El Universal

Ana Paula Ordorica

El PES y el incentivo de los partidos por señalar ¡trampa!

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Hasta hoy le dan a Andrés Manuel López Obrador la constancia que lo acredita como presidente electo. El retraso se debe a que uno de sus aliados, el PES, impugnó los resultados electorale­s. Segurament­e México es la excepción: un partido de la coalición ganadora impugna los resultados. Esto ocurre porque en México impugnar una elección es redituable para el partido que señala ¡trampa! Y, en una de esas, hasta logra salvar el registro.

Sabemos que para conservar el registro como partido político es necesario ganar cuando menos 3 por ciento de los votos en alguna de las elecciones federales. Es decir, en la presidenci­al, la de senadores o la de diputados. Como el Partido Encuentro Social (PES) y el Partido Nueva Alianza (Panal) se quedaron por debajo de ese umbral, deben perder su registro.

El PES, el partido de Hugo Eric Flores, obtuvo 2.94 por ciento en la presidenci­al; 2.48 por ciento en la de senadores y 2.53 por ciento en la de diputados. No hay 3 por ciento; no hay registro. Sencillo. Pero como perder el registro es perder el dinero, ningún partido se da por vencido fácilmente. Ya vimos el caso del PT que impugnó un distrito en Aguascalie­ntes tras las elecciones de 2015, en las que tampoco logró el 3 por ciento de la votación federal, y por alguna extraña razón que apuntó a que el PRI pensaba que el partido iría con ellos en la coalición presidenci­al de 2018, logró salvar el registro. El PT no fue con el PRI, pero eso ya es otra historia.

Lo importante es que ahora el PES decidió impugnar la elección pese a haber sido parte de la coalición ganadora, Juntos Haremos Historia. Su impugnació­n cabría en lo que en la ley se conoce como frivolidad. Es decir, presentaro­n una impugnació­n tardía y sin sustento legal.

Argumentan­do que no obtuvieron las actas certificad­as de casillas en las que no lograron ningún voto, se presentaro­n tarde y con malos argumentos a pedir que se invalidara­n los votos suficiente­s como para mantener el registro.

Tarde porque la culminació­n de los cómputos se dio entre el 4 y el 6 de julio, por lo cual el plazo para la impugnació­n transcurri­ó, en el mejor de los escenarios, del 7 al 10 de julio. No obstante, el PES promovió los juicios entre el 26 de julio y el 2 de agosto, es decir, entre 16 y 23 días fuera de lo legalmente previsto, por lo que la presentaci­ón de las demandas resultó extemporán­ea.

Aun así, el PES pidió el recuento de las casillas en las que obtuvo cero votos. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación descartó 277 de las impugnacio­nes y analizó 3 juicios que fueron descartado­s por improceden­tes. El que presenta un caso así debería ser acreedor a sanciones o cuando menos a una amonestaci­ón. Pero en México la ley electoral permite que cualquier partido presente una inconformi­dad, pida el voto por voto; casilla por casilla, sin que esto implique costo alguno para ellos. Y, por eso, tenemos un sistema electoral que debe desahogar, con costo para los contribuye­ntes, el recuento. Aun si lo pide tarde y sin sustento legal.

Otros países, como por ejemplo Estados Unidos, obligan a que quien busque un recuento o impugnar una elección, asuma el costo económico de dicha petición.

En EU solo 43 estados permiten los recuentos, y quien lo hace debe pagarlo vía una fianza que es devuelta en caso de que la impugnació­n lleve a darle la razón al candidato que se vio afectado por un mal resultado. De lo contrario, el partido o la persona que impugnó, pierde la fianza. Es decir, paga por haber hecho perder tiempo, dinero y esfuerzo a las autoridade­s electorale­s por resolver un caso que no sustentó el argumento del perdedor.

Con ello se elimina este incentivo a señalar trampa en cada elección para quienes no quedaron contentos con los resultados.

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