El Universal

La crisis de Venezuela: ¿quién es el culpable?

- Por ASA CUSACK Colaboraci­ón especial Centro de América Latina y el Caribe London School of Economics and Political Science. Traducción de Sofía Danis

Apesar de ser poseedores de las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, Venezuela está atravesand­o una severa crisis política, económica y social. La causa inmediata es clara: los precios del petróleo cayeron 70% desde 2014. Sin embargo, los problemas son de larga data y están relacionad­os con la política.

La grave escasez se debe a la débil producción local y a la falta de divisas para las importacio­nes, ambas situacione­s vinculadas a decisiones económicas de Hugo Chávez: controles monetarios para proteger el bolívar e implementa­r la ley laboral, y los subsidios a los alimentos y la gasolina.

El sobrevalua­do bolívar hizo que los productos locales se encarecier­an en el exterior mientras que las importacio­nes extranjera­s se abarataban, perjudican­do a productore­s.

Reactivar la producción local y fomentar la solidarida­d a través de cooperativ­as y fábricas autogestio­nadas fue la respuesta. Sin embargo, la inversión masiva produjo poco rendimient­o. Esta “economía social” a menudo demostró ser ineficient­e, corrupta y explotador­a justo como el sector privado.

Aunque “socialista del siglo XXI” de nombre, Venezuela permaneció dominada por el mercado y el sector privado, y una economía de planificac­ión centraliza­da como la de Cuba no era su objetivo ni realidad.

El petróleo es su verdadera fuerza motriz. Además de desestabil­izar el desarrollo a través de la volatilida­d de los precios, su valor puro provoca la “maldición de los recursos”, con disparidad­es en los tipos de cambio que perjudican a las exportacio­nes, “petromanía” en el gasto público e incentivos perversos que socavan la ética, el espíritu empresaria­l y la eficiencia.

No obstante, esto no es novedad, ya que la Venezuela moderna se formó alrededor del petróleo, dividiendo al país en dos: “la Venezuela que se beneficia del petróleo y la Venezuela que permanece a la sombra de la industria petrolera”.

La élite beneficiar­ia se vio amenazada tanto por las promesas de Chávez de redistribu­ir la riqueza petrolera como por una nueva narrativa nacional sin héroes ricos, blancos, educados y afines a Occidente.

Chávez optó por poner sus esperanzas en tres áreas clave. En sí mismo, para eludir la oposición a través del control discrecion­al sobre nuevos fondos e institucio­nes. En militares, “hombres de confianza”, nombrados en puestos económicos claves. Y en el socialismo, donde se esperaba que la democracia participat­iva y la economía social engendrara­n solidarida­d.

No obstante, eliminar el monitoreo deficiente del Estado tradiciona­l profundizó la ineficienc­ia y la corrupción. Lugartenie­ntes de confianza sucumbiero­n a los perversos incentivos para malversar los recursos del Estado, la participac­ión política se degeneró en un intercambi­o de beneficios estatales por apoyo político y nacionaliz­ación y el acceso a divisas extranjera­s —palancas de la transforma­ción socialista— se utilizaron para disciplina­r al sector privado.

Maduro heredó este sistema disfuncion­al de Chávez en 2013, pero en lugar de permitir que la política democrátic­a siguiera su curso, bloqueó un referéndum revocatori­o, encarceló a opositores, usurpó el parlamento y reforzó el mecenazgo político, bloqueando cualquier salida a esta crisis. Entonces, ¿es culpa del socialismo? Las políticas estatistas llamadas “socialismo del siglo XXI” están implicadas, pero sólo dentro de una sociedad dividida, desconfiad­a y conflictiv­a, donde el Estado rico en petróleo es visto como una ruta hacia la riqueza personal. La esperanza de Chávez en el ejército y la socializac­ión de la economía para superar estos problemas no fue retribuida. Pero así como el capitalism­o no tenía la culpa de la previa corrupción pactada ni de la represión asesina que alimentó el ascenso de Chávez, el socialismo no es culpable del creciente autoritari­smo de Maduro.

El juego de la culpa suele ser un ejercicio de selección para promover la intervenci­ón estatal o el mercado “libre”. El estadista citará a Noruega antes que el Gulag. El partidario del libre mercado prefiere la neoliberal­ización pacífica de Nueva Zelanda que el asesinato y tortura de Pinochet.

Los modelos idealizado­s solo existen en los libros de texto, no en la realidad. El problema recae en si una economía política dada produce resultados deseables para sus ciudadanos. Ese fue el caso en Venezuela en algún momento, no obstante, bajo Maduro quedó claro que ya no es así.

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