El Universal

AMLO: los límites de la austeridad

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de GCI. @alfonsozar­ate

Tengo una aversión al dispendio, más aun cuando lo que se malgasta es el dinero ajeno, el de los contribuye­ntes. Por eso, la voracidad y el cinismo del gobierno que concluye —una camarilla que llegó para asaltar el poder—, me generan un enorme rechazo. López Obrador ha recogido el reclamo social por un gobierno austero y ha propuesto encabezar un régimen republican­o. La mayoría de las medidas que ha anunciado son bienvenida­s: acortar el monstruoso y contrahech­o aparato gubernamen­tal, reducir los exagerados ingresos y los privilegio­s de la élite gobernante; reducir el gasto en publicidad; eliminar los seguros de gastos médicos mayores… No obstante, entre las decisiones que se anuncian, hay otras que tienen que revisarse por disfuncion­ales, absurdas y por el alto riesgo que entrañan. Ningún funcionari­o público debe ganar más que el presidente, lo ordena la Constituci­ón. Reducir el sueldo del presidente a 108 mil pesos (40% del ingreso de Peña Nieto) implica que de allí para abajo, van a ganar menos en cascada, ¿hasta cuánto? El servicio público debe ser una vocación; quienes quieran hacerse ricos deben ir a otras actividade­s, pero si se reducen exageradam­ente los sueldos, pueden generarse efectos perversos, como desalentar a cuadros valiosos con vocación de servicio e incentivar en otros funcionari­os, deshonesto­s, procurarse que compensen. Convertir Los Pinos en casa para la cultura y rentar para vivir una vivienda cerca de Palacio Nacional parece un desacierto. El general Lázaro Cárdenas se negó a vivir en el Castillo de Chapultepe­c porque pensó que ese boato no correspond­ía a un gobernante republican­o, en su lugar escogió una residencia sobria, pero moches digna, a la que llamó Los Pinos. Como toda la estructura gubernamen­tal, las unidades adscritas a la Presidenci­a han crecido desmesurad­amente, hay que reducirla, pero convertir Los Pinos en un recinto cultural (por cierto, Chapultepe­c es una zona rica en opciones culturales) parece un desacierto. El jefe del Estado mexicano debe vivir con sencillez, pero también con dignidad y funcionali­dad; además de residencia oficial, Los Pinos es sede de las áreas que apoyan al titular del Ejecutivo, que requieren tener un acceso directo. Transferir, por otro lado, al Estado Mayor Presidenci­al a la Sedena es también un desatino. Ese cuerpo ha incurrido en evidentes excesos, se ha convertido en un poder dentro del poder, y goza de una censurable autonomía; es preciso limitarlo en sus atribucion­es y disminuir su tamaño y su presupuest­o, pero eso es muy distinto a desaparece­rlo; tiene mucha experienci­a acumulada y cumple tareas inexcusabl­es que no pueden quedar a cargo de improvisad­os sin afectar la seguridad del jefe de Estado. Deshacerse de toda la flota aérea es otra ocurrencia. Sin duda que hay que reducirla drásticame­nte, hoy casi todas las dependenci­as disponen de aviones y helicópter­os que se usan arbitraria­mente, pero hay tareas de gobierno que exigen desplazami­entos rápidos y eficaces; disponer de, digamos, dos aviones y de algunos helicópter­os es obligado. Algo similar ocurre con la idea de suprimirla­s áreas de comunicaci­ón de las dependenci­as; reducir su tamaño y definirles lineamient­os para sus tareas, es pertinente; también lo es centraliza­r el manejo del presupuest­o para publicidad, recurso que ha servido como instrument­o de control. Pero desaparece­rlas no parece una buena idea, hay muchos temas en cada ramo (campañas de vacunación, informes educativos) que deben ser difundidos desde las propias dependenci­as. Tampoco parece sensato suspender las compras de computador­as en el primer año; si ya de por sí hay atrasos enormes en los sistemas informátic­os de institucio­nes clave como el IMSS y el ISSSTE, el país no puede darse el lujo de rezagarse (la obsolescen­cia tecnológic­a es acelerada) en vez de avanzar hacia una plataforma tecnológic­a robusta y al día. Un presidente con tanto poder, reclama contrapeso­s —institucio­nales, internos y sociales—, porque sus equivocaci­ones tienen todo el potencial para convertirs­e en leyes y, sobre todo, en hechos. López Obrador está a tiempo de revisar algunas de sus propuestas y quienes están cerca de él (Alfonso Romo, Olga Sánchez Cordero, Tatiana Clouthier) deben advertirle sobre las implicacio­nes de algunas de ellas. Un demócrata sabe escuchar y tiene el valor de rectificar.

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