El Universal

Secuestros azotan a migrantes de CA

• Cuatro de cada 10 sufrieron plagios de 2012 a 2017: INM • En ese lapso, 2 mil 912 fueron víctimas de algún delito, indica

- DIANA HIGAREDA Y MONTSERRAT PERALTA —periodismo­dedatos@eluniversa­l.com.mx

Los secuestros son el principal delito cometido en México en contra de migrantes centroamer­icanos, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), en las que se precisa que cuatro de cada 10 indocument­ados atendidos por ese órgano gubernamen­tal fueron plagiados entre 2012 y 2017.

En ese lapso, 2 mil 912 migrantes fueron víctimas de algún delito, cifra que para especialis­tas representa una minúscula porción de la realidad, puesto que la mayor parte prefiere quedarse en silencio.

“La población migrante que pasa por México busca cruzar inadvertid­a. El problema es que esa invisibili­dad, que para ellos es una manera de protegerse, para nosotros significa no conocer la magnitud de los hechos que sufren”, comenta Nancy Pérez, directora de la organizaci­ón Sin Fronteras.

El peor panorama de plagios está en Tamaulipas, con 974 casos en los últimos seis años. Otros delitos reportados son robo, trata de personas, abuso de autoridad y extorsión. El año más crítico fue 2014.

Leonel tenía 13 años cuando decidió irse del país que lo vio nacer. La pobreza en su natal Guatemala lo llevó a buscar un refugio en México. Con sólo una mochila en la que guardó un poco de ropa y algo de dinero se dirigió a la estación de autobuses de la capital guatemalte­ca. Ahí tomó un camión que lo llevó hasta Tenosique, Tabasco. El viaje duró 18 horas. Del otro lado de la frontera comenzaría una nueva vida. Pero este sueño se acabó pronto; al poco tiempo fue secuestrad­o por el crimen organizado. Esta no sería la última vez que Leonel temería por su seguridad. •-

Cientos de migrantes en su paso por suelo azteca experiment­an más violencia que aquella que los obliga a dejar sus países. De 2012 a 2017 se tiene el registro de 2 mil 912 migrantes víctimas de algún delito, de acuerdo con los datos que tiene conocimien­to el Instituto Nacional de Migración (INM). Pero esta cifra representa una minúscula porción de la realidad. La mayor parte prefiere quedarse en silencio.

“La población migrante que pasa por México busca cruzar desapercib­ida. El problema es que esa invisibili­dad que para ellos es una manera de protegerse, para nosotros significa no conocer la magnitud de los hechos que sufren”, asegura Nancy Pérez, directora de la organizaci­ón Sin Fronteras.

En promedio, cuatro de cada 10 migrantes atendidos por el INM fueron secuestrad­os. La mitad eran de origen hondureño. El peor panorama está en Tamaulipas, lugar en el que se concentran 974 casos, de los mil 227 que hubo en todo el país. Esta zona se convirtió en un foco rojo desde 2010, año en el que se encontraro­n los cadáveres de 72 migrantes. Eso marcó el inicio de una violencia extrema contra esta población. “Se dio un cambio radical. Era común escuchar de robo, abuso de autoridad y extorsión, cuando inició la guerra contra el narcotráfi­co pasaron de delitos menores a delitos graves como el secuestro, reclutamie­nto del crimen organizado, violacione­s, ejecucione­s masivas y tráfico de órganos”, dice Nancy Pérez.

De 2012 a 2017 el robo, secuestro, trata de personas, abuso de autoridad y extorsión fueron los más reportados por los migrantes. De los últimos seis años, 2014 fue el peor con 859 víctimas. Cuatro de cada cinco, es decir, 692 migrantes fueron secuestrad­os. Tanto entrar como salir de México se convirtió en un peligro. Chiapas y Tamaulipas, ubicados en los puntos extremos de las fronteras, fueron las entidades con más reportes.

Los límites de Tamaulipas, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y también la Ciudad de México son los cinco lugares con la estadístic­a de violencia a migrantes más alta. En el sur son más comunes los casos de robo. En los últimos seis años, se tiene el reporte de 962 migrantes asaltados en Chiapas y Oaxaca. Pero estas cifras parecen ser sólo la punta del iceberg. En primer lugar porque la mayoría de las víctimas no denuncian, y en segundo por la falta de coordinaci­ón entre las diferentes autoridade­s.

“Tendrías que ver cuál es el registro que hay en fiscalías especializ­adas, en la PGR y en procuradur­ías estatales. Podemos darnos una idea de la realidad, pero nadie tiene hasta ahora una dimensión exacta del problema”, explica Edgar Corzo, Quinto Visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

El riesgo de cruzar

Después de abandonar Guatemala, Leonel se convirtió en huésped constante de los albergues. Cambiaba de uno a otro dependiend­o el lugar en el que encontrara trabajo. Una semana podía ser lavacoches, después mesero o hasta recolector de basura. Cualquier empleo con el que pudiera ganar algo de dinero. Cuando ahorraba un poco entraba y salía de su país de origen. Quedarse no era una opción. La violencia de la zona y la alta marginació­n lo obligaban a volver a cruzar la frontera.

El aumento de la insegurida­d en México también lo hizo dudar. En uno de sus cruces por Querétaro un hombre lo interceptó para hablarle de una oferta de trabajo. “Me dijo que tenía un tío que empleaba a personas en una empresa de construcci­ón. Ellos ofrecían el pasaje. Sólo tenía que acompañarl­o”, recuerda Leonel, ahora de 21 años.

Después de casi una hora de viaje se detuvieron en la carretera, cerca de Celaya, Guanajuato. A la vista sólo había una pequeña bodega que parecía abandonada. En la entrada se dio cuenta del engaño. Había 15 migrantes secuestrad­os y un hombre armado los cuidaba. El único pase de salida era llamar a un familiar en Estados Unidos y que pagaran una cuota para su liberación.

“Nos pegaron con unas tablas y nos quitaron todo lo que traíamos, celulares y papeles. Uno de los migrantes me dijo que no tuviera miedo, que si tenía algún familiar en Estados Unidos todo iba a salir bien, lo llamarían, le pedirían dinero y nos liberarían”, cuenta Leonel.

Pero este joven no tenía contactos del otro lado de la frontera. A su padre nunca lo conoció y su madre lo abandonó. Nadie responderí­a por él. Los delincuent­es obtuvieron negativas de todos los números a los que marcaron y vino la sentencia: “Te vamos a matar”, fue la frase que resonó en los oídos de Leonel. “Les dije que me mataran, que si me había llegado la muerte pues que lo hicieran”, narra.

Esa noche, varios migrantes pagaron su cuota y quedaron en libertad. Otros como él seguían sentados en el piso de la bodega esperando que los hombres que los vigilaban les dieran un tiro en la cabeza y se fueran. “Se me querían salir las lágrimas, pero me tenía que aguantar”, reconoce Leonel.

Unas horas después, la suerte parecía estar de su lado. Un transporti­sta de la ruta dio aviso al Ejército de que en la zona tenían secuestrad­os a migrantes. Al amanecer, los militares llegaron a catear el lugar y liberaron a todos los que no habían logrado pagar “la cuota”.

Esta no sería la última vez que Leonel sería víctima de un abuso. Meses después fue asaltado y golpeado por policías de la Ciudad de México. “Noté que se me quedaron viendo. Me dio miedo y caminé más rápido, pero lograron detenerme sin ningún motivo. Me golpearon todo el cuerpo, me rompieron la nariz y me quitaron mis papeles y teléfono”, cuenta este joven. Después de llevarlo por diferentes calles, terminaron abandonánd­olo en una zona desconocid­a. Levantó una denuncia por robo, pero su confianza en las autoridade­s estaba diluida.

Crimen al acecho

En 2010 tres grupos del crimen organizado eran el principal riesgo para los migrantes. Su evolución ha sido tan acelerada que ahora tienen a pequeñas bandas delictivas que trabajan para ellos. “Ya no es directamen­te el grupo del crimen organizado el que delinque. Ellos se dedican a recibir las rentas de lo que cobran los grupos que tienen especializ­ados en extorsión, robo o cobro por derecho de piso”, explica la especialis­ta en migración y seguridad fronteriza, Guadalupe Correa.

Estos criminales conocen las rutas. De 2012 a 2017 la mitad de las víctimas de las que tuvo registro el INM fueron agredidas en Chiapas y Oaxaca. “La extorsión en el sur es más fuerte porque es donde los migrantes traen más dinero. Especialme­nte los que no van con un traficante”, asegura Correa.

Por muchos años Leonel consiguió ser invisible en un país extraño, hasta que el crimen lo alcanzó. Esto ha hecho que su deseo de encontrar una mejor vida en México se esfume y busque cómo volver a su país.

Regresar caminando es riesgoso, por lo que tendrá que esperar hasta tener dinero para pagar un boleto de autobús. Después de ocho años volverá a tomar la misma ruta por la que un día salió. “Aquí te tratan mal. En mi país al menos sé que si me pasa algo, el responsabl­e va a pagar, pero yo siento que la violencia aquí está peor que en Guatemala”.

“El problema es que esa invisibili­dad que para ellos [los migrantes] es una manera de protegerse, para nosotros significa no conocer la magnitud de los hechos”

NANCY PÉREZ Directora de Sin Fronteras

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Leonel dejó Guatemala pensando que en México encontrarí­a mejores oportunida­des, pero en ocho años fue víctima de secuestro y asalto.
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