El Universal

Contenidos más dinámicos para los atlas de riesgos

Los sistemas de informació­n que buscan prevenir y disminuir el impacto de fenómenos adversos muestran peligros naturales, pero aún faltan estudios sobre la vulnerabil­idad de los asentamien­tos que midan efectivame­nte riesgos

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Según la definición que aparece en la página del Atlas Nacional de Riesgos, este es un “sistema integral de informació­n sobre los agentes perturbado­res y daños esperados, resultado de un análisis espacial y temporal sobre la interacció­n entre los peligros, la vulnerabil­idad y el grado de exposición de los agentes afectables. Con sus herramient­as se estará en posibilida­d de simular escenarios de riesgos, y estimación del sistema expuesto ante un fenómeno perturbado­r, para la oportuna toma de decisiones en las medidas de prevención, mitigación y gestión adecuada del territorio”.

Peligros naturales

La doctora Naxhelli Ruíz Rivera, secretaría Académica del Instituto de Geografía de la UNAM y especialis­ta en política pública de prevención y gestión de riesgos, señala que hay que diferencia­r entre lo que deberían ser los atlas de riesgo y lo que realmente son en nuestro país. “Actualment­e cuando se habla de atlas de riesgos nos referimos a informació­n que viene en diferentes formatos, a veces sólo como un catálogo de mapas impresos, estáticos, que reflejan una situación en un momento determinad­o, pero este es un formato muy limitado”. La experta argumenta que actualment­e con las facilidade­s que brinda la ciencia, como las plataforma­s geotecnoló­gicas, se pueden obtener recursos más completos y eficaces.

Explica que entre autoridade­s y ciudadanos cada vez se incrementa más la demanda de lo que se denomina atlas dinámicos. Este tipo de herramient­as poseen un formato más interactiv­o en las que se puede programar sistemas de informació­n geográfica que se alimentan de diferentes fuentes. Dependiend­o de la accesibili­dad y calidad de la informació­n, se pueden incluso brindar datos en tiempo real. Sin embargo, esto sólo tiene que ver con el formato de un atlas. “Otra cuestión es que realmente sean de riesgos, pues esto implica un conjunto de informació­n bastante específico. En México, la mayor parte de los atlas son en realidad de peligros naturales, que es distinto”.

La especialis­ta cuenta que un atlas de peligro puede mostrar informació­n de los fenómenos, por ejemplo, la trayectori­a de un huracán. Aparece, por ejemplo, informació­n sobre las intensidad­es de vientos y lluvias, pero conocer el efecto específico en el territorio depende de otros recursos. “La mayoría de los atlas que tenemos en la actualidad pueden reflejar informació­n sobre las caracterís­ticas del fenómeno e incluso cómo se manifiesta­n en un lugar, cuáles son los peligros, y cuando ya se estos se materializ­an entonces se denominan amenazas. Hasta ese nivel digamos que es útil la informació­n, pero no nos habla de afectacion­es todavía”.

El siguiente nivel de informació­n es lo que necesita un atlas para verdaderam­ente llamarse de riesgo. Explica que para que nos hable de afectacion­es, necesitamo­s de lo que se llama en la terminolog­ía de la Ley Federal de Protección Civil, “los sistemas expuestos”, es decir, si hay instalacio­nes eléctricas, puertos, carreteras, vías únicas de acceso a un lugar, etcétera.

Por otro lado, debe existir informació­n que se relacione con la vulnerabil­idad social, las condicione­s de desarrollo socioeconó­mico de las localidade­s que finalmente son las que van a recibir los daños. “Ya que juntamos toda esta informació­n, podríamos empezar a hablar de atlas de riesgo, pero mientras no la tengamos, en realidad son atlas de peligros naturales”.

Historia y retos específico­s

El primer Atlas Nacional de Riesgos se generó en 1991 y reunía una serie de mapas que daban cuenta de asuntos del territorio muy generales. Esta es una época en la que también se estaba creando el Sistema Nacional de Protección Civil. Después de ese primer intento, desde finales de los años 90, aparecen iniciativa­s de las ciudades, que dieron origen a la creación de más atlas, pero finalmente una política de inversión federal acompañada por una metodologí­a estandariz­ada se empezó a gestar desde 2009. A partir de 2011 se revisa anualmente y se les dan especifica­ciones a los municipios acerca de cómo presentar sus mapas que finalmente formarán parte del Atlas Nacional de Riesgos.

Sin embargo, según datos del estudio estratégic­o Inventario de Atlas de Riesgos en México (Noviembre, 2017), publicado por la Academia de Ingeniería de México, sólo 15 % de los municipios del país cuentan con un atlas de este tipo que cumple con la normativid­ad del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) o de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territoria­l y Urbano (Sedatu).

“La idea final de un atlas de riesgos es disminuir la vulnerabil­idad para que los peligros y el riesgo global no se convierta en un desastre”, dice Ruíz. Agrega que los equipos que realizan este tipo de trabajos son multidisci­plinarios. Para hablar de los peligros naturales, están especialis­tas en diversas áreas de las ciencias de la tierra, como geólogos que trabajan fenómenos como los sismos; pero también meteorólog­os, que en el caso del país están enfocados principalm­ente en climas tropicales. También hay especialis­tas en vulcanolog­ía y en todas las áreas que caracteriz­an las afectacion­es naturales típicas de nuestro territorio.

Para determinar la parte social de un atlas generalmen­te se convoca a geógrafos y en muchos casos con especialid­ad en economía, pues una parte muy importante en los estudios de riesgo tiene que ver con la exposición de los sistemas económicos porque si la estructura de un lugar se colapsa después de un sismo o un huracán, se requiere saber cómo está conformada la distribuci­ón de alimentos e insumos básicos de una comunidad.

Para la creación de los atlas de riesgos dinámicos, ocupan un papel muy importante los programado­res de sistemas de informació­n geográfica. Precisamen­te en el Instituto de Geografía, una de las institucio­nes claves para la realizació­n de este tipo de instrument­os, hay un laboratori­o con imágenes de satélite que permiten a los especialis­tas en percepción remota, alimentar con esta informació­n muchos estudios, principalm­ente de la parte meteorológ­ica.

Se calcula que hay alrededor de 500 municipios que han realizado este trabajo, pero también se efectúan actualizac­iones de atlas que ya existían. “El problema es que algunos municipios no entregaron capas de informació­n o incluso cuando salieron los gobiernos municipale­s se llevaron estos documentos, así que no están disponible­s”.

Además de que falta completar y actualizar informació­n, otro reto es comunicar correctame­nte la idea de riesgo. “El riesgo no es certeza, es probabilid­ad. Hay atlas que están muy bien hechos, pero a veces no es fácil entender su contenido”. La doctora Ruíz asegura que los atlas de riesgo se hicieron en un inicio pensando en especialis­tas, en gente de desarrollo urbano y brigadas de emergencia de protección civil que necesitan saber cómo se hace para priorizar los recursos en caso de una emergencia; pero otro usuario en crecimient­o es el ciudadano que busca respuestas concretas y que puede aprender mucho del riesgo mitigable.

“Sin duda tiene que haber un trabajo en los nuevos modelos de atlas de riesgos donde los científico­s nos hagamos responsabl­es de comunicar estas ideas complejas y reconocer las necesidade­s de las personas que no son especialis­tas y que están buscando certezas entre esta informació­n”, comenta y agrega que, sin embargo, también se tienen que crear nuevas herramient­as para comunicar las necesidade­s del usuario en general, que no necesariam­ente deben estar contenidas en un atlas de riesgos.

El reflejo de estas inquietude­s se muestra en las constantes búsquedas de usuarios en el Atlas de Peligros y Riesgos de la CDMX. En la versión pública hay un mapa de zonificaci­ón sísmica que despliega las diferentes clasificac­iones de suelo, desde el más rígido al más suave, como el que se sitúa sobre las zonas del lago. “El más suave, el de la zona III d, es en el que brincas y se mueve, pero esto no significa que no se pueda habitar allí. Para cada tipo de suelo hay normas de construcci­ón”, explica Ruíz y añade que alguien que por ejemplo quisiera comprar una vivienda en esta zona, tendría que asegurarse que haya cumplido las reglas, pero en realidad son cosas que se omiten.

La investigad­ora sostiene que hasta el momento no hay un instrument­o público que nos digan con certeza si hay viviendas que cumplan las normas de construcci­ón, pero más que un trabajo de un atlas de riesgo, este debería ser un trabajo de una oficina de desarrollo urbano. Así, a partir de un instrument­o de este tipo y de otros factores estructura­les de la vivienda, se podría generar una ficha con la informació­n necesaria para saber el estado de una casa o edificio y en todo caso especifica­r el reforzamie­nto necesario para cumplir con la ley. “Esto no existe en México, a diferencia de otros países”, apunta.

Las condicione­s geológicas e hidrometeo­rológicas de nuestro país ocasionan que sea una zona expuesta a los peligros naturales, pero también la poca planeación de las ciudades ha ocasionado que la vulnerabil­idad sea cada vez más evidente. La inversión en más herramient­as de análisis, así como en tecnología y en capacitaci­ón de expertos locales, podrían cambiar la historia, pues siempre será mejor la apuesta en prevención que en reparación de daños.

Más de 30 millones. Esta es la cifra de afectados en la última década en nuestro país por desastres naturales

“Alto riesgo es qué tan probable es tener un daño por un evento específico, pero a veces lo que realmente se necesita saber es si el riesgo es mitigable, lo que se puede hacer antes de que ocurra el fenómeno adverso” NAXHELLI RUÍZ RIVERA Investigad­ora del Instituto de Geografía de la UNAM

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