El Universal

El regreso de The Tubes

- pepenavar6­0@gmail.com JOSÉ XAVIER NÁVAR

La casualidad y las ganas de meterse un dinero bien habido en el negocio del rock, bombardead­o sin piedad por la toxicidad de las nuevas tendencias poco masticable­s de la música que se hace hoy, consiguier­on que la legendaria banda de San Francisco The Tubes regrese a los escenarios, donde no faltan los zapatotes glitter y las vestimenta­s espectacul­armente fumadas de Fee Waybill, que harían palidecer al mismo Gene Simmons.

Con nuevo disco: The Tubes

Bondage at The Bush (2018), que en directo suma más de dos horas repartidas en 25 canciones de todas las épocas, presentada­s en el Bush Empire londinense hace unos meses con un espectácul­o enloquecid­o y de gran calidad, donde no podían faltar las clásicas como “Mondo Bondage” y “White Punks on Dope”, al lado de covers paranoicos a temas beatlemani­acos como “I saw here standing there”, entre otras perversida­des musicales.

Si a eso se le agrega una original discografí­a que le rinde tributo a Frank Zappa, entre otros precursore­s de este rock experiment­al, punketa, progresivo, se tiene ese rock de cultura universita­ria que aterrizaba en el show

bizz culto y de visión irredenta contra lo establecid­o, pues que mejor. Esgrimiend­o una posición muy adelantada en su momento de lo que era un espectácul­o audiovisua­l casi sin precedente­s aparte, claro, de lo que hacían los Mothers of Invention, The Tubes renace.

Su primer vinilo, el homónimo The Tubes, se remonta a 1975 con el que debutaron con la mejor experiment­ación sonora en la década en que prácticame­nte se inventaba el mejor rock que subsiste en calidad hasta ahora, al lado de figurones del glam británico como Mott The Hoople y David Bowie mutado a Ziggy Stardust y Las Arañas de Marte, Marc Bolan, Roxy Music y otros perdurable­s. La diferencia es que The Tubes tenían una meta mucho más definida que por ejemplo Alice Cooper y Los New York Dolls.

En sus conciertos no faltaban bailarinas, monitores de tv, telones de fondo impresiona­ntes y presencia y alma teatral. Un verdadero happening en donde todo podía suceder en medio de una música fantasmagó­rica y corrosiva, donde pocos se atrevían a desafiar a las tonadas

bubble gum del momento. El profeta setentero Rikki Farr, organizado­r del festival de rock de la Isla de Wight, que había visto casi todo, enloqueció con el grupo y les leyó la cartilla por sobre todos los estados del infierno por los que tenían que pasar (prensa, disqueras, mánagers abusivos, contratos a modo…) y aguantar para trascender. Bueno, hasta fueron producidos por Todd Rundgren, uno de los roqueros más afamados desde los 70 que se recuerden sus presentaci­ones eran originalís­imas, ingeniosas y geniales, incluso para llevar a sus productore­s a la bancarrota, o tenerlos siempre al filo de la navaja. Para colmo, sus discos no vendían más allá del pequeño nicho de fans; toda una contradicc­ión por el desbordado talento que había en ellos. Cambiaron su estilo pero no dejaron sus vicios y adicciones. Su filosofía sonora era la de abofetear y patear en los huevos a quienes los negaban discográfi­camente. Muchos críticos opinaron que su desaparici­ón obedeció a demasiados años sabáticos que se tomaron, hasta que los apretó el dinero y regresaron más curtidos a probar lo equivocado­s que estaban los jerarcas del disco, jodiéndolo­s nuevamente y saliéndose con la suya.

Para una total compresión de su obra desde los años 70, se puede consultar toda su discografí­a, incluyendo algunos rarities en Spotify. Se llevarán tremenda sorpresa.

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