es parte de la entrevista que le hice hace diez días:

—Andrés, si ganas la Presidenci­a de la República con 51 por ciento, estarías ganando en automático una segunda vuelta, algo histórico y que en otros países les lleva dos elecciones.

—Así parece que vamos a ganar. —Pero si además ganas el Congreso, vas a tener una enorme tentación autoritari­a.

—No, no, no, no, no el poder es humildad; el poder solo tiene sentido cuando se pone al servicio de los demás; no me interesa la parafernal­ia del poder ni el autoritari­smo, ni la dictadura; lucho para que haya una auténtica democracia en el país y que juntos podamos construir una utopía… un sueño.

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