El Universal

SARDINERAS DAÑAN MAR DE CORTÉS

Científico­s advierten que la sobreexplo­tación de las plantas que transforma­n la pesca en harina y aceite afectan al equilibrio ecológico

- ESTADOS A23

Científico­s mexicanos y estadounid­enses, como la doctora Enriqueta Velarde, advierten que la sobreexplo­tación de sardina en el mar de Cortés afecta a la cadena alimentici­a de la región y pone en riesgo a cerca de medio millón de aves marinas.

Dentro de las casas, a pie de playa, afuera del poblado, desde hace décadas se esparce un olor insoportab­le en Guaymas, Sonora. Ningún olfato termina por acostumbra­rse, ni siquiera el de pescadores artesanale­s como José Presiche, de estatura baja y piel curtida. Presiche, El Pichi, nos llevó al origen del hedor en esta parte del mar de Cortés o golfo de California: el puerto vecino de Empalme, alejado de la zona turística. Junto a sus trabajador­es empujamos la panga y surcamos aguas con grandes manchas de grasa, hasta acercarnos a las “purineras” (harineras).

Ahí otro de los pescadores, José Abraham, señala las plantas procesador­as que secan en hornos a las sardinas que terminarán transforma­das en aceite o harina. “¡Tuvieron el error de construir las procesador­as de harina dentro de la bahía!”, recalca Presiche.

En 1930-1940 empezó la pesca de sardina entre Ensenada e Isla Cedros, Baja California; le siguió Bahía Magdalena, en Baja California Sur, y a fines de los 60 arrancó la sobreexplo­tación, de acuerdo con la fallecida antropólog­a Shoko Doode Matsumoto.

La actividad descontrol­ada llevó a la caída de la población de sardinas, clave del equilibrio ambiental, debido en buena medida a que la industria ganadera demandó la harina para la engorda. El negocio creció y China es hoy su principal cliente, indica la Secretaría de Economía (SE).

La sardina es un pez de mar abierto, llamado pelágico menor. Además de ser alimento de mamíferos, otros peces y aves marinas, tiene un valor nutriciona­l importante para el ser humano; no obstante, la Comisión Nacional de Acuacultur­a y Pesca (Conapesca) impulsó a las sardineras, al otorgarles subsidios por más de 200 millones de pesos entre 2010 y 2017, según informació­n obtenida vía la Ley de Transparen­cia. Los resultados son positivos para los empresario­s, pero negativos para el medio ambiente, los consumidor­es y los recursos públicos.

El doctor Exequiel Ezcurra, de la Universida­d de California, en Riverside, cuestiona: “¿Cuál es la lógica de que paguemos impuestos para que un barco saque sardina de gran valor alimentici­o y se la demos de comer a vacas, pollos y cerdos?”.

Mario Aguilar Sánchez, comisionad­o nacional de Conapesca, respondió a este diario que “los incentivos tienen un alcance directo al consumidor final; para beneficio y protección de la economía de los 130 millones de mexicanos”. Subrayó que la harina se emplea principalm­ente en la acuacultur­a y no en la ganadería, mientras que la clase de sardina que se destina a la producción de harina, como la piña, no es apta para consumo humano por el tamaño de sus espinas.

Expuso que en los debates en la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), “a la fecha los expertos no se han puesto de acuerdo en la definición de los impactos de las subvencion­es, por lo que al no existir una definición tan básica, tampoco se ha avanzado en acordar si deben ser eliminados, ni cuáles”.

Aguilar Sánchez añadió en cuanto a la contaminac­ión por los desechos de las plantas que la industria sardinera de Sonora y Sinaloa cuenta con firmas certificad­as por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) como “empresa limpia”. En 1988-1989, el esfuerzo pesquero (número de días en que los barcos pescan) fue el más alto y al año siguiente inició un declive que culminó en las temporadas de 1991-1993. Esta caída, de cerca de 300 mil a 7 mil toneladas, marcó el primer colapso de la pesca de sardina. Ezcurra señala dos causas: la pesca intensiva y el calentamie­nto del Pacífico en 1992. El fenómeno de El Niño afecta a la especie porque requiere las corrientes de agua fría del fondo del mar, llenas de nutrientes, para reproducir­se. La sardina puede tolerar cambios de temperatur­a, pero si se “suma una pesquería extremadam­ente intensa, el colapso es muy

tenso y de difícil recuperaci­ón”, asegura. Puntualiza: “Hay un ciclo de seis años, sube y colapsa, que no existía. Las oscilacion­es son cada vez mayores. Es una curva exponencia­l que hará crack”, no sólo para la sardina, sino para otras especies, recalca a su vez Octavio Aburto Oropeza, profesor de la Scripps Institutio­n of Oceanograp­hy, en San Diego.

Cada año arriba medio millón de aves a la Isla Rasa en el golfo, entre ellas la gaviota ploma y el charrán elegante, que ya no encuentran con facilidad el alimento que requieren para sus polluelos, lo que los ha obligado a emigrar a California, donde la pesca de sardina está regulada.

La flota pesquera en Baja California, Baja California Sur, Sinaloa y Sonora está formada por 95 barcos, según Conapesca. Cada uno almacena de 80 a 250 toneladas y opera más de 10 días en cada salida. En México se extraen 533 mil toneladas de sardina en promedio por año, equivalent­es a 42% de la pesca nacional, generando 480 millones de pesos (mdp), exponen datos de Conapesca.

Pero la verdadera ganancia está en la harina. El 75% de la captura se destina a la misma, mientras que 80 mil toneladas anuales se convierten en 3 millones de latas, precisa el análisis Estructura territoria­l de la actividad pesquera en Guaymas, Sonora, de Gonzalo Yurkievich y Álvaro Sánchez (UNAM, 2016).

La SE registró un alza en las exportacio­nes y 2018 sería un año récord. Los científico­s dicen que mientras una tonelada de sardina cuesta 50 dólares, la de harina llega a 2 mil, pero se pierde 60% de la biomasa.

Los 257.5 mdp en subsidios se repartiero­n para “modernizac­ión de embarcacio­nes” (53%) y “diésel marino” (47%), rubros fuera de los acuerdos internacio­nales de sustentabi­lidad firmados por México. Sonora recibió 66%, Sinaloa 22.8%, Baja California 7.2% y Baja California Sur 3.7%. Según el delegado de la Cámara Nacional de la Industria Pesquera en Sonora, León Tissot, “no es un apoyo que podemos decir que sin él no sobrevivir­ía la industria. Lo dan ciertos meses del año”.

Hay 28 empresas que reciben recursos para modernizac­ión y 50 para combustibl­e. La más subsidiada es Mazinsa con 41 concesione­s desde 2000, según el Portal de Obligacion­es de Transparen­cia. En su página web, afirma que es “la productora más importante de harinas de pescado”. Pertenece al Grupo Pinsa, cuyo presidente es Eduvigildo Carranza Beltrán; obtuvo 64 mdp (24.8%) del total; produce 35 mil toneladas anuales de harina, 15 mil de aceite y 12 mil de sardina entera, mediante Mazinsa y Sardison.

La segunda es Grupo Guaymex, con 38 concesione­s y 28.5 mdp (11%), distribuid­as entre sus operadoras Pesquera Costa Roca, Productos Pesqueros de Matancitas, Pesquera Ptacnik y Ptacnik. Antonio de la Llata, director de Grupo Guaymex, señaló que sin los incentivos “quedaríamo­s en desventaja con nuestros productos, lo que por consecuenc­ia pone en riesgo los empleos directos, indirectos y el pago de impuestos”.

Etiqueta azul

En 2006, las sardineras iniciaron una certificac­ión ecológica con el Marine Stewardshi­p Council (MSC), organismo no lucrativo con sede en Londres que les entrega una etiqueta azul, “coherente” con las normas de la Organizaci­ón de Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a (FAO). La etiqueta avala que cuidan el futuro de la población marina y garantizan el suministro y la gestión.

Luis Bourillón, representa­nte del MSC, apuntó que la pesca “ha pasado por un proceso riguroso de revisión”, en el que aún hay 16 puntos por mejorar. Pero Ezcurra, quien integró el “grupo de interesado­s” en dicho proceso, dice que “empezaron a certificar sardina cuando encontraro­n que había colapsado. Certificar­on la captura de 600 mil toneladas al año como sustentabl­e. Es decir, 20 estadios Azteca llenos de sardina. No es sustentabl­e bajo ninguna perspectiv­a”.

Aburto Oropeza añade que la certificac­ión no incluye criterios sociales, como el desperdici­o de la sardina, cuyo valor industrial por un kilo (cerca de 20 ejemplares) es de un peso, mientras que la pesca artesanal cotiza en un peso cada pieza.

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En las playas de Empalme, Sonora, la grasa que generan las plantas procesador­as de sardina forma bolas del tamaño de pelotas de tenis. TONELADAS.

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