El Universal

¿Austeridad, cambio o restauraci­ón?

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

Volver al origen. Éste podría ser un sentido posible del anuncio del futuro presidente de integrar en una sola “entidad”, en nombre de la austeridad, el trato del gobierno con los medios, acaso para concentrar todos los recursos de las oficinas de comunicaci­ón que hasta hoy funcionan en las secretaría­s y demás organismos públicos. Ya veremos los resultados, pero la fórmula recuerda la creación en 1937 por el presidente Lázaro Cárdenas del Departamen­to de Prensa y Publicidad, dependient­e de la Presidenci­a de la República. A aquel DAPP se le encargó centraliza­r la informació­n provenient­e de todas las Secretaría­s de Estado y Departamen­tos Autónomos, de procesarla conforme a la política del régimen y de difundirla siguiendo los mismos lineamient­os

Allí se incubó un modelo comunicati­vo propio de la fase culminante del proceso de concentrac­ión del poder que suele seguir al triunfo de las revolucion­es y que en México condujo a un virtual monopolio del poder político, en paralelo a un también virtual monopolio de la definición de los temas de conversaci­ón de la gente, a través del control de los medios. Con las particular­idades del modelo posrevoluc­ionario mexicano, se trata esto último de lo que décadas después se llamó ‘establecim­iento de la agenda pública’, sólo que sin acceso de voces diversas a la competenci­a por definir esa agenda. En efecto, el derecho de acceso a los medios, consustanc­ial a las sociedades democrátic­as, se fue abriendo paso penosament­e hasta vencer al modelo posrevoluc­ionario.

Y fue en el ejercicio de ese derecho que se sustentó la muy eficiente estrategia de López Obrador para fijar su discurso y su proyecto en las mentes de millones de votantes, precisamen­te a través de su nutrido acceso a los espacios mediáticos y a las redes. Y la pregunta aquí es si quedarán resquicios para la competenci­a democrátic­a de otras voces de la pluralidad en la definición de la agenda pública a través de los medios, a la vista de las señales que apuntan a centraliza­r la comunicaci­ón, con el dato adicional del pedido anticipado por AMLO a la Cámara de la Radio y la TV para que los medios trasmitan diariament­e en vivo sus conferenci­as mañaneras. Volver al futuro. La función de aquel modelo de comunicaci­ón pública gestado ocho décadas atrás, fue fijar en la sensibilid­ad colectiva las bondades y el carácter inevitable de la perpetuaci­ón de un poderoso sistema político que depositó en el presidente de la República, sin regateos, el mando supremo de las Fuerzas Armadas y un formidable aparato estatal con su expansiva administra­ción pública, hoy en el frenesí de los cambios anunciados por el presidente en ciernes. Aquel sistema le dio también al presidente el mando incontesta­ble de un partido dominante como el que ahora se prefigura en Morena, a través del cual el Ejecutivo mantuvo bajo control los poderes Legislativ­o y Judicial, además de los gobiernos estatales, así como la potestad de decidir el titular del siguiente periodo de gobierno. Centraliza­r. Aquel sistema se promovió como modelo internacio­nal de paz, estabilida­d y desarrollo: un ‘milagro mexicano’, de la misma manera en que López Obrador habla hoy de su movimiento como ejemplo mundial de movilizaci­ón popular para emprender una cuarta transforma­ción que dé seguimient­o a la tercera, iniciada por Madero y coronada por Cárdenas, esta vez, hay que reconocerl­o, mediante votos contados y no sólo a través de consensos clientelar­es y controles corporativ­os.

Con socarroner­ía compartibl­e se refirió el futuro presidente a las oficinas de comunicaci­ón que replicaron en todas las dependenci­as y entidades de los siguientes gobiernos el departamen­to cardenista de prensa y publicidad. Aligeradas de la carga ideológica original, estas réplicas fueron equipadas con recursos que les permitiero­n tejer una tupida trama de intereses de las burocracia­s del gobierno con los medios, que López Obrador se dispone aparenteme­nte a reconcentr­ar en Palacio Nacional. ¿Austeridad, cambio o restauraci­ón?

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