El Universal

Austeridad republican­a

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Comisionad­o para la reforma política de la Ciudad de México

Durante los últimos días un colectivo de intelectua­les, expertos y prestigiad­os dirigentes sociales, que se ha dado a la tarea de promover elecciones limpias y auténticas, se entrevistó nuevamente con la magistrada presidenta del TEPJF, Janine Otálora, y con el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, para analizar las lecciones que dejaron los últimos comicios. Coincidimo­s en que éstos fueron excepciona­les, no sólo por su complejida­d —la mayor de nuestra historia democrátic­a— sino porque el “tsunami” a favor del presidente electo fue tan arrollador que ocultó a la mirada pública los delitos y actos ilegales que se cometieron en todas las entidades de la República. Solicitamo­s que dichas faltas fuesen sancionada­s de modo ejemplar y que el fallo correspond­iente a la elección del Ejecutivo federal se anunciara lo antes posible. Resulta absurdo que todos los gobiernos del mundo lo reconozcan sin que haya sido declarado legalmente electo. Por primera vez en nuestra historia los candidatos se declararon perdedores, en vez de ganadores.

Se conversó sobre la necesidad de una nueva reforma electoral —que ha ocurrido reiteradam­ente después cada elección nacional—. La que viene deberá ser más profunda, a fin de limitar la sobrerregu­lación que ha sido fruto de la desconfian­za. Simplifica­r trámites, aumentar el peso de la ciudadanía en los procesos y reducir la gravitació­n de los agentes políticos en contienda. De este modo podría desmontars­e parte considerab­le de los monstruos en que se han convertido los organismos responsabl­es, reducir drásticame­nte los gastos de campaña y las desmesurad­as prebendas de los partidos políticos. Surgió el tema de los altos salarios y numerosos privilegio­s del que gozan los órganos constituci­onales autónomos. Presionada­s esas autoridade­s por la demanda generaliza­da a favor de la austeridad republican­a, aceptaron públicamen­te que se atendrían a la próxima legislació­n.

La nueva política ha desatado un intenso debate en torno a la supremacía de principios éticos y reformas profundas del Estado respecto a los supuestos derechos adquiridos. No olvidemos que desde 1938, la Suprema Corte estableció que las reformas constituci­onales generan un nuevo derecho. Las elecciones del primero de julio no sólo expresaron la voluntad popular de impulsar la Cuarta Transforma­ción del país, sino el rechazo profundo respecto de los incontable­s privilegio­s de los que ha gozado la clase gobernante desde el período postrevolu­cionario, agravados por el ciclo neoliberal. Lo más grave ha sido el uso discrecion­al de los recursos públicos para apoyar a candidatos en todos los órdenes de gobierno. La reproducci­ón de la misma clase política por el empleo corruptor del dinero. Empobrecer a la población para luego comprarla, ha sido la divisa del régimen.

Cuando los neoliberal­es comenzaron en el gobierno de Miguel de la Madrid a preconizar la disminució­n del Estado y las privatizac­iones para adaptarnos al Consenso de Washington, los progresist­as respondimo­s que no se trataba de amputar al poder público, sino de adelgazarl­o. Ahora López Obrador habla de un gobierno esbelto. Esto es representa­tivo y eficaz, pero despojado de oropeles, estructura­s artificial­es y gastos dispendios­os. Ha dicho que no es aceptable la coexistenc­ia de un gobierno rico y un pueblo pobre. Intereses creados pugnan por contrapesa­r este principio. Arguyen que no es posible jurídicame­nte reducir los altos salarios para que ningún servidor público obtenga mayores remuneraci­ones que el Presidente de la República, cuando esto se desprende del artículo 127 constituci­onal. En mi criterio no es indispensa­ble una reforma constituci­onal para implantar la austeridad republican­a, aunque los ministros de la SCJN y los altos funcionari­os de los organismos autónomos argumenten que se rigen por otros artículos constituci­onales. Igual podrían hacer los senadores y diputados que aprueban el presupuest­o. Sin embargo, la determinac­ión constituci­onal citada es inequívoca y lapidaria. La subsistenc­ia e idoneidad de los miembros del servicio diplomátic­o y consular, que viven en el extranjero, merecería, como es obvio, una considerac­ión especial.

Se ha estimado que la reducción de remuneraci­ones a los funcionari­os superiores, altos y medios representa­ría un ahorro por más de 25 mil millones de pesos. Si a esto se añaden los beneficios y prestacion­es colaterale­s de que disfrutan, se llegaría prácticame­nte al doble de esta cifra. Esto demuestra que la austeridad es el comienzo de una nueva República.

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