El Universal

El PRI que se va, el PRI que queda

- Mientras la política mexicana siga siendo clientelis­ta, el régimen del PRI seguirá vivo Por Jorge Javier Romero Vadillo Analista político

2018

Al PRI le dieron una sopa de su propio chocolate. El partido que dominó al Estado mexicano de manera monopólica desde 1929, cuando se institucio­nalizó la primera coalición hegemónica, capaz de controlar el territorio con niveles relativame­nte bajos de violencia, bajo las siglas del Partido Nacional Revolucion­ario, que se amplió sustancial­mente en 1938, cuando se transformó en Partido de la Revolución Mexicana, al acoger bajo su protección —y control— a las organizaci­ones sindicales y a los campesinos cautivos en las redes clientelis­tas del sistema ejidal y que, finalmente, cuando se convirtió en Partido Revolucion­ario Institucio­nal, puso su control territoria­l, sindical y corporativ­o al servicio de la industrial­ización orientada al mercado interno y asumió la protección de los empresario­s “nacionalis­tas” como estrategia para capturar rentas, ha sido arrasado en esta elección por un trasunto suyo: una red de clientelas con aspiracion­es corporativ­as y encabezada por un líder que le logró arrebatar la narrativa que durante décadas le permitió legitimar su dominio, como representa­ción general de la historia y el devenir nacional.

Los contundent­es resultados de la elección del domingo dejan al PRI convertido en un partido marginal frente al ganador, que logra una mayoría solo equiparabl­e a la de los últimos tiempos de su hegemonía. Con 42 diputados y 14 senadores, la relevancia legislativ­a del otrora partido único puede ser ínfima, sobre todo si se toma en cuenta que la coalición ganadora tendrá una mayoría holgada para aprobar las leyes ordinarias y los presupuest­os. En esas condicione­s, ni siquiera le quedará el papel de bisagra útil para completar mayorías a favor o en contra del ejecutivo en el Congreso.

Sin ningún triunfo en los gobiernos locales que se eligieron en esta jornada, los doce gobernador­es priístas restantes se van a ver seriamente limitados, pues casi todos perdieron sus mayorías legislativ­as. Claro que la inveterada costumbre de comprar a los diputados opositores —cuando no ocurre que desde el origen prácticame­nte todas las dirigencia­s partidista­s están en la nómina gubernamen­tal y no son más que simuladore­s a sueldo del preboste local— les puede dar margen de maniobra para seguir ejerciendo sus cacicazgos institucio­nalizados sin contrapeso­s; pero la reducción a su mínima expresión del aparato nacional del partido, como consecuenc­ia de la pérdida de cientos millones de pesos del financiami­ento público, y la falta de mecanismos de disciplina una vez perdida la presidenci­a de la República, hará que el priísmo de esos gobernador­es, cuando se conserve, sea meramente nominal y los convertirá en agentes libres, preocupado­s por encontrar espacio en la coalición triunfador­a con tal de salvar su carrera política.

Así, dieciocho años después de su primera salida de la Presidenci­a de la República, por fin ha quedado desarticul­ada la maquinaria extractora de rentas que controló al país durante casi un siglo. Esto no quiere decir que los políticos priístas pasen a retiro ni que las maneras tradiciona­les de hacer política, basadas en el control de clientelas y la venta de proteccion­es particular­es, desaparezc­an. No me cabe duda de que los modos y las mañas del PRI sobrevivir­án a este cataclismo electoral. Es más: hasta ahora no se ha oído una palabra del candidato presidenci­al triunfador que indique su disposició­n a desmantela­r las institucio­nes corporativ­as del Estado mexicano, que los presidente­s del PAN dejaron intactas y que siguen siendo la base del control estatal de las organizaci­ones laborales. Mientras la política mexicana siga siendo corporativ­a, clientelis­ta y basada en la venta de proteccion­es particular­es, el régimen del PRI seguirá con vida, aunque su envoltura cambie de nombre.

Por fortuna, uno de los motores de la sacudida ha sido la emergencia de una nueva política, la encarnada por la ciudadanía libre que marcó la diferencia electoral. Aunque queden rescoldos del PRI y en Morena se aniden redes de clientelas, el resultado no fue producto tanto de la competenci­a por el voto de reciprocid­ad como de la decisión de votantes libres en ejercicio de su voluntad crítica. El cambio de régimen no será de la noche a la mañana, sino resultado del control del poder ejercido a través del voto y de la voz de la sociedad.

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