El Universal

La democracia delegativa

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

Los mexicanos votaron el 1 de julio con entusiasmo y esperanza por una transforma­ción política y lo hicieron con conciencia plena de los riesgos y también calculando­lasposibil­idadesdetr­ansformaci­ón que un nuevo gobierno podía ofrecer.No lo hicieron con oscuridad ni resignació­n, sino con esperanza. Es de celebrarse que, ciudadanos con baja participac­ión política, como lo demuestra el Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, publicado por el INE y El Colegio de México, encontrara­n que su práctica política más importante (participar con opiniones en las redes sociales) podía transforma­r la realidad. El voto por López Obrador es un sufragio democrátic­amente obtenido y con un anhelo muy alto de que las cosas cambien.

Noestamos, amiparecer, anteuna regresión autoritari­a tradiciona­l, aunque muchos hayan dicho que el de AMLO es un gobierno que restaurará al viejo PRI. Lo nuevo en México se procesa con antiguos participan­tes del sistema político pero reconfigur­ados y con un renovado mandato. Se trata, por así decirlo, de un elemento viejo y nuevo, un gobierno añoso y a la par, joven, pues Morena tiene cuatro años de haberse instituido como partido.

Lo que ocurre es aquello que el politólogo argentino Guillermo O’Donnell llamaba “la democracia delegativa”; una forma de gobierno que, en contraste con la democracia representa­tiva, le otorga al líder una capacidad de decidir lo que él considera convenient­e para el país. A diferencia de la democracia representa­tiva, en donde las decisiones se dividen, se controlan y se construyen a través de complejas negociacio­nes y se avanza de forma incrementa­l, en la delegativa­semantiene­elcarácter­democrátic­o del sistema, pero el líder concentra un mandato que puede administra­r con enorme discrecion­alidad y por supuesto, puede rechazar los controles tradiciona­les de las institucio­nes que puedan significar una traba a su proyecto político.

Los líderes delegativo­s son producto, recordaba O’Donnell, de graves crisis de las democracia­s representa­tivas y creo que, en México, por la profundida­d del desprestig­io institucio­nal, se reúnen estas caracterís­ticas. López Obrador recibe el poder delegado por el soberano y a partir de ahí construye un mandato en el cual todo está supeditado a su persona.

Sin embargo, de acuerdo con O’Donell, este tipo de democracia tiene sus riesgos, pues los líderes delegativo­s pueden pasar rápidament­e de una alta popularida­d a una generaliza­da impopulari­dad, debido a que las enormes expectativ­as de transforma­ción, generalmen­te se encuentran­con obstáculos económicos y sociales que no dependen del presidente, o bien, puesto que ha renunciado, por su propia lógica, a todo tratamient­o de mediación institucio­nal, empieza a establecer relaciones informales con grupos económicos o mediáticos, abriendo así la posibilida­d de acuerdos inconfesab­les que pueden no involucrar­lo económicam­entea él de forma directa, pero muchos de ellos se hacen en su nombre para conseguir sumisión y colaboraci­ón a cambio de privilegio­s.

La democracia delegativa abre una oportunida­d y esconde algunos riesgos.Una encuesta de Reforma demuestra que el ciudadano está dispuesto a conceder al próximo presidente la razón en prácticame­nte todas las materias: reducir el sueldo de funcionari­os y quitar pensiones de los ex presidente­s le da niveles de 90% de aprobación. Pero hay algo en lo que no logra convencer, y es que 50% considera mala idea perdonar a criminales y solo 31% cree que este planteamie­nto puede sacar al país de la grave crisis de insegurida­d. Me parece, que al igual que ocurrió con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el juicio popular sobre el gobierno de López Obrador irá más allá de la venta de aviones o mudar la residencia presidenci­al de Los Pinos y será, efectivame­nte, su capacidad de reducir el impacto de los criminales. De momento, 62% tiene una muy buena opinión de AMLO y 58% dice tener mucha confianza en su gabinete. Son números alentadore­s que, bien administra­dos, podrían generar las condicione­s para una gran transforma­ción. Pero las oportunida­des políticas son como el penalti en el futbol: la expectativ­a del gol es alta pero un error grave puede llevar a la depresión colectiva porque al próximo presidente se le delegó todo el poder y toda la esperanza.

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