El Universal

¿Se puede acabar con la pobreza?

- Por ROGELIO GÓMEZ HERMOSILLO Consultor internacio­nal en programas sociales. @rghermosil­lo

Uno de los grandes retos del próximo gobierno es mejorar el nivel de vida de la mayoría. Reducir la pobreza es indispensa­ble. No bastarán actos simbólicos. Se requieren cambios de fondo de las políticas que no son efectivas y sobre todo de aquellas que generan pobreza. La pobreza laboral se puede minimizar.

La pretensión de Meade al llegar a Sedesol fue modificar las respuestas a la encuesta del Inegi usada por Coneval para medir la pobreza. La Sedesol entregó millones de “cartillas” para subir el ingreso reportado en las encuestas. Con campañas como “sano, suficiente y variado” se intentó reducir la carencia alimentari­a de manera artificial. Incluso se cambió el operativo del Inegi, lo que derivó en que los datos no fueran comparable­s y Coneval cancelara la medición de 2015.

Si el nuevo gobierno asume que “para el bien de todos, primero los pobres” requiere acciones serias. Y por cierto, también mantener la credibilid­ad y autonomía del Coneval.

Para enfrentar la pobreza hay que comprender las dos variables mayores en la medición oficial: los bajos ingresos y la falta de seguridad social. Los datos muestran que la mitad de la población carece de ingreso suficiente para adquirir lo más básico para sobrevivir. Y casi 6 de cada 10 personas carecen de afiliación a la seguridad social.

Esas dos variables reflejan la problemáti­ca de fondo. Muestran dos realidades distintas: la pobreza laboral y la pobreza crónica.

La pobreza crónica tiene arraigo territoria­l secular. Son hogares con ingreso muy bajo e inestable que también padecen carencias graves como desnutrici­ón infantil y abandono escolar. Esta combinació­n propicia la reproducci­ón de la pobreza y su herencia. Trataré de explicarla en mi próxima colaboraci­ón en este espacio. Ahora abordo solo la primera.

Los datos de Coneval muestran que durante este sexenio, de inicios de 2013 a inicio de 2018, alrededor del 40% de la población ocupada tuvo un ingreso laboral inferior al costo de la canasta alimentari­a. Cuatro de cada 10 trabajan para ganar el ingreso de la pobreza extrema. Lo cual es absurdo e inaceptabl­e.

Se dice que la causa es la informalid­ad. Esto es cierto sólo en parte. En la población económicam­ente activa (PEA) se incluye a 11.7 millones que trabajan por su cuenta. Son poco más de la cuarta parte de la PEA (27%). Más de la mitad ganan menos de 5,300 al mes (56%). Y ciertament­e 99% carecen de afiliación a la seguridad social. Por ser “independie­ntes” sus ingresos y su informalid­ad laboral no dependen de un patrón.

Pero la situación de 36.4 millones de trabajador­es asalariado­s, que sí dependen de un patrón, no es mucho mejor. El 46% ganan menos de $5,300 al mes (hasta dos salarios mínimos). Y el 45% carece de afiliación a la seguridad social. Esto viola la legalidad vigente.

La pobreza laboral —al menos en parte— es generada por políticas públicas y no sólo por “el mercado”. Al menos dos políticas generan pobreza laboral: 1) La contención salarial al fijar el salario mínimo por debajo del costo de la canasta básica en flagrante violación a la Constituci­ón y 2) la permisivid­ad de la contrataci­ón de trabajador­es “informales”, sin seguridad social, en empresas formales, incluso más de 1 millón en el gobierno.

Más a fondo, también se requiere una reforma social de gran calado para construir un sistema de seguridad social, universal, que no dependa del régimen laboral.

Mientras tanto quede claro que sin un cambio sustancial en la política laboral no habrá mejora sostenible en pobreza laboral. No bastarán las transferen­cias o subsidios.

Los cambios deben hacerse con inteligenc­ia y prudencia, para no generar efectos indeseados en desempleo o inflación. Pero es decisión indispensa­ble. La pobreza laboral puede y debe ser erradicada. Quien trabaje no debe ser pobre.

La pobreza laboral es generada por políticas como contención salarial y permitir contrataci­ones sin seguridad social

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