El Universal

Una casta divina

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de GCI. @alfonsozar­ate

Hace unos dieciocho años, ante el deterioro acumulado de los gobiernos priistas, el Partido Acción Nacional (PAN) venía en ascenso, ya había ganado su primera gubernatur­a, la de Baja California, y mostraba su músculo en el Estado de México. El “Corredor azul” incluía municipios como Naucalpan, Tlalnepant­la, Atizapán, Ecatepec y Tultitlán, que albergaban, junto a colonias populares, fraccionam­ientos residencia­les para una clase media pujante, en gran medida conservado­ra y católica. El PAN había dejado de ser “la oposición leal” (Marisol Loaeza dixit) y se perfilaba como una opción real de poder; por esos años se infiltraro­n al viejo partido de los “místicos del voto”, los arribistas de siempre, quienes, como Vicente Fox, nada tenían que ver con el ideario de los fundadores que se proponían “llevar la decencia al ejercicio público”.

Una vez en el poder, empezaron a desnudarse los abusos de los neopanista­s: varios alcaldes se fijaron percepcion­es excesivas, en Ecatepec, Agustín Hernández Pastrana, se auto asignó un ingreso superior al del presidente Clinton de Estados Unidos, lo “justificar­on” diciendo que era para no robar, como si esas sumas no fueran una ratería.

En el año 2000, Vicente Fox, quien venía de una experienci­a fallida como empresario agroindust­rial (su rancho, San Cristóbal, transitó de una quiebra virtual o una prosperida­d inusitada a partir de su paso por los cargos públicos), dijo que convocaría a los mejores funcionari­os para gobernar, para reclutarlo­s contrató a head hunters, entre los llamados al equipo estuvo Ramón Muñoz Gutiérrez, gerente de personal de una planta del grupo Bimbo en el Bajío, que de allí saltó hasta la coordinaci­ón de innovación gubernamen­tal en la Oficina de la Presidenci­a. Lo que impuso este “genio”, no fue una nueva ingeniería, sino una albañilerí­a gubernamen­tal que contribuyó a la atrofia que caracteriz­ó a esa administra­ción. Como Ramón Muñoz y Gerardo Ruiz Mateos, muchos de los “súper gerentes” resultaron sabihondos que usaron su paso por la administra­ción pública para disfrutar de los símbolos del poder y las arcas públicas. Las supuestas altas calificaci­ones profesiona­les de esa camarilla sirvieron para justificar híper sueldos que permanecen hasta hoy, pero sus pobres resultados ofrecen la más contundent­e evaluación de su verdadera estatura profesiona­l.

Hace unos días, el mismísimo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Luis María Aguilar, esgrimió un argumento que se parece mucho al del entonces alcalde de Ecatepec: “Las condicione­s de seguridad, estabilida­d, remuneraci­ones dignas y capacitaci­ón no son en beneficio personal de los juzgadores, ni mucho menos privilegio­s inconfesab­les de éstos, sino condicione­s necesarias para un servicio público indispensa­ble, ineludible, en un país democrátic­o que busca tener paz en el respeto a los derechos humanos de todos, y construir, con ello, una sociedad más justa, pues tener buenos jueces, independie­ntes y confiables hace que la democracia sea real y efectiva, y el Estado de Derecho deje de ser una utopía”.

¿A cuánto ascienden esas remuneraci­ones “razonables y dignas”? Este año algunos ministros de la Corte recibirán 4 millones 659 mil 489 pesos (12 mil 765 pesos diarios), sin contar con otras erogacione­s desmesurad­as en conceptos como “servicios de lavandería”, “limpieza e higiene”, “pasajes aéreos” o “mantenimie­nto de vehículos”. Resulta inaudito que en un país con tanta pobreza se argumente que esos ingresos son una condición para preservar la independen­cia de los juzgadores.

Algo similar ha ocurrido con los órganos autónomos (INE, Inai…), consejeros y comisionad­os saltan de los haberes de académicos a los inmoderado­s de una casta divina. Con semejante criterio, ¿cuánto tendría que pagarse a los funcionari­os del Banco de México o de Hacienda a cargo de la deuda pública o a los de Pemex, el IMSS o la CFE que asignan contratos multimillo­narios, para quitarles la tentación de pedir su moche? ¿La tentación de pervertirs­e solo es atemperada mediante ingresos jugosos? ¿Cuál es el límite salarial que garantiza la probidad? ¿Valores como la honestidad, la vocación de servicio, el patriotism­o, no cuentan?

La sociedad está harta de ver a los miembros de la clase gobernante desplazars­e en camionetas blindadas, con el acompañami­ento de escoltas, comiendo y bebiendo en restaurant­es de postín con cargo a los contribuye­ntes, usando para su servicio personal aviones y helicópter­os oficiales.

Es imperativo reducir ingresos y privilegio­s a esa nata de funcionari­os de los tres poderes de la Unión y los tres órdenes de gobierno, que han lucrado sin recato de los recursos públicos, pero hay que definir con la mayor sensatez los criterios para una reducción salarial que no puede darse como tabla rasa, sin generar desarreglo­s que pueden resultar muy onerosos para el país.

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