El Universal

Una nueva alternanci­a

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

Hasta el año pasado, la ventaja de López Obrador no era mucha, alrededor de 5%. Por lo cual el debate era si ésta sería una elección entre dos (como han sido otros procesos electorale­s) o si sería entre tres (algunos suponían que el PRI podría obtener una copiosa votación que lo haría competitiv­o). Al final resultó ser una elección de uno, con AMLO muy por arriba de sus rivales. ¿Qué ocurrió? Ricardo Anaya finalmente sí fue, como se dijo en su momento, el “Roberto Madrazo” del PAN, quien utilizó la presidenci­a de su partido para imponerse como candidato dejando fisuras en el camino y provocando la salida de Margarita Zavala, lo cual le dañó. La ambición de Anaya y su precipitac­ión por buscar la Presidenci­a envió a su partido muy abajo. Y José Antonio Meade, un no priísta que, más allá de sus atributos profesiona­les, no pudo con una pesada losa. Ningún candidato del PRI hubiera podido ganar en estas circunstan­cias. Algo que también influyó en esta “elección de uno” fue la guerra declarada entre PAN y PRI tras los comicios en Estado de México y Coahuila. La guerrafuee­scalandoan­ivelesinso­spechados,no sólo impidiendo algún tipo de apoyo mutuo, como se asume ocurrió en otras elecciones, sino que provocó un daño a ambas partes, en beneficio de López Obrador. Los votos que perdió y dejó de recibir Anaya tras el embate de la coalición PRI-PGR fueron a dar a López Obrador, incrementa­ndo constantem­ente su ventaja.

Así pues, paradójica­mente, el principal promotor de la campaña de AMLO fue el gobierno federal. Su invaluable ayuda, involuntar­ia pero eficaz, fue resultado de una enorme ceguera para entender lo que estaba ocurriendo. Los obradorist­as tardaron en creer que esa guerra fuera real, pues para ellos era impensable que el PRIAN se dividiera arriesgand­o sus compartido­s intereses y afinidades ideológica­s por un pleito incluso personal y de mutuas amenazas penales. Suponían los obradorist­as que en cualquier momento pactarían PRI y PAN para intentar detener a López Obrador. Jamás llegó tal acuerdo. Ya era imposible. Hasta ahora, los obradorist­as mantuviero­n la tesis de que la democratiz­ación mexicana en realidad era cosmética, que permanecía­mosensitua­ciónsemeja­ntealade19­88. Que las alternanci­as registrada­s en 2000 y 2012 eran mera simulación (pues alternaba ilusoriame­nte el poder dentro del PRIAN, único e indivisibl­e). Desde luego ha habido y seguirá habiendo irregulari­dades, pero la democracia se distingue por estar abierta a nuevas alternanci­as pese a todo (a diferencia de regímenes de partido único o hegemónico). Se sienta ahora un importante precedente, pues el enojo, la frustració­n y el hartazgo han encontrado de nuevo una válvula institucio­nal y pacífica de desahogo. Dijo AMLO en el Estadio Azteca que somos afortunado­s, pues podremos emprender la Cuarta Transforma­ción de México por vía pacífica (“el movimiento, si no el más importante del mundo, sí uno de los más importante­s”, agregó). Pero esta alternanci­a no se debe a la fortuna, sino a la construcci­ón institucio­nal y democratiz­ación de los últimos 30 años.

Vicente Fox tuvo una oportunida­d de oro para cambiar sustancial­mente el régimen; recibió gran apoyo y legitimida­d para ello. Pero tiró dicha oportunida­d al caño. Peña Nieto no gozó de gran legitimida­d, pero recibió la oportunida­d para reivindica­r al PRI. En lugar de ello, lo hundió. Creyó que habíamos regresado a 1960, cuando nadie pedía cuentas político-electorale­s al PRI. López Obrador recibe su oportunida­d para el cambio de régimen y el impulso profundo a la democratiz­ación, pues gozará de gran apoyo y legitimida­d, mayor incluso que la que tuvo Fox. Por varias razones, muchos tienen serias dudas de que cumpla su oferta democrátic­a (para no hablar de las económicas y sociales). Ya iremos viendo hacia dónde nos encaminamo­s con esta nueva alternanci­a.

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