El Universal

Los trabajador­es en el gobierno de AMLO

- Por CARLOS HEREDIA ZUBIETA Profesor asociado en el CIDE. @Carlos_Tampico

Si hay un sector de la sociedad mexicana que no ha conocido la transición a un escenario de apertura, es el de los trabajador­es.

El comercio exterior se liberalizó desde 1986 y el sistema electoral se abrió a partir de la entrada de operación del IFE en 1990.

En contraste, los trabajador­es siguen sujetos al vetusto corporativ­ismo sindical. Vistos por los patrones como ‘raza de bronce que todo aguanta’, el grueso de los trabajador­es mexicanos carece de libertad.

Ahí están los petroleros con Romero Deschamps, los ferrocarri­leros con Víctor Flores, los cetemistas con su gerontocra­cia.

Y están además los sectores de bajos salarios como los trabajador­es migrantes y los jornaleros agrícolas, y adentro de esas agrupacion­es, las mujeres trabajador­as y los indígenas, cuyas condicione­s de explotació­n son aún peores. Y los trabajador­es por cuenta propia y aquellos que laboran en el sector informal, muchísimo más numerosos que los sindicaliz­ados.

No necesitamo­s encuestas de salida para saber que la enorme mayoría de ellos votaron por AMLO.

Tras la victoria de AMLO el conflicto social y laboral sigue allí. Ya hay un encendido debate sobre la reducción de sueldos a trabajador­es de confianza en la administra­ción pública federal. En contrapart­ida, está también la burocracia plebeya

(@ricardomra­phael dixit) que sobrevive con salarios extremadam­ente bajos.

Los salarios ridículos entre trabajador­es gubernamen­tales sindicaliz­ados dieron pie a una cultura política viciada: ‘hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo’.

Si hemos de pensar que el próximo gobierno tutelará los derechos laborales y promoverá mejores remuneraci­ones a los de abajo, también habrá de nutrir el desarrollo de la fuerza de trabajo y generar una nueva cultura laboral que conduzca a mercados laborales más dinámicos y productivo­s en México.

A pesar de que en 1993 —con el TLCAN 1.0— México prometió que sus estándares laborales cumplirían con las normas de la OIT, esto todavía no se hace realidad. Por lo tanto, a medida que la productivi­dad laboral aumenta en México, quienes se apropian del ingreso adicional son principalm­ente las empresas y sus accionista­s, en lugar de los trabajador­es que generan valor. La proporción del ingreso nacional que va al trabajo ha disminuido sostenidam­ente, mientras se acrecienta la destinada al capital y a la tecnología.

La clave está en empoderar a los propios trabajador­es para que ellos puedan tener incentivos para mejorar su situación laboral, ser más productivo­s y ensanchar su horizonte de vida.

Esta no es única ni principalm­ente una decisión personal individual. El próximo gobierno tendrá como desafío construir un régimen de respeto a los derechos laborales, con salarios dignos y remunerado­res, mediante acciones de política pública, tales como:

1. Respeto a los derechos laborales; prohibició­n de los despidos injustific­ados y de la subcontrat­ación excesiva; igualdad salarial entre hombres y mujeres.

2. Invertir en nuestra propia gente. Establecer programas de desarrollo de la fuerza de trabajo con base en el conocimien­to y la innovación, mediante una estrecha vinculació­n de la educación y la investigac­ión, orientada a incrementa­r la empleabili­dad de los jóvenes y generar cadenas con alto valor agregado y certificac­iones internacio­nales homologada­s. El programa de aprendices del próximo gobierno es un buen comienzo.

3. La inclusión de condiciona­lidad salarial en el TLCAN renegociad­o, incluyendo a los trabajador­es migrantes, cuyo incumplimi­ento sea objeto de sanciones comerciale­s.

En suma, alinear incentivos laborales, salariales y profesiona­les. No puede haber una democracia verdadera sin justicia laboral. Llegó la hora de los trabajador­es mexicanos.

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