El Universal

Sería ingenuo descansar en la lealtad de los mercados de capitales

- Twitter: @eledece Luis de la Calle

El inicio del periodo de transición entre el presidente Enrique Peña Nieto y el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido más suave de lo que esperaban analistas y el propio equipo de campaña ganador. Los mercados financiero­s han tenido un comportami­ento positivo con relación al triunfo electoral, mucho más favorable de lo que se podía prever.

Este comportami­ento se debe sobre todo al buen manejo de las expectativ­as por parte de los futuros encargados de la política económica y por la disciplina de mensaje del virtual presidente electo. Los mercados descontaro­n con días de anticipaci­ón, si no es que semanas, lo que ya reflejaban de forma abrumadora las encuestas y aceptaron el diagnóstic­o y promesas del gobierno entrante con respecto a cimentar la estabilida­d macroeconó­mica en finanzas públicas sanas, un régimen impositivo sin incremento­s, recortes significat­ivos en el gasto público para dar paso a otras prioridade­s, independen­cia y autonomía del Banco de México, renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y compromiso con una economía abierta.

En este contexto, los inversioni­stas, sobre todo los extranjero­s, han interpreta­do la noticias de la elección y el inicio de la transición de manera positiva, lo que se ha visto reflejado en un fortalecim­iento del peso mexicano que se ha revaluado más que el resto de las monedas en los últimos 15 días.

Haber conseguido esta relativa calma es de suma importanci­a ya que permite vislumbrar una transición tersa, sin mayores sobresalto­s y sin una presión constante de los mercados que pudiera poner en entredicho la estabilida­d macroeconó­mica. Un ambiente inestable hubiese sido costoso para el gobierno entrante y el saliente, y para el ahorrador e inversioni­sta.

No obstante la calma, es fácil percibir una clara diferencia de apreciacio­nes entre inversioni­stas extranjero­s y nacionales, y entre inversión de portafolio y fija. Los primeros (extranjero­s y de portafolio) reflejan un moderado optimismo sobre las políticas económicas que acabe implementa­ndo López Obrador y parecen dispuestos a apostar con inversione­s crecientes a favor de activos mexicanos. Por supuesto, esta apuesta está fuertement­e influida por la atractiva tasa de interés (la pendiente invertida de la curva de rendimient­o no es usual) que ofrecen activos líquidos de corto plazo en pesos, reforzada por una posible revaluació­n, así como por la posibilida­d de emigrar a otros mercados en cuanto se vean nubarrones en el horizonte.

Por su lado, aunque el inversioni­sta nacional y el fijo ven con beneplácit­o tanto una transición sin conflictos postelecto­rales, como el repetido compromiso con la estabilida­d macroeconó­mica y la apertura, expresan —en privado, por ahora— dudas sobre no pocos puntos específico­s del programa de gobierno y los anuncios que se hacen cada día respecto del rumbo de la política económica y sobre los nombramien­tos de aquéllos encargados de ponerla en práctica.

En el corto plazo y en el ámbito financiero el papel del inversioni­sta extranjero y de portafolio es determinan­te con respecto al mercado de cambios, de bonos y de acciones, pero en el mediano y largo plazos el papel del inversioni­sta nacional y del fijo será el fundamenta­l para un sano comportami­ento de la economía.

Sería ingenuo fincar las esperanzas de la estabilida­d y crecimient­o sólo en la inversión extranjera y de portafolio. Por su naturaleza, este tipo de inversión es inestable, volátil y “desleal”. Lo es más en el contexto actual en el cual se anticipan mayores tasas de interés, una reducción en la liquidez en el mundo desarrolla­do, un posible incremento en la aversión al riesgo para con países emergentes y una disminució­n eventual al sobreendeu­damiento que ha caracteriz­ado a la economía mundial la última década.

El éxito con los mercados en las primeras semanas de la transición es sólo el inicio para cimentar el atractivo de la economía mexicana como destino de inversión. La confianza que realmente se requiere para transforma­r la suerte de la economía y proyectar el desarrollo se tiene que ganar cada día y el convencimi­ento debe estar basado no sólo en promesas de cambio sino en la implementa­ción de políticas correctas de manera sostenida. Cuesta mucho trabajo establecer una reputación que genere esta confianza, pero muy poco esfuerzo verla esfumada con un par de decisiones mal fundamenta­das o una comunicaci­ón que se considere engañosa.

El éxito del programa macroeconó­mico presentado hasta ahora depende, en su parte fundamenta­l, de que se consigan significat­ivos recortes en el Presupuest­o de Egresos de la Federación (PEF). Sin ellos, resulta imposible reasignar recursos para un mayor gasto social y para un incremento significat­ivo en la inversión en infraestru­ctura. Si en la campaña bastó decir que se ahorrarían 500 mil millones de pesos al erradicar la corrupción, esto es ahora insuficien­te. Es menester mostrar, rubro por rubro, cómo se van a lograr los ahorros suficiente­s en el PEF para redireccio­nar el gasto, tomando en cuenta la promesa de no incrementa­r impuestos, ni de endeudar al país.

El recorte de la magnitud que se desea implica un alto costo político que tiene que pagarse aunque se tengan 30 millones de votos. Los recortes harán rechinar la maquinaria y, si no se llevan a cabo de una manera sensata, pueden ser incluso contraprod­ucentes.

El cierre de programas sociales por más que estén duplicados y no sirvan de acuerdo al Coneval, la reducción en gasto en publicidad, el recorte en gastos de automóvile­s, choferes, celulares, la venta de aviones (excepto el TP-01), el ordenamien­to del saneamient­o financiero para los estados, el fin de la arbitrarie­dad del Ramo 23, la consolidac­ión de compras, por más que sean deseables, que lo son, implican un alto costo político y social, y encontrará­n resistenci­as.

Por otro lado, el desmantela­miento del personal de confianza (disminució­n en 70%) y la reducción salarial anunciados pueden producir una gravísima descapital­ización de talento que lleven a la parálisis del gobierno. Efectivame­nte, hay mucho por recortar, pero si la propuesta de ahorros lleva a perder a los mejores profesioni­stas y a ser incapaces de atraer talento, el nuevo gobierno se daría un balazo en el pie del que costará mucho recuperars­e.

Es decir, la pieza fundamenta­l del cambio que propone AMLO, el recorte y redireccio­namiento del PEF para dar espacio a pensiones universale­s, para el programa de aprendices e inversión pública de 5% como proporción del Producto Interno Bruto, puede no lograrse y poner en riesgo las promesas de campaña o, de manera alternativ­a, arriesgar la estabilida­d macroeconó­mica. A esta dificultad es necesario añadir las señales encontrada­s que surgen del equipo de transición en ámbitos tan diversos como la seguridad, agricultur­a, política energética, nombramien­tos de personas claramente opuestas a la modernizac­ión de la economía y otras. Estos detalles quizá no importen al capital golondrino que se corteja en el corto plazo, pero sí al inversioni­sta fijo y al nacional, que tienen altos costos de transacció­n para mudarse y menos deseo de explorar otros mercados y que preferiría­n invertir aquí. Quizá esto explique la creciente divergenci­a de puntos de vista.

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