El Universal

¿Por qué están fracasando los foros de pacificaci­ón?

- Alejandro Hope

Los foros de pacificaci­ón avanzan a tumbos, generando más disenso que acuerdo.

En Ciudad Juárez, los deudos de las víctimas interpelar­on a gritos a Andrés Manuel López Obrador. En Torreón, la madre de una desapareci­da soltó una sentencia lapidaria: “Hablar de amnistía sin entender lo que se lleva a cuestas es hablar por hablar”. En La Huacana, los asistentes al foro corrieron al secretario de seguridad pública de Michoacán.

En parte, los problemas de los foros son resultado de la prisa y la desorganiz­ación. El equipo de transición, escaso en recursos y experienci­a, ha decidido realizar decenas de eventos con propósitos mal explicados, con formatos rígidos que inducen las conclusion­es.

Pero esos son dificultad­es de forma. Hay un problema más de fondo: el equipo del presidente electo está tratando de meter con calzador el andamiaje teórico de la justicia transicion­al a una situación que se presta mal a esos conceptos.

No hay una definición única del término, pero, de manera muy esquemátic­a, la justicia transicion­al se refiere a un conjunto de mecanismos distintos a la operación normal del sistema judicial que buscan el esclarecim­iento de la verdad, la reparación del daño a las víctimas, el enjuiciami­ento de violacione­s graves a los derechos humanos, y la reforma de los órganos de seguridad.

El concepto incluye instrument­os como comisiones de la verdad, leyes especiales para dar tratamient­o especial a ciertos tipos de delitos o infractore­s, o tribunales especiales para procesar casos sensibles. A menudo, hay un intercambi­o de beneficios jurídicos por desmoviliz­ación de grupos armados o confesione­s de personas que violaron la ley.

En muchos contextos, la justicia transicion­al es la única ruta para salir de un conflicto armado o para restablece­r condicione­s de normalidad democrátic­a. En Colombia, por ejemplo, las FARC no habrían decidido desmoviliz­arse si no se les otorgaba un arreglo que les evitara ser enviados por un largo periodo a la cárcel.

Pero en ese caso (y en otros), los alcances de la justicia transicion­al estaban acotados a delitos específico­s, cometidos por actores puntuales en periodos bien definidos. Se dieron además en la cola de un conflicto, cuando ya se había alcanzado alguna dosis de estabilida­d. Asimismo, por lo regular, los grupos objeto de la justicia transicion­al tienen o tuvieron algún tipo de objetivo político, aún si después sufrieron una deriva abiertamen­te criminal.

Nada de eso se cumple en el caso mexicano ¿Qué delitos y qué delincuent­es serían sujetos de mecanismos de justicia transicion­al? No puede limitarse a una amnistía para pequeños infractore­s no violentos, porque a) eso ya se puede hacer en gran medida con el sistema penal acusatorio, y b) no reduce violencia. Entonces, ¿a qué delincuent­es violentos sí se incluiría y cuáles serían los términos de un arreglo con ellos? Nadie sabe por ahora.

Además, estamos en medio del conflicto, con la violencia al alza, en la cresta de una oleada de miedo. ¿Quién en sus cabales va a prestar testimonio público sobre la operación de grupos criminales ante una comisión de la verdad en Guerrero o Tamaulipas?

Y eso lleva al último punto, ¿qué salida se le puede ofrecer a grupos que no persiguen un fin abiertamen­te político? A grupos insurgente­s como las FARC, se les puede dar la posibilida­d de hacer política sin armas, garantizán­doles incluso algún tipo de representa­ción parlamenta­ria ¿Qué se les podría ofrecer al CJNG? ¿O a

Los Zetas vieja escuela? ¿O a Los Ardillos?

¿O a las bandas de huachicole­ros?

En resumen, el equipo del presidente electo quiere colocar un tornillo a martillazo­s. Eso solo puede acabar rompiendo la mesa.

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