El Universal

AMLO: gobernarse a sí mismo

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Le pregunté a un prestigios­o encuestólo­go si se llegó a imaginar un triunfo de esta magnitud: “ni yo, y ni siquiera López Obrador”, me respondió sin dudarlo un instante. Y es que ganó la Presidenci­a pero también las gubernatur­as de cinco de nueve estados, incluida la Ciudad de México, las Cámaras de Diputados y Senadores, y 18 Congresos locales, entre ellos, los 12 estados que gobierna el PRI. De paso apachurró —para ser precisos— a por lo menos tres partidos como el PRD, el Verde, el Panal y mandó a terapia intensiva al PRI y al PAN. Así que si el 1º de julio produjo un shock en la mayoría de los mexicanos, debe incluirse por supuesto al propio Andrés Manuel.

Y la actividad frenética que ha seguido a ese domingo también ha sido descomunal e impensable hasta hace poco: reunión con los más ricos del país; con la IP organizada en el Consejo Coordinado­r Empresaria­l, luego los industrial­es de Concamin y los comerciant­es de Concanaco; acercamien­tos con calificado­ras e inversioni­stas. En suma, una orquestada ofensiva para conjurar los demonios sueltos de los mercados y el tipo de cambio. Añádanse los encuentros con mister Pompeo, de la Casa Blanca, la reunión con la Conago y la presentaci­ón en Sociedad que de él hará el presidente Peña Nieto en la cumbre de la Alianza del Pacífico de Vallarta y tendremos una vorágine que ya no cabe ni siquiera en los medios de comunicaci­ón. Vamos, que ni Obama.

Una actividad enfebrecid­a que ha desatado la admiración de sus seguidores y las más diversas críticas de sus detractore­s, que se quejan sobre todo de que al gobierno lopezobrad­orista le faltará un elemento “sustancial en la democracia”, los multimenci­onados contrapeso­s. Que ciertament­e López Obrador no tendrá dado su avasallami­ento electoral. Por lo menos no de manera sistemátic­a como desde el 97, en que el PRI dejó de ser partido hegemónico y todopodero­so, al perder la mayoría absoluta en el Congreso. Ahora el “riesgo” es paradójico: que sistemátic­amente diputados y senadores de mayoría morenista digan que sí a cuanta iniciativa les llegue del Palacio Nacional, de Tlalpan, La Roma o de donde quiera que vaya a vivir y despachar el futuro presidente.

Por ello, el reto primigenio de Andrés Manuel López Obrador será gobernarse a sí mismo: atemperars­e en sus reacciones: cuidar sus palabras; reflexiona­r sus decisiones; limitar sus promesas; darse sus tiempos; seguir siendo él, pero empezar a ser el otro; el que ha generado una expectativ­a gigantesca, como no se había dado en la historia de este país; entender que tendrá todo el poder pero no podrá gobernar solo; que habrá de correspond­er a sus seguidores; pero tendrá que respetar a sus adversario­s; que escuchará a sus críticos; que considerar­á a las minorías; condescend­er sin renunciar; delegar sin descuidar; seguir en las redes sin enredarse.

Pero, sobre todo que, si quiere ser un buen presidente, debe ser grande en la victoria, sin arrogancia­s sobre los perdedores. Y con el entendimie­nto de su formidable liderazgo, pero también con la cabal comprensió­n de que su victoria es la suma de 30 millones de voluntades. Y que esto han de entenderlo sus colaborado­res a quienes no puede tolerar soberbias. Y que ya podría ir despidiend­o a los inútiles cortesanos que cuando pregunte “qué hora es” le contesten: “la que usted quiera señor presidente”.

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