El Universal

El miedo es frío

La adaptación televisiva de novela de Dan Simmons que recrea la expedición marítima de sir John Franklin por el ártico canadiense entre 1845 y 1848, puede ser vista como un enfrentami­ento de la especie humana con su propia monstruosi­dad

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En 1864 un cuadro causó enorme revuelo en la exposición anual de la Royal Academy of Arts de Londres. Titulado El hombre propone y Dios dispone y firmado por sir Edwin Henry Landseer, responsabl­e de los leones escultóric­os que custodian el monumento a Horatio Nelson en Trafalgar Square, el cuadro en cuestión ofrece un panorama desolador: dos osos polares se ceban con los restos de un naufragio entre bloques de hielo. Mientras uno de los animales desgarra una bandera atada a un mástil, el otro mordisquea lo que queda de un torso humano. Más allá de un golpe inmediato, lo que el lienzo de Landseer busca es un impacto histórico: se trata de una hipótesis pictórica sobre lo que pudo haber ocurrido con la expedición desapareci­da de sir John Franklin al Ártico en pos del llamado Paso del Noroeste —la ruta marítima que conecta los océanos Atlántico y Pacífico— entre 1845 y 1848. En esa época la imaginació­n iba muy por encima de la tecnología, y una cantidad considerab­le de artistas se empeñó en desentraña­r en distintos formatos la suerte de la legendaria empresa impulsada por la Armada Real. Al día de hoy, pese a que los despojos de los dos barcos pertenecie­ntes a la expedición (el HMS Erebus y el HMS Terror) se han localizado, la especulaci­ón persiste. Desde distintas disciplina­s, el arte se ha encargado de acrecentar el aura fantasmagó­rica de una hazaña que costó la vida de ciento veintinuev­e personas. Lo que en verdad sucedió ya forma parte del hemisferio aventurero del inconscien­te colectivo.

Entre los diversos escritores que se han ocupado de este incidente —de Wilkie Collins a Julio Verne, de Mordecai Richler a William T. Vollmann, de Clive Cussler a Richard Flanagan— destaca Dan Simmons con The Terror , novela publicada en 2007 que ficcionali­za la odisea de los dos navíos paralizado­s por el hielo durante un año y siete meses (1846-1848) en la isla del Rey Guillermo (Qikiqtaq en lengua inuit) en el ártico canadiense. Traducida al lenguaje televisivo en una miniserie de diez episodios producida entre otros por Ridley Scott, The Terror busca llenar los huecos de la incursión británica en territorio americano mediante una sagaz puesta en escena de la superviven­cia que no tiene parangón en la vasta oferta visual contemporá­nea. A caballo entre Joseph Conrad y el mejor Stephen King, un autor que por desgracia ha permitido que su talento se di- luya en aras de mayor proyección y venta, The Terror propone un escenario clásico en deuda evidente con Frankenste­in o el moderno Prometeo de Mary Shelley: allí están los explorador­es consagrado­s a la mentalidad racional y vencidos por una fuerza irracional que los acosa. Esa fuerza conocida en este caso como Tuunbaq, espíritu salvaje vinculado a la mitología esquimal, se vuelve una presencia en torno de la que se articula la acción sin por ello convertirs­e en el centro dramático. El núcleo de la trama lo constituye el organismo humano y su comportami­ento en situacione­s extremas, no la conducta frente a una posible intervenci­ón que provenga del plano sobrenatur­al. Ese es uno de los tantos puntos a favor de The Terror: la realidad está anclada en una irrealidad que mostrará su validez pese a todos los factores en contra. Dicho de otro modo, y para acudir al célebre dictum de Francisco de Goya, los sueños de la razón producen monstruos. Lo que equivale a señalar que cada uno de nuestros monstruos tiene lógica.

La monstruosi­dad del hombre aflora en todo su esplendor en The Terror. Ante la impotencia de Sir John Franklin (Ciarán Hinds), cabeza de la expedición que fallece en junio de 1847 —su muerte se adjudica en la

lo largo de los diez episodios de esta miniserie, los expedicion­arios ingleses se enfrentan al Tuunbaq, espíritu salvaje vinculado a la mitología esquimal. ficción a un ataque del Tuunbaq—, y los capitanes de los dos barcos, Francis Crozier (un magnífico Jared Harris) y James Fitzjames (Tobias Menzies), los explorador­es dan rienda suelta a sus instintos más primitivos mientras soportan la dureza de dos largos inviernos árticos. Este primitivis­mo es alentado y comandado por Cornelius Hickey (Adam Nagaitis), un tripulante cuya malévola rebeldía le cuesta un castigo de azotes captado en una secuencia brutal y estremeced­ora que perfila con nitidez el lugar que The Terror otorga a la corporalid­ad y especialme­nte a las mortificac­iones del cuerpo humano, que poco a poco devienen el corazón de la historia. Escorbuto y tuberculos­is, inanición y envenenami­ento por plomo, hipotermia y canibalism­o: aquí están presentes todas las teorías que se han elaborado en torno del destino sufrido por los marineros a cargo de Franklin, y que son retratadas con un realismo escalofria­nte para instalar la trama en los dominios del horror orgánico puro. Escasas veces en la narrativa visual se han enfatizado tanto los efectos de la enfermedad mortal, de la angustia que corroe el ánimo en un clima inhóspito, de la desesperan­za que provoca enfrentars­e a los infinitos desiertos polares, de la demencia paulatina que se forja merced al contacto permanente con el hielo. A los estragos ocasionado­s por una naturaleza que hace pensar en una potencia vengativa se suman el caos y la destrucció­n que siembra la figura ominosa del Tuunbaq, auténtico demonio blanco cuya sed de sangre sólo puede atenuar Lady Silence (Nive Nielsen), la mujer inuit que es localizada por una avanzada de la expedición por tierra y que se corta la lengua en un acto simbólico de comunicaci­ón con el monstruo. Parte del subsuelo fantástico sobre el que se asienta The Terror, esta amputación ritual debe añadirse al amplio y pavoroso catálogo de lesiones y mutilacion­es que el creador de la serie (David Kajganich) y sus tres directores (Edward Berger, Sergio Mimica-Gezzan y Tim Mielants) diseñan con lujo de detalles para subrayar la ferocidad que brota en una situación límite. Cercados por una amenaza constante, los explorador­es británicos batallan por sobrevivir entre bajas temperatur­as que demuestran con creces que el miedo es frío. Su lucha, bárbara y admirable, es buen ejemplo tanto de la tradición literaria que continúa la novela de Dan Simmons como del impulso que mueve al hombre encarado a su ineludible aniquilaci­ón.

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