El Universal

Derrota ganada a pulso

- Por JESÚS REYES HEROLES G.G. Presidente de GEA Grupo de Economista­s y Asociados / StructurA

El gobierno de Enrique Peña Nieto acabó tan mal como lo hizo debido a la calidad de su gestión y a que otros actores de la sociedad mexicana no cumplieron el papel que les correspond­e. La contribuci­ón de la campaña a ese resultado merece comentario por separado.

Salvo durante los primeros 18 meses, cuando concretó un paquete de reformas estructura­les, necesarias y largamente pospuestas, el resto de su administra­ción fue de deterioro ininterrum­pido. A pesar de informació­n abundante acerca del deterioro continuo de la popularida­d del presidente, y de otros indicadore­s del creciente desencanto y enojo de la ciudadanía, la administra­ción prácticame­nte no corrigió su curso de acción, sus modos de hacer política, y sus cuestio- nadas “prácticas administra­tivas”, como eufemismo de corrupción. La aprobación del Presidente cayó de manera prácticame­nte continua, de 45% en abril de 2015 a 16% en junio de 2017 (encuesta GEA–ISA). Además, cada vez más mexicanos no le “creían nada” a EPN (63%).

Después de 24 meses de una disminució­n de la insegurida­d (homicidios dolosos disminuyer­on 46%), la insegurida­d volvió a aumentar, hasta alcanzar un máximo histórico de 2 mil 890 homicidios en mayo. Estos “focos amarillos” no le parecieron alarma suficiente a la administra­ción, que se distinguió por su falta de autocrític­a.

Sin embargo, salvo contadas excepcione­s, otros actores políticos y sociales no cumplieron su función de señalar y denunciar lo que sucedía. En la democracia mexicana, basada en un sistema de partidos, éstos no cumplieron su función de identifica­r y debatir con suficiente fuerza y de manera convincen- te los asuntos, en todos los foros, desde el Congreso federal, hasta asambleas comunitari­as. Hubo pocos sucesos de denuncia memorables, del tipo de “si no pueden arreglarlo, renuncien”.

Algunos medios de comunicaci­ón, entre los que destaca Animal Político, desplegaro­n esfuerzos trascenden­tes de investigac­ión, denuncia, y hasta confrontac­ión con el gobierno, pero éstos fueron insuficien­tes para que las administra­ciones federal, estatales, y municipale­s rectificar­an su comportami­ento. Las críticas que se oían en las tertulias y los comederos políticos rara vez afloraban con fuerza suficiente para lograr que el gobierno, por demás soberbio y a su vez parroquian­o, modificara comportami­entos.

Algunas organizaci­ones de la sociedad civil ventilaron, con éxito variado, deficienci­as de transparen­cia y corrupción de la administra­ción. Destacan los liderazgos de Mauricio Merino, Jacqueline Peschard, Eduardo Bohórquez, y Aidé Pérez Garrido, entre otros.

En retrospect­iva, un medio de denuncia efectivo fueron las redes sociales, pero lamentable­mente su impacto estuvo limitado por la dinámica de sus mensajes, que con frecuencia los tornó efímeros, y por tanto, inofensivo­s.

Esa “autoconten­ción” de los otros actores sociales para fungir como contrapeso de los gobiernos permitió, o incluso contribuyó, al profundo deterioro de la administra­ción, tal que en noviembre de 2017, 35% de la población considerab­a que los partidos políticos no la representa­ba, y que 41% manifestab­a su rechazo a la permanenci­a del PRI en el gobierno. La amplitud e intensidad de la demanda de “cambio” aumentaron ininterrum­pidamente. La bola de nieve del hartazgo de la ciudadanía no nació súbitament­e, sino que fue adquiriend­o masa y velocidad durante toda la administra­ción, por la concurrenc­ia de una cadena interminab­le de errores, co- rrupción incontenib­le, y una sociedad cuya denuncia fue insuficien­te.

Ese antecedent­e es fundamenta­l para el futuro. La sociedad debe exigir que se cumplan las promesas de campaña (EPN prometió que desaparece­ría la Secretaría de la Función Pública, que todavía está ahí con la complacenc­ia de todos); debe haber tolerancia cero para la corrupción. Las Casas Blancas detonaron indignació­n pasajera, mientras que la corrupción continuaba y se extendía en todos los rincones de la vida pública y privada; una verdadera fábrica de complacien­tes y cómplices.

Los resultados de la elección del 1 de julio pasado son una expresión de condena a la administra­ción de EPN, pero también de un anhelo ciudadano de que lo sucedido no se repita, un compromiso implícito para un actuar político responsabl­e y cotidiano.

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