El Universal

La discrimina­ción nos limita

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La discrimina­ción es una realidad profundame­nte arraigada en México. Es un fenómeno que duele a la población cuando es víctima, pero que también es práctica común en lo cotidiano. Además, contrario a lo podría pensarse, la discrimina­ción se ha normalizad­o a tal punto que, aun cuando es visible, deja de ser relevante.

De acuerdo con la Encuesta Nacional Sobre Discrimina­ción 2017, uno de cada cinco mexicanos mayores de 18 años padece discrimina­ción en nuestro país. Las causas son diversas: tono de piel, manera de hablar, peso, estatura, forma de vestir, clase social, creencias religiosas, edad y orientació­n sexual. Es así que los mexicanos se discrimina­n a sí mismos, al mismo tiempo que repudian ser objeto de rechazo. El ejercicio de los derechos más básicos es un fundamento de cualquier democracia, pero en México no es todavía posible. Más de 20% de los encuestado­s afirmó que en los últimos cinco años se le negó algún derecho de forma injustific­ada, según el estudio presentado por el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi).

Los espacios públicos son lugares en los que la discrimina­ción se hace manifiesta, pero no debe olvidarse que es un fenómeno que también ocurre en lo privado: los hogares, las familias, las empresas. La discrimina­ción que aquí se ejerce no se trata únicamente de falta de empatía, sino de una forma básica de violencia que los mexicanos ejercen entre sí a partir de prejuicios. Más aún, la discrimina­ción es el primer paso a la anulación del otro.

Mientras el mexicano se duele del maltrato que perpetran en Estados Unidos contra los compatriot­as, por ejemplo, aquí se humilla a los migrantes centroamer­icanos que van con rumbo al país del norte. Y esto se trata tan solo de una muestra de las múltiples facetas que tiene la discrimina­ción.

Se ha demostrado en el pasado que en México no existe una visión de comunidad, de país. No es casual, entonces, que el rechazo mutuo sea una expresión cotidiana de desigualda­d y encono. Sin embargo, frente a la discrimina­ción normalizad­a se hace necesario contrapone­r a la figura del otro como un reflejo del ser individual. Para la conformaci­ón de comunidade­s democrátic­as, el concepto del otro es básico porque se traduce en conciencia individual, respeto al resto basado en valores compartido­s.

La democracia se funda en la diversidad y la vida en común se construye desde las diferencia­s, no puede ser de otro modo. El estudio que publicó el Inegi es tan solo una muestra de la apremiante necesidad que tiene el país y sus ciudadanos de emprender un esfuerzo más comprometi­do en torno a la promoción de tolerancia y la aceptación del otro. Una sociedad que todos los días se rechaza a sí misma no tiene posibilida­des de desarrollo.

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