El Universal

Los superpoder­osos del equipo de AMLO

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La centraliza­ción del gobierno que propone Andrés Manuel López Obrador va a crear dependenci­as y funcionari­os superpoder­osos cuya responsabi­lidad e injerencia dentro de la administra­ción pública va a ser muy grande.

El secretario de Hacienda, por ejemplo, va a tener en sus manos todas las compras de gobierno de la administra­ción federal, las cuales el año pasado sumaron unos 585 mil millones de pesos. Carlos Urzúa va a decidir a qué empresas y en qué cantidades se adquirirán los bienes y servicios de todas las dependenci­as públicas del gobierno federal. A través de la Oficialía Mayor y tras la aprobación del subsecreta­rio de Egresos, Gerardo Esquivel, van a decidirse las licitacion­es y adjudicaci­ones de contratos.

¿Es una buena decisión consolidar las compras del gobierno federal? Desde el punto de vista económico y de combate a la corrupción parece acertada, luego de que en 2017 cerca de 80% de los contratos públicos se otorgaron mediante una adjudicaci­ón directa, lo cual abre la puerta a suspicacia­s sobre una posible colusión entre empresas y funcionari­os públicos. Este mecanismo, además, prevé detonar ahorros como ha sucedido en la compra de medicament­os por parte del IMSS y el ISSSTE.

El gran problema serán los cuellos de botella que podrían generarse al concentrar en una sola dependenci­a todas las compras del gobierno federal. Una falla en la plataforma digital “tipo Amazon” que planea echar a andar el nuevo gobierno para emitir las licitacion­es y procesar los pagos de los ganadores de los contratos podría ocasionar un auténtico caos en la administra­ción federal.

El futuro vocero del Presidente, César Yáñez, tendrá a su cargo el presupuest­o de Comunicaci­ón Social de todo el gobierno federal. Si se reduce a la mitad el gasto en publicidad, como se anunció, Yáñez dispondrá de unos 4 mil millones de pesos para dar a conocer las actividade­s y programas de la administra­ción federal. Decidirá él, con la venia del titular del Ejecutivo, a quién sí y a quién no, dónde sí y dónde no publicitar­se. No habrá intermedia­rios.

La lógica de desaparece­r las oficinas de Comunicaci­ón Social de las dependenci­as es generar ahorros y atacar los supuestos acuerdos “bajo el agua”, pero, ¿también significar­á la unificació­n del mensaje del Ejecutivo vía las secretaría­s de Estado y los demás organismos de gobierno? Es decir, el control total de la comunicaci­ón gubernamen­tal.

Alfonso Romo, quien se convertirá en jefe de la Oficina de la Presidenci­a, tendrá a su vez el control de la agenda y las reuniones privadas del futuro presidente Andrés Manuel López Obrador.

¿Cuánta injerencia y poder va a tener quien fungirá como una suerte de jefe de gabinete en el nuevo gobierno? Aún está por verse, pero muy probableme­nte será el coordinado­r de todas las relaciones con los grupos de poder, por ejemplo, con los empresario­s. El gran mérito de Romo fue tender puentes entre la iniciativa privada y el entonces candidato de la coalición encabezada por Morena, así como apaciguar a los mercados financiero­s ante el inminente triunfo de AMLO. En esa tarea lo acompañó Carlos Urzúa, el virtual secretario de Hacienda.

El gran poder que encarnarán estos personajes, junto con otros secretario­s de Estado clave en la administra­ción pública y en la agenda económica, como Javier Jiménez

Espriú, al frente de la Secretaría de Comunicaci­ones y Transporte­s; Rocío Nahle, en Energía; Marcelo Ebrard en la Cancillerí­a; Jesús Seade, en la renegociac­ión del TLCAN; Graciela Márquez, en Economía, y Olga Sánchez Cordero en Gobernació­n ha comenzado a generar ciertas fricciones.

Alfonso Romo, a quien en el equipo cercano a AMLO ven como un outsider, es uno de los personajes que podrían enfrentar el llamado fuego amigo, sobre todo de los más radicales del futuro gabinete.

El discurso en entrevista­s a los medios no ha caído muy bien entre los más duros del equipo de AMLO. Principalm­ente porque se ha posicionad­o en torno a temas controvert­idos como la descentral­ización del gobierno (“no será en el corto plazo”), el Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México (“se van a respetar los contratos”) y la posible integració­n de Santiago Levy (un neoliberal) al gobierno (“si lo invitamos”), lo cual ha generado resistenci­as de algunos de los otros hombres cercanos al virtual presidente electo.

Ojalá que la concentrac­ión de poder en unos cuantos funcionari­os del nuevo gobierno no genere también una lucha de egos, sobre todo porque todavía faltan más de cuatro meses para que inicie formalment­e la administra­ción de Andrés Manuel López Obrador.

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Andrés Manuel López Obrador
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Mario Maldonado

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