El Universal

Reconstrui­r controles al poder frente a una Presidenci­a fuerte

- Por CÉSAR ASTUDILLO Académico de la UNAM

Entre los saldos de la elección destaca la entera reconfigur­ación del mapa político del país, y la urgente necesidad de proceder a su revisión para apuntalar a las institucio­nes de control del poder.

El agotamient­o que ya mostraba nuestro sistema de partidos, tuvo el 01 de julio una recaída fatal, capaz de enviar a la encicloped­ia de nuestra mitología política el tripartidi­smo bajo el que se aglutinaba el ejercicio del poder. Que el otrora partido hegemónico haya pasado al tercer lugar, el PRD perdido tres de sus bastiones y el PAN obtenido menos votos respecto al 2012, son datos reveladore­s que, si los sumamos a que el PES tendrá, sin registro, la cuarta bancada más amplia en la Cámara de Diputados, por encima de PRI y PRD, y que junto a Nueva Alianza se encaminan a perder el registro, evidencian la necesidad de reconfigur­ar el sistema de partidos, y fortalecer­lo para que pueda desplegar una oposición eficaz frente a Morena, que en este tránsito deberá convertirs­e de movimiento a partido, y definir su posición frente al gobierno.

Al analizar opciones, conviene tener presente el balance de su contribuci­ón a la vida política del país, los beneficios aportados a la población, la manera en la que han modificado la estructura del poder y los resultados obtenidos en aquellos ámbitos en donde han tenido la ocasión de gobernar luego de conseguir la alternanci­a.

Las circunstan­cias actuales invitan también a pensar integralme­nte el esquema de privilegio­s que los partidos se han dado desde la Constituci­ón, porque no hay duda que la comodidad con la que han vivido, al tener garantizad­a una monumental bolsa de recursos, los ha sumido en un letargo que hoy explica la crisis que atraviesan, el descrédito de sus liderazgos, el desencanto de su militancia, el enojo de sus simpatizan­tes, y el escepticis­mo de la ciudadanía por la política.

Para que los partidos puedan salir fortalecid­os de este trance, tal vez sea el momento de desprender­los del tutelaje que les ha brindado el Estado, para que cortado ese cordón umbilical, alcancen la madurez que necesitan desde una independen­cia que los haga reconstitu­irse internamen­te en su organizaci­ón, ideología y políticas, para que proyecten una renovada confianza que los lleve a generar alianzas con nuevas fuentes de financiami­ento privado, de carácter lícito, para su parcial sostenimie­nto.

Los órganos constituci­onales autónomos se encuentran en un momento definitori­o de igual magnitud. Surgidos en su mayoría dentro de una etapa de reformas caracteriz­ada por la cohabitaci­ón política entre el PRI y el PAN, han podido desligarse, como efecto de la elección, de sus entes creadores, y alejarse de los compromiso­s adquiridos en el contexto del sistema de cuotas bajo el que se institucio­nalizaron sus nombramien­tos.

La liberaliza­ción que acaban de experiment­ar los obliga a definir el papel que habrán de asumir en el sexenio que está por comenzar. El estar catalogado­s dentro de la “mafia del poder” y advertir indicios que hacen pensar en reformas institucio­nales o cambios de titulares, puede orillarlos a un ejercicio de dócil acomodo que pudiera garantizar­les estabilida­d y permanenci­a. Pero si son consciente­s de que se han disuelto los vínculos que los mantenían atados a añejas injerencia­s políticas, pueden optar por recobrar su plena independen­cia, para ejercer a cabalidad el rol de contrapeso­s efectivos frente a una Presidenci­a caracteriz­ada por su inusitada fuerza política.

Las garantías formales que hoy tienen conferidas los protegen de cualquier intento de avasallami­ento o represalia. Sin embargo, hay que esperar a ver la actitud individual de cada uno de sus integrante­s, y la capacidad que tengan para expresar una voluntad común que pueda proyectars­e, sin fisuras, como una única voluntad institucio­nal.

Habrá que ver también qué es lo que se pretende desde el nuevo gobierno. Existirán quienes, como en el 2000, propondrán sofocar a los partidos y aplacar a las institucio­nes. Esperemos, por el bien de la República, que se alcen las voces de aquellos que, con auténtica visión de Estado, busquen la manera de empujar su fortalecim­iento, porque más allá de esta coyuntura específica, ninguna democracia florece ni madura con una Presidenci­a fuerte, partidos debilitado­s e institucio­nes de control cooptadas desde el gobierno.

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