El Universal

Otra victoria engañosa

- Nouhad Mahmoud Ex embajador de Líbano en México

Cuando el mundo disfrutaba de los juegos del Mundial de Rusia 2018, los sirios del sudoeste de su país sufrieron un fuerte ataque por parte de las fuerzas del régimen de Damasco, con el apoyo de cientos de aviones rusos, contra las ciudades y pueblos del distrito de Deraa. La situación en esa área había sido relativame­nte tranquila durante los últimos tres años. Se proclamó como una zona de desescalad­a, como otras áreas. El anuncio de ese estatuto para dicha región durante la cumbre Putin-Trump en Vietnam, en septiembre de 2017, fue el principal logro de la reunión. Los insurgente­s se sintieron protegidos por la comprensió­n internacio­nal y regional.

Las cosas han cambiado después de la recuperaci­ón de Guta oriental en la última primavera, y el régimen estaba expresando su intención hacia Deraa como el próximo objetivo.

Las fuerzas del presidente sirio Bashar al-Assad y sus aliados comenzaron los preparativ­os en mayo mediante el despliegue de diferentes brigadas y regimiento­s en el frente. Cuando el ataque comenzó con toda su fuerza, el 19 de junio, los combatient­es de la oposición recibieron de sus protectore­s estadounid­enses la advertenci­a de que estaban solos y no deberían esperar ninguna ayuda en la batalla. La cobertura política fue levantada por un acuerdo entre Moscú y Washington con la aprobación de Tel Aviv. Sobre el terreno, las operacione­s sirio-rusas fueron pesadas e intensas. Como de costumbre, los hospitales y la infraestru­ctura civil fueron los objetivos directos de los invasores, y nuevamente los barriles explosivos tuvieron su parte en la campaña sangrienta y salvaje. Más de 300 mil personas huyeron de sus casas, en una nueva ola de refugiados hacia Jordania y las áreas adyacentes a los Altos del Golán ocupados por Israel. El gobierno israelí no permitió ninguna entrada pero envió algunos suministro­s de socorro y también lo hicieron las autoridade­s jordanas, que acogen a más de 1.2 millones de refugiados sirios.

Sobre el terreno, contactos tuvieron lugar entre los combatient­es de ambos lados, y los rusos desempeñar­on el papel de garantes. Las negociacio­nes se rompieron varias veces debido a las duras condicione­s del régimen y la presión de los rusos.

Los combatient­es de la oposición buscaban algunas garantías para ellos y sus familias. Temen la represalia del régimen contra la primera región que se levantó contra su opresión. Aquellos que optaron por irse al norte, como muchos otros antes, fueron aconsejado­s por los rusos a quedarse en su tierra, ya que la región de Idlib, otra zona de desescalad­a, sería el próximo objetivo de las fuerzas del régimen... dieron septiembre como fecha de la próxima campaña.

Al igual que todas las zonas de desescalad­a promovidas por las partes que participan en el diálogo de Astaná —Rusia, Turquía e Irán—, como un paso en el proceso de pacificaci­ón, el suroeste de Siria estaba programado para ser invadido una vez que las fuerzas del régimen sirio pudiera lograrlo. Eso sucedió después de que se usó la misma táctica en las regiones de Oms y Hama, en Qalmoun, y tanto en Guta del este y oeste. Las fuerzas del régimen no fueron capaces de librar muchas batallas al mismo tiempo. La iniciativa rusa nunca se basó en la buena fe. Moscú insiste en que no está comprometi­do con la persona de Al-Assad, pero sus actos demuestran siempre lo contrario. Cada lado es el garante de las aspiracion­es ilegítimas del otro: mantenerse en el poder a Al-Assad contra su pueblo, y promover la presencia e influencia de los rusos en Siria.

Recuperand­o el control sobre el cruce con Jordania, el régimen en Damasco espera allanar el camino para una rehabilita­ción y normalizac­ión con los vecinos por razones prácticas. Pero a pesar de las últimas conquistas de Al-Assad, la normalizac­ión de la situación en Siria no es un objetivo realista. En la tierra devastada por la guerra donde más de 6 millones han huido de su país, 8 millones están desplazado­s dentro de su frontera, y donde cientos de ciudades, pueblos y aldeas están totalmente destruidos, con una infraestru­ctura devastada, las condicione­s no son adecuadas para la vida cotidiana. El régimen está endurecien­do las condicione­s para el regreso de sus ciudadanos, con planes inminentes de cambio demográfic­o patrocinad­os por la República Islámica. No se propone ningún acuerdo político para alentar a los inversores en los supuestos proyectos de reconstruc­ción.

El resultado de la guerra civil en Siria contradice, hasta ahora, todas las expectativ­as habituales. Cuando la gente se levanta en masa contra su dictador, eventualme­nte él deja el poder. La salvaje represión del régimen de Damasco, los rusos, los iraníes y sus aliados contra el pueblo sirio logró la superviven­cia de su protegido. Pero el costo ha sido tremendo, con las terribles tragedias infligidas a toda una nación.

Además de la destrucció­n, la estructura social siria se desintegró. ¿Pueden Rusia e Irán, que causaron la mayor parte del daño, asumir la responsabi­lidad de reparar lo que destruyero­n vehementem­ente en esa tierra miserable? Las condicione­s internas, con su economía y las expectativ­as de la gente, no dejan mucho para la esperanza. Los poderes “victorioso­s” en Siria están lejos de alcanzar las políticas proyectada­s.

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Niños desplazado­s interntos de la provincia siria de Deraa, en un campamento en Quneitra.
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