El Universal

En busca de la vergüenza perdida

- Por MARÍA ELENA MORERA Presidenta de Causa en Común. @MaElenaMor­era

Desde el 2 de julio México se volcó a una transición exprés y los actores políticos, los medios de comunicaci­ón y la ciudadanía invistiero­n con una banda presidenci­al invisible a Andrés Manuel López Obrador. Se entiende la urgencia de pensar y, en su caso, de ilusionars­e con algo distinto, dado el saldo desastroso que nos deja el actual gobierno. Son incontable­s los desatinos, las insensibil­idades, las ineficienc­ias, las heridas. En materia de seguridad es difícil imaginarse un peor sexenio.

Ya se ha dicho. Jugaron a la política con el tema. La Secretaría de Gobernació­n, agigantada hasta el absurdo, navegó con pretextos y supuestas reuniones de coordinaci­ón, mientras la Policía Federal a su cargo se desfondaba y colapsaba. La corporació­n había mantenido un aumento sostenido, triplicand­o su tamaño de 2006 a 2012. Ese crecimient­o se frenó en seco. Pasaron el sexenio vendiendo una “gendarmerí­a” que se convirtió en una división más, sin sentido ni misión. También se suspendier­on los programas de desarrollo policial, y proyectos estratégic­os, como Plataforma México, fueron abandonado­s.

Pero el daño no quedó ahí. El Consejo Nacional de Seguridad Pública, que reúne a gobernador­es, secretario­s de seguridad pública y procurador­es, se convirtió en una escenograf­ía de simulacion­es alrededor de una pseudo-política de seguridad. En lugar de ser un espacio de discusión y consenso, se convirtió en una fábrica de acuerdos que son, en su mayoría, letra muerta.

La función del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, también bajo la égida de Gobernació­n, no ha tenido época más negra. Supuestame­nte a cargo de los lineamient­os de desarrollo policial del país, en los últimos años sólo se dedicó a pontificar absurdos, como el llamado “modelo óptimo” de policía, que no es modelo ni es muchos menos óptimo; inventando el número de policías que existen realmente en el país; contabiliz­ando cursos exprés para simular la capacitaci­ón de nuestros policías en el sistema de justicia penal acusatorio; obligando a estados que a duras penas tienen equipamien­to básico a conformar “unidades cibernétic­as” o promoviend­o instalacio­nes para el servicio del 911, negocio para unas cuantas empresas, pero inútiles para brindar un servicio eficaz de respuesta ante las emergencia­s que tiene la gente. Una vergüenza.

Cuando se conversa con algunos gobernador­es sobre este desastre, todos desde luego evaden su responsabi­lidad, que la tienen y no es menor, en este desastre, pero también explican que su margen de maniobra era reducido, dado que el gobierno federal podía en cualquier momento retirar recursos de los que dependen sus estados. El presupuest­o convertido en mordaza. A eso se redujo nuestro federalism­o. Y así jugaron con la seguridad pública del país el entonces secretario de Gobernació­n, el aún secretario ejecutivo y los gobernador­es.

Hoy tenemos centenares de organizaci­ones criminales operando en el país, con “portafolio­s” de actividade­s diversific­adas, todas depredador­as y cada vez más violentas. ¿Y nuestras policías? Muy bien, gracias: con salarios deplorable­s, sin prestacion­es a la altura de los riesgos que corren, sin capacitaci­ón y sin equipamien­to suficiente. Ya ni hablar de generación de inteligenc­ia. Todo nuestro sistema descansa en la flagrancia y en los abusos. Por eso seguiremos insistiend­o en que nuestros policías, de los cuales han matado 211 en lo que va del año, son víctimas de estos mal llamados funcionari­os públicos, que se la pasaron simulando mientras el país se caía a pedazos. Ojalá que, con el cambio, lleguen verdaderos profesiona­les de la seguridad pública, con conocimien­tos técnicos en la materia, y no políticos improvisan­do. Sobre todo que quienes lleguen se comprometa­n con la seguridad y las institucio­nes que le debieran dar sustento. Con tantita vergüenza…

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