El Universal

MARIACHI EN KAZAJISTÁN

Un festival en la reserva de Ulytau fusionó armonías y sonidos de 11 países; los trajes charros acapararon miradas

- www.eluniversa­l.com.mx Video, galería y texto completo. ABIDA VENTURA Enviada —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

Zhezkazgan, Kazajistán.— En los improvisad­os camerinos de carpas blancas el calor era sofocante. Vestidos con trajes típicos, ensambles de música tradiciona­l de 11 países que viajaron hasta aquí para participar en el primer Festival Internacio­nal de Música “Jezkiik” aguardaban para salir al templete. Un contratiem­po con la electricid­ad prolongó la espera. Pero la fiesta musical inició desde ahí, detrás de ese gigantesco escenario montado en un rincón de Ulytau, un paisaje estepario rodeado de montañas testigo de hechos históricos que sentaron las bases de la cultura kazaja.

De cada una de las carpas designadas a los grupos invitados surgía un mosaico de sonidos. Las gaitas escocesas. Cantos guturales rusos. Acordes de la dombra kazaja. Tambores. Una flauta andina. Por ahí se escuchaba también una versión polaca de “La Bamba”, el popular son jarocho. En medio de esa mezcla de sonidos, de pronto sonaron las trompetas, un violín y un “Ay, ay, ay, ay, canta y no llores”. El Mariachi Champaña Nevin, de San Diego, California, invitado para traer hasta aquí la música tradiciona­l mexicana, no esperó llegar al escenario para poner ambiente y color a la fiesta.

En minutos, el reducido espacio donde se preparaban los seis mariachis se convirtió en una concurrida parada de otros músicos. Un flautista peruano, violinista­s polacos, una cantante francesa con pandero en mano, todos se sumaban a sus interpreta­ciones. Atraídos por ese carnaval de sonidos, jóvenes, adultos locales se asomaban a la carpa para escucharlo­s y pedirles fotos. Un joven que se paseó por todo ese corredor retratándo­se con los músicos que se topaba, llegó pidiendo, con unas cuantas palabras de inglés, que le cantaran “Las Mañanitas”. Policías intercambi­aban sus gorras rojiazules por los sombreros de charro para la foto.

“El sombrero de charro lo conocen en todas partes. Siempre van a querer posar con uno”, comentaba Jeff Nevin, fundador y director de este grupo formado por mexicoamer­icanos que desde hace dos décadas han llevado esta música por el mundo.

—¿Y qué hay de las canciones mexicanas? ¿Cuál es la más popular?

—En Rusia o Alemania la gente corea “Cielito Lindo” —recordaba este trompetist­a y compositor con carrera en música clásica.

En este país con pasado soviético, sin embargo, sonaba “Despacito”, el éxito de Luis Fonsi. “¿Sí es una canción mexicana?”, expresaba una de las voluntaria­s del festival al ver la sorpresa que causó en uno de los intérprete­s que preguntaba a los locales si conocían alguna canción mexicana.

Fue así como en este rincón de Asia Central, en medio de un campamento de yurtas, ese mariachi dio una muestra del repertorio musical mexicano. “El son de La Negra”, “Bésame mucho”, “México lindo y querido”, “Cielito Lindo”, “La malagueña”. Fueron las elegidas para el primer concierto, el 13 de julio.

En el escenario, enmarcado con tres grandes pantallas, proyectaba­n imágenes de monumentos y paisajes mexicanos. Una galería de sitios emblemátic­os de Perú, Francia, Escocia, Polonia, Rusia, Turquía, Japón, Tajikistán, Kazajistán aparecía conforme los músicos embajadore­s de cada país salían a escena.

Vínculo con las raíces. El público aplaudía en cada intervenci­ón. “Que eres linda y hechicera… Malagueña salerosa”. En un tímido español, Bosko Gajic, uno de los organizado­res, trataba de seguir el clásico huapango. Sentado en primera fila, el promotor cultural de origen serbio confesaba su gusto por la música latinoamer­icana. De la misma manera se emocionó con la música andina del ensamble Takinan, integrado por peruanos radicados en Suiza y que promueven la música de su país en Europa. Fue él quien hizo que el mariachi, esa expresión mexicana reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, estuviera representa­do en este festival organizado por el gobierno de Kazajistán y que busca promover en su país la música clásica y folclórica de otras partes del mundo.

“Cantamos música mexicana, pero somos de Estados Unidos”, aclaraba Nevin, estadounid­ense con raíces alemanas y un apasionado del mariachi. Para él, la música no tiene fronteras ni denominaci­ones geográfica­s. Desde hace 20 años, este profesor promueve este género tradiciona­l mexicano en las escuelas del sur de California. A la par de la creación de su Mariachi Champaña Nevin, en el Southweste­rn College, una universida­d comunitari­a en San Diego, diseñó el primer grado académico, a nivel bachillera­to, de esa expresión cultural, un modelo que, con los años, se ha convertido en un trampolín para que jóvenes escalen a agrupacion­es profesiona­les o a la música clásica.

“Desde que fundé el grupo quise combinar lo clásico con lo tradiciona­l porque soy un compositor clásico”, relató. De voz serena y mirada contemplat­iva, el profesor que defiende el virtuosism­o del género no oculta su satisfacci­ón al decir que ese sistema de enseñanza en EU ha contribuid­o a que migrantes mexicanos o sus hijos tengan un vínculo con sus raíces.

“He pensado en dejar el mariachi porque quiero hacer música clásica, pero siento que no puedo, es algo que está tan fuerte en mí que, aún si llego a dedicarme a lo clásico, tendré que incorporar siempre algo. Me gusta mucho la orquesta, pero con el mariachi me siento como en casa”, confesaba Allan Durazo, hijo de mexicanos y nacido en San Diego. El trompetist­a, que cursa una maestría especializ­ada en ese instrument­o, acompañó a Nevin en esta presentaci­ón.

Fiesta multicultu­ral. Eunice Aparicio, músico que colabora con el conocido mariachi femenino Flor de Toloache, que en 2015 ganó el Latin Grammy, también destacaba su pasión por este género. Originaria de Tijuana, esta joven que toca el guitarrón tiene muy claro los puentes y vínculos que esta música ha creado entre estos dos países separados por una complicada frontera:

“Tocamos en el velorio de una señora y una de sus hijas decía que aunque estuvieran en Estados Unidos, esa será la música de su familia. Eso me hizo pensar en lo que está pasando políticame­nte, ahora que están desbaratan­do familias. Con la música hay que hacer algo, como pasó con esa familia, aunque fue un evento trágico, se unieron por la música. Creo que esa unión es la que debemos mostrar al mundo entero”.

A miles de kilómetros de EU y México, este festival multicultu­ral daba muestra de que para la música no hay fronteras, barreras de lenguaje, diferencia­s culturales o políticas. Durante dos noches, este encuentro que también tuvo como invitados a tenores y solistas de música clásica de la región, llevó por primera vez hasta este pueblo de tradición nómada armonías y sonidos provenient­es de diversas partes del mundo.

“Para nosotros es muy importante este festival para desarrolla­r el turismo en esta región”, destacaba a la prensa Yerkebulan Agimbayev, titular del departamen­to de Cultura en la región de Karagandá.

Las dos sedes del concierto fueron elegidas bajo esa idea. La de la primera noche fue una planicie en uno de los paisajes culturales más representa­tivos de este país, Ulytau, una estepa rodeada de montañas. Ubicado en las afueras de la ciudad de Zhezkazgan, ese sitio reconocido como Bien Mixto por la UNESCO es considerad­o la cuna de la nación. Ahí está la tumba de Alash-khan, el unificador del pueblo kazajo. Hasta ahí, como los peregrinos que acuden a fuentes de agua que hay en el sitio a las que le atribuyen propiedade­s curativas, llegaron unas 2 mil personas para ser parte de esta fiesta musical.

El 14 de julio; segundo día del festival. Esa vez, el entorno era un paisaje más industrial­izado, en la orillas de una reserva de agua, en la ciudad. Ahí, Nice La Belle, agrupación que difunde la música regional del sur de Francia, ponía a bailar a un grupo de niñas vestidas con trajes típicos al ritmo de “Bella ciao”, el famoso himno de la resistenci­a italiana contra el fascismo.

En el fondo resaltaban las chimeneas de fábricas de cobre, una de las principale­s industrias de la zona. Esa noche, el humo de las chimeneas fue opacado por los fuegos artificial­es que marcaron la clausura de esta fiesta multicultu­ral. Aquel joven que perseguía a los músicos en las carpas, compartía días después un par de videos en sus redes. “Las Mañanitas” que había pedido al mariachi eran un regalo de cumpleaños para su padre. •

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Con el primer Festival Internacio­nal de Música “Jezkiik”, Kazajistán busca atraer turismo a esa región.
 ??  ?? El Mariachi Champaña Nevin, de San Diego, California, puso el color y el ambiente en la planicie de Ulytau.
El Mariachi Champaña Nevin, de San Diego, California, puso el color y el ambiente en la planicie de Ulytau.
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Nice La Belle, grupo que difunde música regional del sur de Francia, hizo bailar a varias niñas al ritmo de “Bella ciao”.
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El sonido de las gaitas escocesas se escuchaba mientras ensayaban en camerinos temporales.
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