De parque infantil a bosque embrujado
El parque marino Atlantis fue uno de los lugares más visitados de la Tercera Sección del Bosque de Chapultepec en los años 80. Hoy toda esta zona luce en desolación
Fabián tiene cara de estar perdido, no ha pisado esas tierras en una década, pero sus pies reconocen los atajos del bosque, andan decididos tras los primeros años de su vida en esa villa olvidada llamada Atlantis, donde seres acuáticos de comportamiento extraño habitaban un océano de concreto entre avenidas, barrancas, árboles y matas.
El lugar era una de las principales atracciones de Chapultepec en los 80, este parque marino se volvió un símbolo: la gente del barrio aún conoce por este nombre a toda la Tercera Sección, donde también estaba el balneario La Ola, el foro Cri-Cri, los juegos infantiles y un enorme trozo boscoso. “Atlantis para nosotros es como una sinécdoque: la parte por el todo... ir a Atlantis era ir al parquecito”, cuenta Fabián Bonilla, quien creció con los delfines como vecinos.
En la explanada de la Tercera Sección, la estatua solitaria de Alfonso Reyes observa ese universo de cemento: aún queda la estructura cadavérica de las resbaladillas y las figuras de animales descoloridos posan como momias entre las bancas del parque. Los toboganes del balneario simulan ser un basilisco muerto entre hierba y charcos de lluvia; enfrente, el extinto delfinario ahora está cautivo por láminas y alambre de púas.
No hay nadie, sólo un par de personas recolectoras de fierro viejo. Fabián dice que se rumora la existencia de una bruja en la barranca. Así empiezan las películas de terror…
Un bosque con océano. En 1981 algunos habitantes del mar se mudaron a Chapultepec: la empresa Convivencia Marítima S. A. (Convimar) obtuvo una concesión para consolidar una ciudad acuática en ese terreno frondoso, operaba negocios parecidos en el bosque de San Juan de Aragón, en Reino Aventura, Cici en Acapulco y Selva Mágica en Guadalajara.
En una alberca con paredes de cristal que funcionaba como casa y escenario, los delfines Calipso, Chispa y Neptuno enloquecían con trucos a los niños que nunca habían estado cerca del océano. En tanto, Micki y Tatiana, dos lobos marinos, saltaban aros y equilibraban una pelota en la nariz a cambio de unas sardinas.
Había 17 acuarios de peces diferentes y en la “Gruta Marina” se exhibían esqueletos de delfín y lobo marino, el cráneo de una ballena y un cerebro de delfín comparado con el humano. En un teatro algunas cacatúas y papagayos perturbaban a la naturaleza al cambiar sus alas por triciclos.
En los recuerdos de Fabián los delfines nadan nítidamente: “siempre me llamó la atención mucho la textura de la piel, como que te imaginabas, a pesar de la distancia, poder tocarlo… ya como adulto soñaba precisamente los espectáculos, sobre todo la posibilidad de tocar esa piel, que para mí era algo muy especial, era entre suave pero resistente…u na especie de seda”, narra mientras acaricia con sus manos a un ser imaginario.
La caída del imperio acuático. El lado turbio de Atlantis se desbordó con el siglo XXI. A partir del 2000 dejó de funcionar con normalidad, en el 2009 el negocio dio un giro: ofrecía delfinoterapias, o bien, rentaba a los animales para fiestas infantiles.
Luego, en el 2012 inició una remodelación interminable. Tres años después circularon en redes digitales imágenes que evidenciaban las malas condiciones de los mamíferos en las instalaciones: nadaban en aguas verdes. Ese año inició un procedimiento para recuperar el terreno concesionado a Convimar y, ante un posible desalojo, en el 2017 entregó a las autoridades el resto de su población oceánica: tres lobos marinos.
Ahora, como doctor en Ciencias Sociales, Fabián ve el espacio pequeño y más complejo: está en la mira de intereses privados. Explica que además de la importancia ambiental la Tercera Sección tiene un valor social. Esta zona ya es “el estacionamiento de la burocracia”, pues cerca hay instituciones gubernamentales que utilizan el espacio para sus autos.
“¡Mi infancia arruinada!”, exclama, luego le da la espalda al fragmento de estacionamiento-bosque abandonado y avanza silencioso, hacia el tráfico detenido de la avenida, lejos de las resonancias de vidas pasadas que ahora habitan ese espacio fantasmal.