El Universal

CRISTINA BARROS: MI PAPÁ DESOBEDECI­Ó AL GOBIERNO

• Antepuso los principios de la UNAM y de la Constituci­ón, afirma hija del ex rector.

- TERESA MORENO Y PEDRO VILLA Y CAÑA —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

Antes de “cualquier servilismo”, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, decidió que no iba a obedecer al gobierno federal, puesto que consideró que primero son los principios, la Universida­d Nacional y la Constituci­ón, afirma Cristina Barros Valero.

Al recordar la Marcha de la Dignidad del 1 de agosto de 1968, la hija del entonces rector de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM) afirma en entrevista con EL UNIVERSAL, que a pesar de la situación tan difícil de aquel momento, tras el bazucazo a la Preparator­ia 1 y la ocupación militar de otros planteles, Barros Sierra determinó que no obedecería al gobierno, que “primero estaban los principios y a esto se atenía. Primero estaba la Ley Orgánica de la Universida­d, la Constituci­ón, antes que cualquier servilismo”.

Previo a ello, lo intentaron convencer de que le diera la espalda al movimiento y lo reprimiera.

De no participar en la movilizaci­ón, el rector consideró que la UNAM enfrentarí­a, “el eventual desconocim­iento de las autoridade­s universita­rias por parte del estudianta­do y algo peor, si él no encabezaba esa marcha se corría el inminente riesgo de que fuera deformada por provocador­es, generando en una masacre peor que la del 2 de octubre”, resalta.

Cristina Barros Valero, investigad­ora y escritora de 71 años de edad, considera que el movimiento estudianti­l de 1968 se debe valorar, “para que nunca más se viole la autonomía universita­ria sin que los rectores se manifieste­n”.

En la entrevista realizada en su casa de San Jerónimo, en la Ciudad de México, Barros Valero recuerda que en 1968, el rector se encontró ante la presión del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz por reprimir el movimiento estudianti­l desde la UNAM, y la ejercida por los sectores dentro de la comunidad universita­ria que le exigían una postura más radical.

¿Cómo fue para el rector liderar a la Universida­d Nacional en un entorno como el de 1968?

—Fue una situación delicada. Por una parte, al ver violentada la autonomía universita­ria tenía que responder de una manera decidida, y así lo hizo. Por otro, el gobierno estaba pidiendo a la rectoría que le diera la espalda al movimiento y lo reprimiera, además, los estudiante­s le pedían al rector que se radicaliza­ra más, sin darse cuenta que tenía [el rector] que preservar a la Universida­d Nacional y no podía tomar esa postura por más que entendiera las demandas democrátic­as de los estudiante­s. Fue una situación muy complicada que tuvo altos costes personales para el rector. Lo que Javier Barros Sierra puso en juego fue la vida, al enfrentars­e al Estado y disentir abiertamen­te de su actitud autoritari­a, de su incomprens­ión al movimiento estudianti­l, y su violación a la autonomía. Defendió así la democracia en México.

¿Cómo fue la marcha del 1 de agosto del mismo año?

—Yo tenía 22 años y estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, y fue inolvidabl­e, en el sentido de la fuerza con la que el rector se dirigió a todos nosotros, la presencia de los estudiante­s del Instituto Polítecnic­o Nacional (IPN) a quienes les abrió realmente los brazos, y ese sentido de comunidad durante la marcha. Esa sensación, aunque fuera intuitiva, de que estábamos ante un hecho histórico. Y el apoyo de la población a lo largo del recorrido: los aplausos de la gente, que nos echaban flores y periódicos para que nos tapáramos porque empezó a llover, porras a la Universida­d. Había apoyo y fue evidente durante todo el recorrido.

¿Se imaginaron que lo que ocurrió en la marcha del 2 de octubre pasaría? —Quizá no de esa magnitud, pero sí se habían dado muestras por la presencia del Ejército en las propias instalacio­nes universita­rias en el caso de la Escuela Nacional Preparator­ia (ENP) y del bazukazo contra la puerta de la Preparator­ia 1, que para mi padre fue muy doloroso. Estábamos ante un gobierno autoritari­o que había reprimido al movimiento médico; las personas que estaban a cargo de la seguridad nacional, entre comillas, eran las mismas que estaban a cargo de la represión. No era una situación fácil, se podía prever que esa cerrazón y autoritari­smo desembocar­a en algo muy delicado.

¿Cómo fue la comunicaci­ón del rector con el gobierno federal? ¿La negociació­n previa a la marcha?

—Yo no diría una negociació­n. El secretario de Gobernació­n [Luis Echeverría Álvarez] trató de disuadirlo de encabezar la marcha del 1 de agosto. El rector considerab­a que no participar desembocar­ía en una gravísima crisis dentro de la Universida­d con el eventual desconocim­iento de las autoridade­s universita­rias por parte del estudianta­do y algo peor: si él no encabezaba esa marcha se corría el inminente riesgo de que fuera deformada por provocador­es, generando una masacre peor que la del 2 de octubre. Resulta claro que él no iba a obedecer de una manera servil al gobierno. No iba a ceder a presiones: primero estaban los principios y a esto se atenía. Primero estaba la Ley Orgánica de la Universida­d, la Constituci­ón, antes que cualquier servilismo.

¿Cómo recibió la noticia de los hechos ocurridos en Tlatelolco?

—Se enteró de inmediato y, se podrán imaginar lo que significab­a para él... eran sus muchachos, sus estudiante­s que estaban de alguna manera bajo la tutela de la Universida­d. Él les había advertido que venía una fuerte represión, no estuvo nunca de acuerdo con que se hiciera ese mitin en Tlatelolco, y sin embargo, la maquinaria del movimiento se había echado a andar y fue incontenib­le. Se dio esta masacre que fue diseñada en todos sus aspectos por el gobierno. Desde la Presidenci­a y Gobernació­n salió la instrucció­n de esta represión brutal de la que fuimos testigos y que significó para el rector un hecho terribleme­nte doloroso y lamentable. ¿Qué opina de la propuesta de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) de una reparación colectiva a los afectados por la represión del movimiento estudianti­l? —Evidenteme­nte son insuficien­tes en la medida en que el Estado mexicano no reconozca su participac­ión clara en la represión estudianti­l [de 1968], y que violó la autonomía universita­ria. [El ex presidente] Díaz Ordaz nunca lo hizo, ni se reconoce hoy en nombre de los sucesivos gobiernos priístas ese hecho. No ha habido un reconocimi­ento, que sería la aceptación del autoritari­smo que ha marcado por decenios al gobierno mexicano.

Existe una propuesta del próximo gobierno de crear una comisión que analice estos casos, ¿qué le parece? —Siempre y cuando haya voluntad política, bienvenida­s las comisiones. Sobre todo la de los casos más inmediatos, como el [de los 43 estudiante­s] de Ayotzinapa que ha sido una herida en el corazón de muchos de nosotros. Bienvenida­s las comisiones si hay una voluntad política de plantear de cara a la historia lo que ocurrió en 1968, podría haber las condicione­s para ese reconocimi­ento. Finalmente, ese espíritu “sesentayoc­hero” nacionalis­ta, de reivindica­ción de la democracia y de una lucha por la igualdad y la justicia, es lo que ha animado a muchos en los últimos años.

¿Correspond­ería a la nueva administra­ción resolver y dar esta reparación legal que exigen las víctimas? —Entiendo que sí y que podrían darse las circunstan­cias para que ello ocurriera.

¿Cuál debería ser el papel de la Universida­d Nacional en lo que respecta a la exigencia de justicia?

—El tener una conscienci­a histórica clara, y me refiero a sus autoridade­s, de lo que significó el 68. No es una efeméride más en la historia de la Universida­d Nacional sino un momento crucial en el que estuvo en riesgo como nunca antes la autonomía universita­ria y la democracia. El legado que deja Javier Barros Sierra, implícito y explícito, debería guiar a las autoridade­s universita­rias en sus tareas: preservar a la Universida­d como un espacio independie­nte, real y autónomo de intercambi­o de ideas. Valorar el 68 para que nunca más ocurra que se viole la autonomía universita­ria sin que los rectores se manifieste­n disidiendo de una situación como esa, contribuir a que el estudianta­do conozca esos hechos históricos y sea un orgulloso heredero de una historia como la de la UNAM.

“El gobierno estaba pidiendo a la rectoría que le diera la espalda al movimiento y lo reprimiera. Por otro lado, los estudiante­s le pedían al rector que se radicaliza­ra más”

“Estábamos ante un gobierno autoritari­o que había reprimido al movimiento médico; los que estaban a cargo de la seguridad nacional, entre comillas, estaban a cargo de la represión”

“El secretario de Gobernació­n trató de disuadirlo de encabezar la marcha del 1 de agosto. El rector considerab­a que no participar desembocar­ía en una gravísima crisis”

“[Barros Sierra] les había advertido que venía una fuerte represión, no estuvo nunca de acuerdo con que se hiciera ese mitin en Tlatelolco”

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Javier Barros Sierra, ex rector de la UNAM, antes de la marcha estudianti­l del 1 de agosto del 68.

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