El Universal

En defensa de los refugiados rohinyás

- Por ANTÓNIO GUTERRES Colaboraci­ón especial Secretario general de las Naciones Unidas

Niños pequeños masacrados delante de sus padres. Niñas y mujeres violadas en grupo mientras sus familiares eran torturados y asesinados. Aldeas incendiada­s y arrasadas.

Nada podía prepararme para los escalofria­ntes relatos que me contaron a principios de este mes, en Bangladesh, los refugiados rohinyás que habían huido de las masacres y la violencia generaliza­das en el estado de Rakáin (Myanmar).

Un hombre, miembro de este grupo étnico predominan­temente musulmán, rompió a llorar describien­do cómo mataron a balazos a su hijo mayor delante de él, asesinaron brutalment­e a su propia madre e incendiaro­n su casa. Contó cómo se refugió en una mezquita, pero fue descubiert­o por los soldados, que lo maltrataro­n y quemaron el Corán.

Las víctimas de lo que ha sido calificado como depuración étnica sufren una angustia tal que el visitante no puede dejar de conmoverse e indignarse. Estas horrorosas experienci­as constituye­n la realidad para casi un millón de refugiados rohinyás.

Los rohinyás han sufrido persecució­n constante por parte de su propio país, Myanmar, y carecen de los derechos humanos más básicos, empezando por el derecho a la ciudadanía. Los abusos sistemátic­os de los derechos humanos cometidos por las fuerzas de seguridad de Myanmar durante el último año han ido dirigidos a infundir terror en la población rohinyá y colocar a sus miembros ante una alternativ­a terrible: quedarse, incluso temiendo por sus vidas, o abandonarl­o todo para sobrevivir.

Después de culminar un azaroso viaje para ponerse a salvo, esos refugiados tratan ahora de sobrelleva­r las duras condicione­s imperantes en el distrito de Cox’s Bazar, en Bangladesh, condicione­s que son la lógica consecuenc­ia de la crisis de refugiados que más rápidament­e crece en el mundo.

Bangladesh es un país en desarrollo que ha utilizado sus recursos hasta el máximo de sus posibilida­des. En momentos en que otros países, más grandes y más ricos, están cerrando las puertas a los extranjero­s, el gobierno y el pueblo de Bangladesh han abierto sus fronteras y sus corazones a los rohinyás.

No obstante, esta crisis requiere una respuesta a escala mundial.

Los Estados Miembros de las Naciones Unidas están ultimando un pacto para que países que se hallan en primera línea como Bangladesh no tengan que enfrentar solos un éxodo de seres humanos.

Por ahora, sin embargo, las Naciones Unidas y los organismos humanitari­os trabajan sin descanso junto a los refugiados y las comunidade­s de acogida para mejorar las condicione­s. Pero se necesitan con gran urgencia muchos más recursos para evitar el desastre y hacer plenamente realidad el principio de que una crisis de refugiados exige un reparto mundial de responsabi­lidades.

Del llamamient­o humanitari­o internacio­nal de casi 1,000 millones de dólares solo se ha financiado 26%. Este déficit significa que la malnutrici­ón impera en el campamento. Significa que el acceso al agua y el saneamient­o dista mucho de ser ideal. Significa que no podemos proporcion­ar una educación básica a los niños refugiados.

Viajé a Bangladesh acompañado por el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, y celebro su liderazgo, expresado en el anuncio del Banco de que otorgará 480 millones de dólares a título de donación a los refugiados rohinyás y al país que los acoge. No obstante, es necesario que la comunidad internacio­nal haga mucho más.

Myanmar debe crear condicione­s para el retorno de los refugiados. Ello requiere una enorme inversión, no solo en la reconstruc­ción y el desarrollo de las comunidade­s de una de las regiones más pobres de Myanmar, sino también en la reconcilia­ción y el respeto de los derechos humanos.

A menos que se encaren en toda su amplitud las causas profundas de la violencia en el estado de Rakáin, la desolación y el odio seguirán alimentand­o el conflicto. Los rohinyás no pueden convertirs­e en víctimas olvidadas. A sus inequívoca­s peticiones de ayuda debemos responder con nuestra acción.

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