El regreso de The Tubes
La casualidad y las ganas de meterse un dinero bien habido en el negocio del rock, bombardeado sin piedad por la toxicidad de las nuevas tendencias poco masticables de la música que se hace hoy, consiguieron que la legendaria banda de San Francisco The Tubes regrese a los escenarios, donde no faltan los zapatotes glitter y las vestimentas espectacularmente fumadas de Fee Waybill, que harían palidecer al mismo Gene Simmons.
Con nuevo disco: The Tubes
Bondage at The Bush (2018), que en directo suma más de dos horas repartidas en 25 canciones de todas las épocas, presentadas en el Bush Empire londinense hace unos meses con un espectáculo enloquecido y de gran calidad, donde no podían faltar las clásicas como “Mondo Bondage” y “White Punks on Dope”, al lado de covers paranoicos a temas beatlemaniacos como “I saw here standing there”, entre otras perversidades musicales.
Si a eso se le agrega una original discografía que le rinde tributo a Frank Zappa, entre otros precursores de este rock experimental, punketa, progresivo, se tiene ese rock de cultura universitaria que aterrizaba en el show
bizz culto y de visión irredenta contra lo establecido, pues que mejor. Esgrimiendo una posición muy adelantada en su momento de lo que era un espectáculo audiovisual casi sin precedentes aparte, claro, de lo que hacían los Mothers of Invention, The Tubes renace.
Su primer vinilo, el homónimo The Tubes, se remonta a 1975 con el que debutaron con la mejor experimentación sonora en la década en que prácticamente se inventaba el mejor rock que subsiste en calidad hasta ahora, al lado de figurones del glam británico como Mott The Hoople y David Bowie mutado a Ziggy Stardust y Las Arañas de Marte, Marc Bolan, Roxy Music y otros perdurables. La diferencia es que The Tubes tenían una meta mucho más definida que por ejemplo Alice Cooper y Los New York Dolls.
En sus conciertos no faltaban bailarinas, monitores de tv, telones de fondo impresionantes y presencia y alma teatral. Un verdadero happening en donde todo podía suceder en medio de una música fantasmagórica y corrosiva, donde pocos se atrevían a desafiar a las tonadas
bubble gum del momento. El profeta setentero Rikki Farr, organizador del festival de rock de la Isla de Wight, que había visto casi todo, enloqueció con el grupo y les leyó la cartilla por sobre todos los estados del infierno por los que tenían que pasar (prensa, disqueras, mánagers abusivos, contratos a modo…) y aguantar para trascender. Bueno, hasta fueron producidos por Todd Rundgren, uno de los roqueros más afamados desde los 70 que se recuerden sus presentaciones eran originalísimas, ingeniosas y geniales, incluso para llevar a sus productores a la bancarrota, o tenerlos siempre al filo de la navaja. Para colmo, sus discos no vendían más allá del pequeño nicho de fans; toda una contradicción por el desbordado talento que había en ellos. Cambiaron su estilo pero no dejaron sus vicios y adicciones. Su filosofía sonora era la de abofetear y patear en los huevos a quienes los negaban discográficamente. Muchos críticos opinaron que su desaparición obedeció a demasiados años sabáticos que se tomaron, hasta que los apretó el dinero y regresaron más curtidos a probar lo equivocados que estaban los jerarcas del disco, jodiéndolos nuevamente y saliéndose con la suya.
Para una total compresión de su obra desde los años 70, se puede consultar toda su discografía, incluyendo algunos rarities en Spotify. Se llevarán tremenda sorpresa.