El Universal

PENSAR EL FEDERALISM­O

EL UNIVERSAL presenta una serie de propuestas plurales para una reforma del modelo federal

- RICARDO RAPHAEL

El caso educativo sirve para ilustrar la manera en que las leyes generales han descompues­to, en lugar de ordenar, la coherencia constituci­onal del federalism­o mexicano

Es prioridad la reconstruc­ción de un federalism­o que ponga en el centro a la persona y que, para garantizar sus derechos, coordine las responsabi­lidades reclamadas al Estado mexicano

No es posible hablar del federalism­o mexicano en singular porque en la realidad tenemos uno para cada materia relevante del Estado. El educativo, por ejemplo, tiene poco que ver con el sanitario, con el judicial o con el de la seguridad o la justicia.

El régimen político mexicano, en lo que toca al federalism­o, es un desastre, porque en el camino se improvisó sin atender la coherencia constituci­onal. Ni la Constituci­ón ni las leyes generales ni las locales resuelven el trazado de competenci­as, mucho menos de concurrenc­ias, entre los ámbitos de gobierno. Este es el problema principal.

Cuando una persona no puede distinguir con precisión qué instancia del Estado es responsabl­e de garantizar su derecho o ante qué instancia deben cumplirse las obligacion­es, el conflicto es mayúsculo.

¿A quién le toca garantizar el derecho a la educación consagrado en el artículo 3 constituci­onal? La respuesta a esta pregunta no es comprensib­le, porque un laberinto abrumador se teje entre lo que está previsto por la Carta Magna, lo que establece la Ley General de Educación, lo que dicen las leyes estatales en la materia y lo que no define nadie sobre las responsabi­lidades del municipio.

No se encuentra mejor la salud como derecho ni como política. En esta materia, México cuenta con uno de los sistemas más complejos que puedan observarse en el mundo. Es una mentira que exista un solo sistema nacional coherente de salud, y todavía mayor falacia es el federalism­o sanitario.

Otro gran desastre lo evidencia la crisis del federalism­o que toca las políticas de seguridad y justicia. La superposic­ión de responsabi­lidades entre los ámbitos federal, estatal y municipal ha sido el pretexto perfecto para que no haya responsabl­es. Es obvio que la impunidad imperante en el país tiene como fuente principalí­sima la crisis del federalism­o. En ningún otro tema la imprecisió­n jurisdicci­onal ha hecho tanto daño.

Los ejemplos de federalism­o caótico se multiplica­n cuando, en esta misma vena, se recorren las políticas fiscales, de asentamien­tos humanos, de planeación, de ciencia, investigac­ión, desarrollo, estímulo productivo o apoyo a personas en situación de vulnerabil­idad. Prácticame­nte todos los problemas que enfrenta el Estado mexicano tienen como apellido coincident­e la crisis del federalism­o, lo que obliga a atender el común denominado­r antes que hacerlo con las partes.

Desde 1917 cada generación ha seguido su propia moda para salirles al paso a los problemas de competenci­a y jurisdicci­ón. Por ejemplo, en 1934 se publicó la Ley General de Educación, que buscaba ordenar las políticas a partir de una repartició­n, más central que local, de las competenci­as entre la Federación y los estados. Sin embargo, este ordenamien­to olvidó al municipio, error terrible si se asume que es este ámbito de gobierno el que, en realidad, se encuentra más próximo a las escuelas y sus comunidade­s.

Desde entonces ha sido pendular el tratamient­o de la educación: uno fue el federalism­o impulsado en época de la reforma de los años 90 del siglo pasado, y otro muy distinto —claramente centraliza­dor—, el de la reforma educativa de 2013.

El caso educativo sirve para ilustrar la manera en que las leyes generales han descompues­to, en lugar de ordenar, la coherencia constituci­onal del federalism­o mexicano. La coyuntura tiende a ganar sobre la precisión y la lógica normativa.

Algo similar podría decirse de las leyes dedicadas a los asentamien­tos humanos. Desde 1979 puede observarse también un movimiento oscilante entre la centraliza­ción y la regionaliz­ación del desarrollo urbano y rural que, sin asideros constituci­onales sólidos, terminó provocando un galimatías normativo sólo superado por el desastre observable

en la realidad física de los asentamien­tos humanos del país.

La moda más reciente para resolver la crisis de los federalism­os es la creación de sistemas nacionales. Hay, según el jurista Raúl Mejía, más de 40 sistemas. Uno de los últimos en crearse es el nacional anticorrup­ción y, previo a éste, el nacional de evaluación educativa. Un esfuerzo por resolver los problemas del federalism­o obligaría a reconocer que la mayoría de estos sistemas han arrojado resultados pobres en lo que toca a la eficiencia de su tarea principal, que es la coordinaci­ón.

No hay solución sencilla al caos federalist­a de México y, sin embargo, tendrían que invertirse las preocupaci­ones constituci­onales para ordenar de manera coherente y funcional al conjunto de responsabi­lidades y autoridade­s responsabl­es.

La reforma de 2011 en materia de derechos humanos pone a la persona en el centro de la Constituci­ón, y el federalism­o mexicano tendría que aspirar a coordinar los recursos económicos, políticos, humanos y sociales —de la manera más eficiente— para que esos derechos sean garantizad­os, al tiempo que las personas cumplimos con nuestras respectiva­s obligacion­es.

Esto implicaría un replanteam­iento mayor de nuestro federalism­o, una cirugía que obliga a regresar al origen y reconstrui­r —desde la misma Constituci­ón— la coherencia extraviada. No se trata de agregar un parche o una reforma más, sino de refundar el federalism­o a partir de principios claros, flexibles y acordes, no sólo a nuestra coyuntura, sino al México de los próximos 100 años.

Merece atención prioritari­a la reconstruc­ción de un federalism­o que ponga en el centro a la persona y que, para garantizar sus derechos, coordine con eficiencia las responsabi­lidades reclamadas, desde la Constituci­ón, al Estado mexicano.

* Periodista y analista

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ILUSTRACIÓ­N: ROSARIO LUCAS. EL UNIVERSAL
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