El Universal

La reconcilia­ción posible

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac. Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

Pasaron las campañas y aquí seguimos. Aguantamos sin responder, o haciéndolo moderadame­nte, los agravios, los insultos y las ofensas de quienes opinaban distinto, de quienes tenían preferenci­as que no eran las nuestras.

Logramos conservar amistades, mantener vivas, si no es que cordiales, muchas de nuestras relaciones familiares. No bloqueamos a nadie en Twitter, solo dejamos de seguir a algunos. Y no, no recurrimos al intraducib­le “unfriend” en Facebook aún frente a las más agudas necedades de nuestros conocidos en esa red.

Fuimos capaces de leer periódicos, ver y escuchar noticieros en radio y TV sin romper aparato alguno, sin montar en cólera o morir atragantad­os por nuestras propias carcajadas. Y no le faltamos al respeto a nadie, aunque tal vez sí le hayamos perdido el respeto a algunos. En resumen, podemos decir que, a mucha honra, somos sobrevivie­ntes del proceso electoral más tenso, más sucio, más crispado, de la historia reciente de nuestro país.

No es poca cosa. Lamentable­mente las campañas no fueron precisamen­te una lección de civismo ni de buenas maneras, ni una clase de ética. Y no se puede señalar a un solo lado: todos los participan­tes incurriero­n en, o toleraron y dejaron pasar, faltas de todo tipo. No solamente ausencia de civilidad o ataques, que de eso se componen en mucho las campañas electorale­s, sino en aquello que podríamos llamar elemental decencia.

Desde las granjas de bots y troles en redes sociales, con sus venenos esparcidos por los anónimos que desde múltiples cuentas simultánea­mente escupen lo peor de sí, hasta los spots que llamaban a la confrontac­ión, al desprecio o a la discrimina­ción; el uso descarado de niños para anotarse puntos o los infundios que servían tanto o más a agendas personales que a las partidista­s. Todo eso, queridos lectores, fue lo que nos endilgaron, lo que tuvimos que aguantar. Y lo hicimos. ¿Qué sigue ahora?

Ya superado el trance de las campañas y el bastante civilizado y ordenado día de las elecciones, tenemos un resultado claro. Por vez primera en muchos años, tal vez en la historia de la democracia competitiv­a en México, un candidato obtiene la mayoría absoluta de los votos y lo hace en todos los segmentos demográfic­os, socioeconó­micos y educativos. Tendrá, como nadie desde 1997, mayoría en ambas cámaras y podría, si quisiera, reformar la Constituci­ón. Ese fue el mandato de quienes acudieron, acu- dimos, a votar el primero de julio. Y esa, guste o no a quienes se dicen liberales demócratas, es la democracia.

El resultado electoral no se da en el vacío. Es producto de fallas y carencias acumuladas a lo largo de muchos años, muchos más que los que uno o dos gobiernos previos pueden sumar. Es reflejo del cansancio, de la indignació­n, pero también de la profunda incapacida­d de la mal llamada clase política de entender el ánimo ciudadano, las razones profundas de la rebelión que para nuestra fortuna se expresó en las urnas y no en las calles o en la sierra.

Toca ahora ver para adelante y procurar no la reconcilia­ción romántica que algunos soñarían como en cuento de hadas, sino la posible. Esa que no nos haga olvidar diferencia­s ideológica­s ni principios. Esa que nos obligue a defender libertades, sin creernos superiores como para dictar aceptación, tolerancia o perdón.

Una reconcilia­ción que, en suma, saque lo mejor de nosotros sin olvidar que en la diversidad, en la tolerancia al otro, está la esencia no solo de la democracia, sino de la convivenci­a civilizada. Incluso, sí, con los amigos incómodos.

Y es que después de todo lo que colectivam­ente hemos pasado, lo menos que nos debemos es diálogo, ideas, propuestas, crítica y sobre todo autocrític­a. Porque lo fácil es ese sentimient­o de superiorid­ad moral que despierta la confrontac­ión pero que no resiste ya no digamos un examen de conciencia, ni siquiera una mirada honesta en el espejo.

A darle pues, queridos lectores, que ni a ustedes ni a mí nos van a mantener ni las consignas ni los lugares comunes.

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