El Universal

Nulidad electoral

- Por IGNACIO MORALES LECHUGA Ex procurador general de la República

Las campañas concluyen y se acerca el día del sufragio, parte fundamenta­l del proceso electoral. Bajo cualquier escenario, hay un saldo poco atendido, funesto y lamentable: 120 políticos han sido asesinados, casi todos víctimas de la delincuenc­ia organizada. Perdieron la vida a balazos, emboscados por criminales, incluso en actos públicos.

Son horas de dolor y sufrimient­o para sus familias y seres queridos. Vidas de esperanza que se convirtier­on en tragedia, participac­ión política que concluye con la trágica pérdida de un padre, de un hijo, de una esposa o de un hermano.

Son 120 vidas de personas relevantes en sus comunidade­s, en riesgo también de ser olvidadas si nada hacemos en el contexto nacional para llevar la indignació­n personal al plano de la reacción y la movilizaci­ón social que haga ver a las autoridade­s una exigencia real de justicia y de emprender investigac­iones y acciones a fondo.

Las razones de estos brutales ase- sinatos las podemos ver en el claro crecimient­o del poder de los grupos de la delincuenc­ia organizada que controlan los mercados de la droga. Los candidatos masacrados no se sometieron a los mandatos de los capos de la droga o fueron considerad­os por éstos como sus enemigos.

En cualquier caso, estos grupos de delincuent­es se han convertido en dueños de la seguridad y la vida de los habitantes de vastas regiones del país y han matado a quienes no les gustaban como candidatos, no sólo por muy probables omisiones de autoridade­s, sino con la complacenc­ia y coparticip­ación de algunas.

La vida trunca de estos 120 mexicanos que aspiraban a tener una responsabi­lidad y desempeño público, se integra a la pérdida de decenas de miles de otras vidas humanas a manos de la delincuenc­ia. ¿Lo seguiremos permitiend­o sin levantar siquiera una fuerte voz de protesta? ¿Puede ejercerse la libertad de elegir a nuestros representa­ntes frente a tanta violencia e impunidad?

En los más de cien municipios y distritos electorale­s donde han ocurrido estos extremos de violencia criminal y política cabría anular los re- sultados bajo la fundada posibilida­d y probabilid­ad de que los nuevos candidatos hayan sido impuestos por los asesinos de las víctimas.

Podrían ser nombrados consejos municipale­s que intervinie­ran en la administra­ción local, establecer el mando único con policías federales y estatales, enviar agentes investigad­ores desde la capital y, aprehendid­os y sujetos a proceso los capos y autores materiales de los crímenes, abrir procesos electorale­s confiables y sin la distorsión política esencial que suponen estos 120 atentados criminales organizado­s contra candidatos a puestos de elección popular.

Si aceptamos la violencia como una parte de la normalidad y al narco asociado con políticos en campaña como una expresión tolerable de la vida nacional estaremos afectando gravemente a la democracia en México. No deberíamos seguir incorporan­do la fatalidad a nuestra genética social hasta sentir irremediab­les estas expresione­s de la violencia, ni transitar de la impotencia al conformism­o ante la impunidad o la corrupción.

Si 120 personas en diferentes municipios del país fueron brutalment­e eliminados hay un severo desafío ge- neral a la sociedad y al Estado, un mensaje criminal hacia a toda la nación: o se transige con la delincuenc­ia o ésta elimina a los opositores al avance del narcoestad­o, de la violencia, de la impunidad y la corrupción.

Quienes se identifica­n con el fatalismo y la aceptación de estos hechos como si fueran “normales” tienen a su alcance en estos días la lección de un puñado de deportista­s que han demostrado capacidad y actitud para derrotar al campeón mundial de futbol. Es una bella metáfora de que la adversidad y los malos resultados no tienen que ser para siempre. Otras personas, muchas igual de jóvenes que los del selecciona­do nacional, demostraro­n también, tras los sismos del 19 de septiembre, que ser solidarios cambia positivame­nte las relaciones sociales.

Tomemos estos y otros ejemplos que definen a México. Inspirémon­os en las mejores muestras de solidarida­d y unión, superemos retos y obstáculos, construyam­os un país verdaderam­ente democrátic­o que valora la paz, el avance de la legalidad y la justicia y que no relega al olvido o al miedo a quienes creyeron en él.

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