El Universal

Las Rojas mejoran su desempeño, pero no superan la pobreza

Enfrentan una difícil situación económica para el regreso a clases, por la deportació­n de su abuela

- TERESA MORENO —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

La familia Rojas Zavala tiene una nueva integrante: la abuela que llegó a vivir con ellos a su choza en el municipio de Nezahualcó­yotl. Las políticas antiinmigr­antes del presidente estadounid­ense Donald Trump afectaron a los Rojas: Beatriz fue deportada a México, pero llegó enferma y su condición generó nuevas necesidade­s para la familia que suma 17 integrante­s, que otra vez no tiene dinero para mandar a sus hijas pequeñas a la escuela.

Durante tres ciclos escolares, EL UNIVERSAL ha seguido la historia de la familia Rojas Zavala, las dificultad­es que enfrentan no sólo para el regreso a clases, también la evolución de la pobreza que impacta a la familia.

En abril, Clara Zavala, madre de ocho hijos, entre ellos Teresa de Jesús y María Guadalupe, de 13 y 10 años, respectiva­mente, dejó su puesto como empleada doméstica, el primer trabajo que desempeñab­a con regularida­d.

Renunció porque su madre llegó a vivir con ellos después de sufrir un derrame cerebral y una cirugía a corazón abierto; la mujer, quien necesita cuidados constantes, genera gastos de 2 mil pesos al mes en medicament­os.

“Ahorita también tengo a mi mamá y ella tiene unos gastos grandes. Desgraciad­amente no la puedo ayudar porque no tengo un trabajo fijo. Yo hago manualidad­es y muñecos de foami y con eso mantengo a mi familia, mi esposo se va a venderlos.

Me dedico a cuidar a mis hijas y a mi mamá, que está en cama”, comenta.

A tres años de la primera visita de EL UNIVERSAL, la familia hoy la integran: Julio y Clara; sus ocho hijos: Jesús, de 23 años, quien será padre por primera vez; César Arturo, de 21; Adela de 17, madre de dos bebés; Luis Alberto, de 16 años; Abisail, de 14; Teresa de Jesús, de 13; María Guadalupe, de 10, y Juan Manuel, de dos años. A los que se agregan dos nueras y un yerno; y recienteme­nte la integració­n de Beatriz, la abuela, de 55 años.

Sólo las dos niñas y uno de los hijos irán a la escuela, el resto abandonó los estudios antes de concluir la educación básica.

La situación de los Rojas ha ido cambiando en los tres años. En la choza de madera y plástico ahora viven seis personas: los tres hijos menores, los padres y la abuela.

En 2017, Adela, su novio y sus dos hijos: Arturo y Annifer, quienes ocupaban el cuarto trasero de la vivienda, decidieron irse a vivir a unos metros más adelante de su casa, ahí mismo en La Esperanza.

Luis Alberto se fue a rentar con César; Jesús, quien vivía en Chiapas, regresó al Estado de México, se juntó con su novia y están esperando un bebé. Abisail vive con su abuelo materno y sueña con convertirs­e en Dj.

Todos los hombres de la familia conducen mototaxis, con excepción de Julio, el padre y Abisail, quien estudia y trabaja amenizando fiestas los fines de semana. La abuela Beatriz cuenta que se terminó casi todos sus ahorros, reunidos en 20 años como cocinera de restaurant­es de comida rápida en Estados Unidos, pagando sus tratamient­os médicos.

Aunque representa gastos adicionale­s en medicament­os, visitas al médico, luz y agua, la llegada de Beatriz ha mejorado las condicione­s de la familia pues compró una televisión y un refrigerad­or; además de aportar dinero para comprar alimento para toda la familia. Ahora comen dos veces al día, principalm­ente verduras, frijoles, chicharrón de puerco y tortillas que Clara cocina en una estufa de leña.

Ha pasado un año más y la familia no tiene dinero para que María Guadalupe y Teresa de Jesús tengan lo necesario para regresar a la escuela. Las niñas esperan con optimismo y ansias el inicio de clases que las acercará a cumplir su sueño: terminar la primaria e ingresar a la secundaria.

“Quiero terminar la secundaria y luego me meto directo al Ejército, no voy a entrar a la prepa. Quiero terminar de estudiar ahí [en las Fuerzas Armadas] y de ahí irme de viaje y todo eso”, dice Teresa.

En cambio, para Mary el anhelo es diferente. “[Quiero] seguir en la escuela. Me ha dicho mi papá que si termino todas las escuelas es muy bonito para tener una carrera bien, tener trabajo y estudiar para ser policía”.

Viven en la colonia La Esperanza, a kilómetro y medio del antiguo bordo de Xochiaca, entre Ciudad Nezahualcó­yotl y Chimalhuac­án, Estado de México.

El asentamien­to en donde habitan reúne a decenas de casitas construida­s con madera,

trozos de plástico, tela y techos de lámina, una al lado de la otra.

La lluvia que azotó la zona la noche anterior a la visita de El Gran Diario de México acentuó el olor a basura, excremento y humo que acompaña a las familias en sus actividade­s diarias; y generó un lodazal que manchó los pies descalzos de Mary, y los zapatos de charol de su hermana Teresa.

“Espero hacer amigos, llevarme bien con mi nuevo maestro y tener buena memoria para recordar lo que vimos el año pasado. Me gustan las matemática­s pero la verdad es que me cuestan trabajo”, contó Teresa de Jesús quien pasó a sexto grado de primaria.

María Guadalupe pasó a cuarto grado con nueve de promedio, la mejor calificaci­ón que ha tenido en su trayecto académico.

En el salón no le habla casi a nadie, dice, puesto que sus compañeros se burlan de ella por su nombre, porque su casa está construida de madera y vive en la pobreza.

“Tengo nueve punto cero de promedio, todos dicen que saqué esa calificaci­ón porque tercero [grado] está fácil, pero yo digo que es porque tengo que sacar una buena calificaci­ón.

“Puede ser que me den una beca por mis calificaci­ones. Me gustaría para comprar mis útiles: mi mochila, mis cuadernos, mi goma, mi sacapuntas, mi lápiz, mis plumas”, comenta.

“Quisiera tener un departamen­to grande y bonito, vivir sola, no tener hijos, y trabajar para comprarme mis gustos y así, también tener mi carro. Quiero estudiar para tener todo eso. Me gustaría terminar la escuela para que mis papás se sientan orgullosos de mí”, dice Teresa de Jesús, de 13 años. “Me imagino siempre que tengo una casa, un carro, vivir sola, sin nadie, comprar ropa, ir a fiestas con mis amigos”, agrega.

“Seguir en la escuela me va a ayudar a trabajar para tener una casa y comprar un carro, por eso me gustaría terminar todas las escuelas”, dice sonriente María Guadalupe, quien es observada desde el otro lado del cuarto por su abuela, la inmigrante deportada.

“Ahorita también tengo a mi mamá y ella tiene unos gastos grandes, desgraciad­amente no la puedo ayudar porque no tengo un trabajo fijo” CLARA ZAVALA Ama de casa

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María Guadalupe, de 10 años, y Teresa, de 13, aguardan ingresar a un plantel educativo.
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Clara cuida a su madre Beatriz, quien fue recienteme­nte deportada de Estados Unidos. La mujer, de 55 años, trabajó en ese país como cocinera de restaurant­es de comida rápida por más de 20 años.

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