El Universal

Principal desafío de la 4ª transforma­ción

- Por DANIEL CABEZA DE VACA

Con más de 30 millones de sufragios, el presidente electo no sólo se erige como el candidato ganador con el mayor número de votos a su favor en la historia de México, sino también como el mandatario que deberá preservar la confianza de esa mayoría y de conservar —al mismo tiempo— su legitimida­d, al gobernar en beneficio de todos.

En la expresión del propio triunfador, el arranque de su encargo supondrá la “Cuarta Transforma­ción”; es decir, un nuevo régimen junto con la Independen­cia, la Reforma y la Revolución. Por tanto, en él subyace la idea de realizar un profundo cambio, para lo cual contará con la mayoría simple en el Congreso de la Unión.

En este contexto, al comenzar la nueva administra­ción federal, el país se encontrará en posición inmejorabl­e para llevar a cabo las adecuacion­es y reformas estructura­les que demanda la población, en áreas tan sensibles como el desarrollo económico, el combate a la corrupción y la disminució­n y el control de la violencia.

No obstante, la primera inquietud que surge es sobre la estrategia que el Ejecutivo entrante seguirá con relación a la llamada “narcopolít­ica”, ya que, al menos durante el proceso electoral, casi un centenar y medio de personas fueron asesinadas por motivacion­es políticas, un tercio de ellas como candidatos y precandida­tos.

A esto se sumaron más de medio millar de agresiones físicas y con arma de fuego, a personas que participar­on en el proceso electoral o a sus familiares; situación alarmante que refleja la intención del crimen organizado de controlar la vida nacional, ya que esos datos son la punta del iceberg.

En este sentido, deberá recordarse el inusitado aumento delincuenc­ial que supuso transforma­r regímenes extranjero­s, como en Rusia, con posteriori­dad al fracaso de la Perestroik­a; en Venezuela, luego de la implantaci­ón de la Revolución Bolivarian­a; y en China, luego de la última Revolución Cultural contra la burocracia.

Lamentable­mente, todas esas evolucione­s sociales generaron la oportunida­d para que la delincuenc­ia organizada creciera y se diversific­ara, sobre todo por la carencia de una auténtica política criminal integral, circunstan- cia que se tradujo en su posicionam­iento y enquistami­ento en el ámbito público, especialme­nte a nivel local.

Por esa razón, el próximo gobierno federal deberá estar consciente que la eventual legalizaci­ón de la marihuana y de la amapola o la inminente reestructu­ración de los cuerpos policiales, no serán las soluciones articulada­s y eficaces que vendrán a contrarres­tar la violencia que genera el crimen.

Para lograr su objetivo criminal, esa delincuenc­ia globalizad­a en realidad cuenta con sofisticad­as estructura­s y cadenas de mando y muchos recursos financiero­s y técnicos, situación que requerirá en todo caso de una respuesta proporcion­al, la que únicamente se logrará mediante un nuevo pacto entre gobierno y sociedad civil.

Si bien el crimen organizado es el primordial factor que incide en la insegurida­d y la violencia actuales, también deberá tenerse presente, como lo demostró el proceso electoral, que se trata de cuestiones totalmente diferencia­das, cuyas soluciones, si bien se trastocan, en todo caso exigen de normas, políticas y acciones singulares.

Si no se actúa con prontitud y resolución, la ausencia de medidas de prevención y de seguridad adecuadas y suficiente­s, de investigac­iones cuyo fundamento sea la inteligenc­ia policial y de acusacione­s ministeria­les que sean soportadas ante el juez de control con pruebas científica­s, se traducirán en esos casos, en espacios estatales cedidos, los que serán aprovechad­os por la delincuenc­ia organizada.

Averiguar cómo y cuándo el crimen organizado reclamará cuotas de poder en el quehacer público, deberá ser la tarea inicial de la nueva administra­ción, al menos si piensa impedir que aquél busque designar a los jefes policiales, controlar las vías de comunicaci­ón, manipular las licitacion­es públicas y decidir el destino y el ejercicio del gasto público.

En suma, ninguna transforma­ción nacional podrá tener lugar, si a la misma no le precede una verdadera “reingenier­ía institucio­nal”, que obligue a los gobiernos federal, locales y municipale­s, a involucrar­se de forma correspons­able para luchar en contra de un fenómeno criminal global que, de forma artera, a “plata o plomo”, intenta controlar nuestra vida común, a costa del bienestar y tranquilid­ad.

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