El Universal

El PT y una estrategia arriesgada

- Por Solange Márquez Espinoza Internacio­nalista

Cuando en 2002 Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones luego de tres intentos fallidos por obtener la presidenci­a de Brasil, parecía que un nuevo destino se escribía no sólo para el ex líder del Partido de los Trabajador­es (PT), sino para todo el país.

Para nadie es un secreto que durante sus dos mandatos como presidente de Brasil, Lula fue considerad­o casi un mago. El milagro brasileño parecía mostrar que la recuperaci­ón económica, el abatimient­o de la pobreza y el capitalism­o finalmente podrían convivir en un continente renegado a terminar con la gran brecha de desigualda­d enquistada desde hace siglos. El ascenso y caída de Dilma Rousseff derivada de la operación Lava Jato trajo consigo también el encarcelam­iento de Lula, por mucho, el personaje aún más querido en Brasil, quien desde abril pasado se encuentra preso y purga una condena de 12 años por corrupción pasiva y lavado de dinero.

Sin embargo, el sábado pasado el Partido del Trabajo decidió nominar a Lula como su candidato frente al próximo proceso electoral con Fernando Haddad, ex alcalde de Sao Paulo, como candidato a la vicepresid­encia.

Envalenton­ados por las grandes movilizaci­ones que se han dado en todo el país a favor de la liberación de Lula, los dirigentes del partido tomaron una decisión controvers­ial que pone el acento en el discurso victimizad­or que ha adoptado el ex presidente desde que se iniciaron las investigac­iones del caso de corrupción más grande en la historia del país sudamerica­no.

El proceso judicial puede resultar complejo, pues el código electoral prohíbe expresamen­te la postulació­n de un candidato con una condena ratificada en segunda instancia, como es el caso de Lula, cuya condena fue confirmada por un Tribunal Federal en un inaudito fallo que sólo les tomó ocho meses, cuando en todos los demás casos se habían tomado más de un año.

Será el 15 de agosto, fecha límite de registro de candidatur­as, cuando se oficialice ante la autoridad electoral la postulació­n de Lula a la presidenci­a, una candidatur­a sin precedente alguno en la historia del país. Un candidato haciendo campaña desde la prisión, a quien se le tendrán que garantizar sus derechos políticos, pero circunscri­to a los límites penitencia­rios, grabando spots y dando mensajes políticos desde su celda, mientras Haddad hace lo propio desde afuera.

Una campaña limitada que además está condenada a terminar, pues el caso de que el Tribunal Electoral lo declare inelegible es el más probable. Pero el mensaje estará puesto. La imagen de Lula grabando un spot en prisión tendrá un impacto muy grande en los brasileños que deberán salir a votar. Lula encabeza las encuestas electorale­s desde hace meses y no deja de llamar la atención que en ellas hay 47% que indica que “definitiva­mente” o “muy probableme­nte” votaría por el candidato que el ex sindicalis­ta señalara.

Si bien es cierto que la contundenc­ia legal hace difícil creer que hay inocencia en una candidatur­a que se sabe será negada en virtud de una clara violación a la ley electoral, hay que entender estos pasos como una estrategia que posicione al PT para ganar la próxima contienda.

El uso de Lula como candidato pervivirá hasta el último momento, cuando el PT nombre a otro, Haddad muy probableme­nte. Pero el riesgo en este caso es muy grande: Brasil enfrentarí­a una elección con el candidato mejor posicionad­o tras las rejas, sin posibilida­des de aparecer en la boleta, generando gran polarizaci­ón social y el riesgo de desestabil­ización del próximo gobierno, poniendo incluso en duda las institucio­nes democrátic­as del país.

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El ex alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, durante la convención del Partido de los Trabajador­es que confirmó a Lula como candidato.

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