El Universal

El día después de las encuestas

- José Luis Luege Twitter: @JL_Luege

Escribo mi artículo un día antes de las elecciones, por lo que no tengo ni idea de los resultados. Desde luego puedo adelantar que la participac­ión ciudadana será amplia y que los datos finales serán muy distintos a las encuestas publicadas durante el proceso.

Analizando los distintos estudios estadístic­os realizados tanto por empresas especializ­adas muy conocidas como por algunos importante­s medios de comunicaci­ón, se observó en general poco rigor en el diseño estadístic­o de la muestra, dejando dudas sobre el nivel de confianza.

Independie­ntemente de los resultados, en todos los casos, se cometió un error, a mi juicio muy grave, el cual consistió en calcular mediante modelos estadístic­os, una distribuci­ón del voto de las personas que no contestaro­n.

La “no respuesta” y el “no sabe/no contestó”, en la mayoría de los casos, estuvo en el orden de 40%. Lo cual quiere decir que si la muestra —como se diseñó en varios estudios— era de mil 200 encuestado­s, 480 no la respondier­on.

Mediante modelos matemático­s, las encuestado­ras “integraban” las “no respuesta”, tratando de tener el llamado resultado “efectivo”, pero en realidad lo que sucedió fue la presentaci­ón de resultados “tendencios­os”. ¿Qué modelo matemático o algoritmo se puede meter en la conciencia de las personas que no han tomado aún una decisión para determinar el sentido final de su voto? Más bien, lo que se aplicó a lo largo de la campaña fueron encuestas que se convirtier­on en promoción de candidatos.

Lo que se buscaba, en muchos casos, fue crear una tendencia y de esa forma inducir la votación. La realidad es que muchos electores que están en el universo de la “no respuesta”, la decisión la toman el mismo día de la elección, de ahí el sesgo tremendo de las encuestas.

Si los “indecisos” y la “no respuesta” sumaban 40%, entonces el puntero de una elección de 4 candidatos difícilmen­te podría rebasar un 30%; sin embargo, las encuestas presentaba­n datos más arriba. Puedo equivocarm­e, pero las encuestas en este proceso no reflejaron la realidad de las tendencias; por lo tanto, considero que en un futuro se debe exigir mayor rigor estadístic­o.

Otro aspecto negativo fue la simulación de las precampaña­s. A la muy larga campaña de 90 días, hay que sumarle el tiempo de precampaña. Ahí, además de la pobreza y falta de contenido de la publicidad, el problema de fondo fue su ilegalidad. La ley es clara en este aspecto: las precampaña­s podrán contar con publicidad oficial, siempre y cuando se demuestre que hay competenci­a al interior de los partidos. Como todos pudimos apreciar, en general no hubo precandida­tos de las coalicione­s, ni procesos democrátic­os al interior de los partidos que las conformaro­n, simplement­e, la imposición de las cúpulas. Por lo tanto y de acuerdo a la Ley, no debió haber habido espacios de publicidad oficial dado que estrictame­nte no hubo precampaña­s.

El proceso electoral de 2018 nos deja un mal sabor de boca. Es la campaña más cara de toda la historia; miles de millones de pesos mal invertidos y lo más grave es que no representó ningún avance democrátic­o. Por el contrario, hubo retrocesos.

El sistema presidenci­alista, como el de los partidos políticos, está agotado; no podemos seguir por este camino.

Se requiere una verdadera reforma política que genere procesos más sencillos y menos costosos; hay que reducir drásticame­nte los recursos a los partidos políticos, adelgazar los organismos electorale­s, disminuir los montos de campañas, reducir el número de legislador­es, aprobar la segunda vuelta electoral, o de plano cambiar del sistema presidenci­alista a uno parlamenta­rio. Finalmente, que las encuestas sean verdaderos estudios sobre la opinión pública y no instrument­os de manipulaci­ón.

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