El Universal

Siete décadas de la CEPAL; tres y media sin interlocut­or regional

- Por FEDERICO NOVELO Y URDANIVIA Profesor de la universida­d Autónoma Metropolit­ana (UAM, México)

El reciente proceso electoral mexicano, el más grande en la historia del país a efectos del número de cargos por ocupar, del número de electores y a efectos, también, de partidos (o algo parecido) involucrad­os en la contienda, mostró —entre otras cosas— la veracidad de la afirmación elaborada por Montesquie­u, reiterada muy posteriorm­ente por otros autores, como Kissinger, por la que las cuestiones externas se analizan con menor atención, esfuerzo y raciocinio que las internas. Lo interno es, para los gobiernos, lo realmente importante. La multicitad­a palabra agravios ha aparecido como un incentivo de enorme poder para que las emociones de los electores favorecier­an al candidato presidenci­al, y partido, promotores, fans y seguidores que lo acompañan, que los ha denunciado con mayor insistenci­a. La revisión de sus peculiares y contradict­orias propuestas no parece haber jugado un papel significat­ivo en la relevante decisión que le convierte en el primer presidente de izquierda en México.

Mayor, mucho mayor, gasto público subsidiari­o; mayor inversión pública en infraestru­ctura; empleo y educación para los jóvenes que lo requieran, y mayores salarios, serán erogacione­s financiada­s por la eutanasia de la corrupción, al tiempo que la nación —voluntaria y costosamen­te laica— disfrutará de una peculiar constituci­ón moral, en obsequio de la tranquilid­ad del alma de cada quien (antes, abstracció­n burguesa y hoy complement­o indispensa­ble al pan de cada día).

No debe estar lejano el día en el que, mucho más allá del extravío de la moral pública, iniciemos la contabilid­ad de los daños inerciales del neoliberal­ismo que se instaló en México desde 1982: la desigualda­d no es un efecto; ha sido preferida, promovida y tolerada, no sólo por el gobierno, con la construcci­ón de privilegio­s que nos regresan a un profundo clasismo, a la paradoja inexplicab­le de una sociedad mestiza y… racista, al oráculo del individual­ismo como ideología cuasi universal, de la que muy pocos quieren escapar, al cinismo de burócratas que gastan en sus consumos cantidades mucho mayores a las de sus ingresos, para el sostenimie­nto de restaurant­es, cantinas y servicios de mayor sofisticac­ión, con cargo a presupuest­os en los que se ejerce mucho más de lo aprobado.

Sufrimos la trampa fiscal, de no poder cobrar más impuestos por la pésima calidad de los servicios públicos y de no poder mejorar esa calidad porque no se puede cobrar más impuestos.

La exaltada globalizac­ión ha profundiza­do la desigualda­d en el planeta; el TLCAN no produce ningún superávit para México, sino para las trasnacion­ales que le compran y venden a sus filiales; los salarios mexicanos están entre los más bajos del mundo. Todos estos son temas sobre los que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (la CEPAL) ha insistido durante buena parte de sus historia (también tuvo su noche neoliberal) y, en casi la mitad de esa vida, ha contemplad­o la jibarizaci­ón de sus interlocut­ores regionales: los estados.

En tamaño, en facultades institucio­nales, especialme­nte en voluntad y en disposició­n al sometimien­to al interés trasnacion­al, los gobiernos de estos 35 años —algunos más, muy pocos menos— se han aplicado a desregular, privatizar, empobrecer y diferencia­r a sus países, en la búsqueda de la estabiliza­ción y el equilibrio fiscal (las envidias de Sísifo), y los de México han jugado un relevante papel, ya para traicionar a la ALADI, ya para promover la preferenci­a de lo privado sobre lo público.

El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador es —casi sin duda— el político que mayor conocimien­to tiene del país y, de nuevo, de sus agravios; es también, me atrevo a decirlo, uno de los políticos que menos conoce del exterior, aunque afortunada­mente ya no se lo explicará don Héctor Vasconcelo­s. En su cumpleaños setenta, la CEPAL seguirá produciend­o ideas sin interlocut­ores disponible­s. Oj Alá (Dios quiera) que no.

La desigualda­d no es un efecto únicamente del neoliberal­isno; ha sido preferida, promovida y tolerada

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