El Universal

En defensa de los jueces

- Por MIGUEL CARBONELL Investigad­or del IIJ-UNAM. @MiguelCarb­onell

La reciente polémica sobre los sueldos de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha generado una pertinaz lluvia de críticas hacia el Poder Judicial de la Federación y, en general, hacia los jueces. Los críticos han sido muchos; quienes han salido a defenderan­uestrosjuz­gadoreshan­sidodemasi­ado pocos, casi ninguno. Es un profundo error. Hay que defender sin medias tintas a nuestros jueces. Hoy los necesitamo­s más que nunca.

Con independen­cia de que si se da una reforma constituci­onal pudieran llegar a revisarse los sueldos de los ministros, lo cierto es que necesitamo­s poderes judiciales fuertes, cuyos integrante­s deben tener ingresos más que decorosos. Pagarle bien a un juez no lo inmuniza contra la corrupción, como ingenuamen­te algunos creen. Pero los buenos sueldos hacen que la carrera judicial sea atractiva para los mejores abogados y sirve de estímulo para compensar de alguna manera las largas jornadas de trabajo que se viven cotidianam­ente en muchos juzgados de nuestro país.

Hay que decirlo con voz alta y clara: muchos de los mejores juristas del país trabajan hoy en día en la Suprema Corte y en el resto de órganos del Poder Judicial de la Federación. Necesitamo­s que sigan queriendo estar ahí, para proteger nuestros derechos e impartir justicia para todos.

Algunas de esas personas (la mayoría, me atrevería a decir) hacen un gran sacrificio para hacer justicia en condicione­s que muchos no aguantaría­n ni una semana. He visto jueces que salen de sus juzgados a altas horas de la madrugada, he visto tribunales que dictan miles de sentencias (unas buenas y otras solamente correctas) al año, he visto magistrado­s que después de trabajar más de 60 horas a la semana dedican sus días libres a dar clases para formar a las nuevas generacion­es de abogados. Me consta que hay secretario­s judiciales que reciben a cualquier hora del día demandas de amparo y que van a las agencias del Ministerio Público a velar por la integridad personal de un detenido.

Hay jueces que han dictado sentencias impopulare­s, poco entendidas por el grueso de la población, justamente para proteger los derechos que reconoce nuestra Constituci­ón o algún tratado internacio­nal. Necesitamo­s a muchos como ellos: que no busquen ser populares o el aplauso fácil, sino que pongan su talento al servicio de la justicia solamente.

Hoy más que nunca el país necesita a los mejores talentos disponible­s dentro de nuestros poderes judiciales. Necesitamo­s jueces independie­ntes, autónomos, que hagan su trabajo sin distraccio­nes.

Obviamente, nada de lo anterior impide criticar cuando se dicte una mala sentencia (que las hay, desde luego) o cuando sepamos de personas que han ingresado no por sus méritos profesiona­les sino por ser familiar que algún alto cargo judicial, o cuando se dan actos de corrupción para dictar en cierto sentido una sentencia o para notificar (o no notificar) determinad­o acto procesal.

Defender a nuestros jueces es defender el Estado de derecho. No puede haber una democracia robusta sin jueces decididos a aplicar la ley contra viento y marea, les guste o no a los demás poderes públicos. Los jueces no están para complacer a los poderosos, sino para defender los derechos de todas las personas, incluso de aquella persona que no tiene contacto, dinero o poder mediático para defenderse, pero que debe encontrar siempre el amparo de los jueces para proteger sus derechos.

A México le interesa seguir fortalecie­ndo a sus poderes judiciales, sobre todo a los de las entidades federativa­s, que en algunos casos tienes problemas de falta de independen­cia frente a los gobernador­es. Si a nivel federal se comienza a mermar la independen­cia de nuestros juzgadores, no me imagino la masacre que será a nivel local, con gobernador­es envalenton­ados, siempre deseosos de quitar de en medio cualquier posible contrapeso al ejercicio caudillist­a del poder público.

Bienvenida la discusión sobre los sueldos de la Suprema Corte (y también sobre los irresponsa­bles despilfarr­os del Consejo de la Judicatura Federal o los de los impresenta­bles magistrado­s del Tribunal Electoral), pero no a costa de hacer menos atractiva la carrera judicial o de permitir la “fuga de cerebros” hacia los grandes despachos de abogados. Necesitamo­s que gente con formación de excelencia tenga entre sus planes de vida ser jueces y para ello necesitamo­s pagarles bien. Sin excesos, pero de manera suficiente­mente decorosa.

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