ELLAS CREAN UN ESPACIO EN LIBERTAD
Poco a poco las mujeres se apropian de espacios públicos para evitar el acoso; sitios en los que la entrada y participación de hombres están limitadas o prohibidas. Ellas forman comunidades
“Espacio libre de violencias… ¡Si violentas, te vas!”, exclama uno de los muros del lugar. Algunas mujeres juegan una diminuta reta en la mesa del futbolito, otras humedecen la conversación con cualquier bebida, sin miedo a que ésta tenga una sustancia extraña. Hay quienes van a ligar o a bailar solas, en grupos, en parejas, da igual, se sienten seguras, no las acosan ni miran lascivamente. Ahí no entran “machos”; los viernes son de ellas.
Punto Gozadera es feminista sin rodeos y, como tal, desborda diversidad: es restaurante vegetariano-vegano, zona cultural y política, hasta escenario de bailongos. En días normales todos pueden entrar, pero la última noche de la semana se prohíben hombres.
“Lesbviernes” o “Lenchiviernes” es más que un evento para lesbianas, como su nombre podría sugerir. No cobran cover, todas son bienvenidas y cada quien decide cómo interactuar; en la puerta no está una cadenera preguntando por la orientación sexual, aunque no sería la primera vez que las mujeres prefieren ir a antros o bares gay para evitar el acoso de hombres heterosexuales.
Ahí el propósito es gozar un momento de distensión entre mujeres en toda su amplitud. Sobran las voces indignadísimas que dirán “las lesbianas también acosan” o “no todos los hombres son así”. Algo está pasando si ellas se sienten más tranquilas con esta restricción.
Desde una pared observa fijamente Lesvy Berlín Rivera Osorio. Sólo es una mirada de papel, pues hace más de un año que la asesinaron; su novio está acusado de estrangularla con un cable de teléfono en Ciudad Universitaria, “#JusticiaParaLesvy… ¡No fue suicidio, fue feminicidio!”, grita el dibujo enfurecido.
En México un promedio de siete mujeres son asesinadas al día de manera cada vez más agresiva, de acuerdo con ONU Mujeres. Esta cifra, sin duda, pasa por la mente de muchas caminantes de calles nocturnas y solitarias.
En este país los espacios públicos son el segundo ámbito de mayor violencia contra las mujeres después de las relaciones en pareja, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016.
De las encuestadas de 15 años y más, 38.7% dijo haber experimentado violencia por parte de desconocidos en sitios como calles, parques, plazas y bares, principalmente de tipo sexual: frases ofensivas, acecho y abuso.
“Una de las razones por las que venimos es porque es separatista, entonces nos sentimos muy seguras, estamos entre puras mujeres”, dice Ana mientras espera su servicio de transporte; en tanto, su amiga Sandy comenta que le agrada estar ahí, nadie ve feo a su hija con discapacidad, quien también tiene derecho a divertirse, es una joven.
En la puerta Montserrat Armas lanza a la Plaza de San Juan el humo de su cigarro a través de una sonrisa espontánea, ya no le gusta ir a “sitios bugas” (heterosexuales) donde la dinámica la enfada: “Aquí es una zona de respeto, es como el círculo de confianza, aunque no conoces a muchas de las chicas”.
En las profundidades de La Gozadera, Dafne toma una cerveza. Entre su gran melena de chinos aparece una mirada tímida finamente delineada, a veces le gusta ir a ligar, pero dice que es difícil en su caso: no a todas las lesbianas les gustan las “trans”. Acude al sitio desde que abrió en 2015, se siente cómoda: “no hay ningún problema de machismo… no es que no lo haya, pero se repudia”.
En los Lesbviernes a veces leen poesía, hay stand up, performance, karaoke, cascarita futbolera o sólo bailan. Para una de las fundadoras de La Gozadera el baile es empoderador (ella no quiere ser identificada, por seguridad).
Una antigua reflexión le sale sosegadamente: “No estamos bajando ni moviendo ni gozando el movimiento de nuestras caderas en función de una mirada externa masculina, lo estamos haciendo porque nos gusta, porque la música nos mueve, porque nos significa”.
¿La Gozadera está totalmente libre de violencias? No hay ninguna garantía de que así sea, más bien las fundadoras hacen un llamado a ser conscientes de la existencia de violencias en muchos ámbitos, tratan de establecer confianza en ese espacio y reaccionar juntas ante una situación de ese tipo, acompañarse.
“La energía que se da cuando estás sólo entre mujeres, o sea ni siquiera porque sean lesbianas, sino de verdad, la forma de cómo nos miramos y cómo no nos miramos entre nosotras o cómo ocupamos el espacio… se genera una energía diferente que para mí es más armónica, que es muy gozosa”, afirma la socia.
Perra Mala errante
Gizeh Jiménez estaba harta de ir a micrófonos abiertos mixtos. En estos sitios donde se invita a poetas a alzar la voz, 80% de quienes toman la palabra son hombres y los temas son recurrentes: las ex novias o comparaciones entre vaginas y cigarros.
Ella quería ver escritoras representadas en el escenario; el año pasado se le ocurrió hacer uno de estos programas con una regla explícita: el micrófono sólo podía ser tomado por mujeres y femmes (término que incluye a las personas no binarias, es decir, quienes no se asumen como hombres ni mujeres). Así llegó Perra Mala 666. El nombre es retador, refiere a la estigmatización a las mujeres que se atreven a decir las cosas: la llaman “histéricas”, “brujas” o “perras”.
“Escuchas cosas tan diferentes que tienen que decir… es increíble escuchar todas las experiencias de estas morras”, explica. Los temas visibilizados por las participantes van desde el desamor, la menstruación o una violación: “Cosas que sensibilizan, te representan como mujer o como persona femme que en espacios dominados por hombres, pues no existen o no se habla de eso, es tabú”.
Ellos no se suben al escenario, pero pueden entrar. Cerca de 30% de los asistentes son hombres, sólo escuchan. “Yo considero que sí es un evento libre de violencias… cualquier tipo de violencia masculina tóxica sería echada del lugar”, dice Gizeh.
“Está bien chido… nunca me había atrevido a hacerlo”, le han dicho a la autora del concepto. A su parecer las mujeres participan porque se sienten seguras, lejos de ofensas machistas que abundan en micrófonos abiertos mixtos.
La primera edición se hizo en Guadalajara, las subsecuentes en la Ciudad de México, en Bandini. Ahora se buscan nuevas sedes, extender el proyecto.
La entrada a Perra Mala es gratuita. Gizeh no siempre recibe una remuneración económica, si acaso recupera su inversión. Sus razones son otras: “Para abrir espacios donde las morras se sientan chidas, para abrir representación… es para crear lazos entre morras”.
Feminismos recuperan espacios
Xóchitl Rodríguez mantiene la mirada atenta, como si materializara las preguntas en el aire, luego sesea ligeramente las respuestas: “Cuando pienso en lugares feministas o sólo para mujeres como que veo restaurantes y bares como La Gozadera o cosas de como cuidado emocional, pero como que fuera de eso siento que no hay espacios realmente de recreación para que podamos estar sin sentirnos como violentadas”.
Por esta escasez, ella organiza sesiones de autocuidado para mujeres una vez al mes en su departamento, las cuales consisten en generar herramientas para el bienestar y la salud mental, hablan de cosas que no se pueden abordar fácilmente en otros lados, como maltrato familiar, abortos o violencia laboral.
Más que establecimientos específicos, Xóchitl piensa que el feminismo ha ido permeando en algunos museos o centros culturales que no se asumen abiertamente así, pero incluyen una agenda con perspectiva de género: conciertos, presentaciones de libros, conferencias, talleres, etc. La prohibición de hombres es frecuente en encuentros testimoniales, por ejemplo, cuando las asistentes exponen casos de violencia muy específicos. Aunque en ocasiones ellos se autoexcluyen aún si su presencia no está vetada en acontecimientos feministas.
“En el momento que vean que el patriarcado también les afecta de formas muy particulares —que evidentemente a las mujeres y personas no binarias no—, creo que podrían empezar ahí a cambiar un poco el ciclo y a escuchar estas ideas, porque claro, que te digan en la cara ‘tú eres el opresor’ siempre va a ser primero ‘yo no’”, explica Xóchitl.
“No quiero decir que por ser un espacio feminista en sí mismo todo es positivo y hermoso, pero sí he sentido que puedo aprender más, puedo como hablar más tú por tú, puedo intercambiar más cosas”, su voz atrapa algo intangible que sucede cuando el feminismo toma el territorio: se forma una comunidad.
“Una de las razones por las que venimos es porque es separatista... nos sentimos muy seguras, estamos entre puras mujeres”
ANA
Asistente a Lesbviernes