José Homero
Alí Chumacero: la construcción de un monumento
Para Dionicio Morales los contrarios son preponderantes en la poesía de Alí Chumacero. La pareja que destaca es la del mar y el desierto, además del amor y la ruina, o del monumento que crea el amor y la ruina que impone el tiempo. En el estudio introductorio a la antología Amor entre ruinas1, que efectúa un corte a partir de la temática amorosa, amén de fechar poemas, procedencias y procedimientos, explora la semántica del concepto y postula una posible lectura de esta poesía tan elusiva y en sus resonancias compleja. El linaje bíblico sería una de sus peculiaridades. Quien ha nutrido su voz con las melifluas carnes del dátil sabe que arena y agua son tan consustanciales como instante y eternidad, como fertilidad y esterilidad. Aunque ciertamente en este cuerpo textual abundan las menciones a los orbes inversos del océano y el desierto, a la espuma y al polvo, no lo es menos que dicha correspondencia propone una concepción que acaso podríamos ceñir enunciados como fertilidad y esterilidad.
Una criba de estos poemas, distribuidos en tres escuetos volúmenes: Páramo de sueños, 1944; Imágenes desterradas, 1948; y Palabras en reposo, 1956, ofrecería un abanico de imágenes signadas por la oposición. Los amantes y el amor conocen una ensoñación marítima; el amor es espuma y del encuentro amoroso surge una floración. Poeta de símbolos e imágenes arraigadas en la tradición, cuyo uso en varios momentos recuerda al utensilio del epíteto, Chumacero vincula al erotismo con la fecundación. El atributo acuático prohija vergeles, los cuales cifra la rosa, símbolo decisivo dentro de este sistema textual. Lo contrario, el tiempo del presente en que se remonta el cauce del tiempo, entendido como una dimensión, es desierto, páramo, naufragio. Y acaso por ello, si bien uno de los poemas más celebrados, “Amor entre ruinas”, precisa los derroteros del amor en nuestra cotidianidad, no menos cierto es que el romántico –en el sentido del término oriundo: trascendentalismo a partir del amor– “Poema de amorosa raíz” se antoja insoslayable complemento. Reminiscente de la filosofía de Empédocles, enfatiza el amor como fuerza genésica confrontada con la esterilidad y la no-creación; un fundamento que antecede al origen del cosmos mismo. Ecos del páramo
Un verso resume con precisión los polos entre los que se desarrolla la poesía de Chumacero; “Igual que rosa o roca”, del poema “Vencidos”. Sería oportuno asentar la importancia de la rosa y la roca para comprender las dualidades que urden este imaginario. Para Ramón Xirau, roca y rosa revisten la discrepancia entre instante y eternidad, entre fluidez y petrificación temporal; un aspecto que consiento existe aunque no constituye, desde mi perspectiva, la oposición fundamental. Rosa y roca entrañan a la vida y la muerte. El parentesco fónico entre esos dos símbolos privilegiados, la flor (rosa), la terrenidad (roca), nos guía precisamente al jardín central de esta construcción. Jacobo Sefamí, que la ha estudiado con prolija inteligencia, ha dicho: “la dualidad muerte fugaz-muerte perenne rige casi toda la obra poética de Chumacero. De la rosa o de la roca parte toda recreación del mundo.”
Amor y desamor se revisten con los atributos agrarios de la fertilidad y la esterilidad que encarnan en rosa y roca, mar y desierto. Otro duplo atendería las oposiciones verbales y sobre todo la dinámica del ascenso-descenso, observada por Evelyn Picón-Garfield. Aunque de acuerdo a José María Espinasa, dicha pareja también sustentaría una pesquisa fenomenológica sobre el acto de ver y la ceguera. La pertinencia de estos análisis, me parece, radica en que además de corroborar la impresión de que todo asedio a la obra Chumacero precisa de un diseño binario, encausa nuestra atención hacia los acontecimientos, los actos que ocurren entre ese limbo que configuran los opuestos.
Marco Antonio Campos, recurriendo a una equivalencia del gusto popular, llama a la poesía de Chumacero “crepuscular”. Calificativo justo con la condición de que recuperemos la noción de crepúsculo. ¿Entre qué momentos sucede?, ¿cuáles son los periodos que separa? Si he apuntado que más que los límites importa la superficie que estos delimitan, cabría entonces recorrer esta configuración para señalar los cauces. Cabe sorprendernos de que una escritura tan declaradamente terrena, consciente de que todo conocimiento procede de los sentidos, parezca escenificarse en un escenario abstracto que no vacilo en comparar con el espacio analítico de la imaginación ilustrada. Esa suerte de campana neumática, que a decir de Vicente Quirarte preside la obra de Contemporáneos, determina no pocos de los poemas de Chumacero. Sea el espacio donde cae la rosa aporística o donde se erige la estatua, sean esos sitios aislados de la ciudad que son los jardines o las ínsulas del deseo que constituyen hoteles, posadas y mesones, esta virtualidad acontece entre dos periodos y por ello pareciera escrita desde un altozano o bien desde el limbo; siempre desde una ausencia. Una cesura que permite observar el tiempo pasado y columbrar el venidero. Sólo que en una visión tan desolada, el día por venir ya está aquí: es la caída y por ende su correspondiente campo es desértico. El páramo, eco de la tierra baldía: “un alto simulacro de ruinas”.
Comarca ficticia que permite confrontar tiempos y territorios distintos, la poesía de Alí admite una interpretación sustenta en la dualidad, cara a las lucubraciones mitologizantes de Roger Callois y Mircea Eliade. Una primera y no infiel lectura argüiría que el poeta es un expulsado de la esfera sacra, con la cláusula de que no olvidemos que para este poeta el único dominio consagrado es el cuerpo femenino. Indicada esta particularidad, la rosa del sentido se abre y podemos advertir que en realidad el territorio cargado de significación negativa es la vida entera del hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores. También que será en este ámbito, el lugar de los sentidos, donde se encuentra un sucedáneo, el “mentido paraíso” que la mujer ofrece; ese “simulacro de ruinas”, que ya citamos.
De este modo, los poemas de Alí antes que privilegiar el amor terrenal, recuerdan su imbricación. Sustentan que sólo el erotismo, esa isla que engendran los amantes y que los une con todas las parejas de amantes que la historia registra, nos permite acercarnos a la esencia vital. Durante la regencia del Amor surgen las flores, el mar se agita, las manos ven, los ojos tocan. Fuera de ello, sólo el poema, la recuperación así sea mediante el recuerdo, permite remontarse a ese lugar cargado de valencia positiva donde prevalece sin embargo la convicción de que se trata de un pálido trasunto del paraíso primordial: Relámpago entre eternidades “Regresaré así a mi origen, descansado ya del viaje, a cumplir la antigua idea de que el hombre es sólo un relámpago entre dos eternidades”. Tales palabras, pronunciadas por Chumacero, durante el homenaje que le rindió la ciudad de Acaponeta el 23 de abril de 1987, remiten curiosamente al verso último de “Cuerpo entre sombras”, uno de los poemas postreros del poeta; y a decir de Morales, una transformación del verso de Carlos Pellicer “en el tiempo entre dos eternidades”. Lo que me interesa aquí es la concepción de la vida, ese “periodo de tiempo durante el cual estamos vivos”, más que como un relámpago, como una ocurrencia. Si he apuntado que los contrarios delimitan un territorio, el cual puede manifestarse como espacial o temporal, nada mejor que la imagen del relámpago para representar la vida.
Una figura vecina con sus rasgos semejan-